La segunda ola del feminismo, que floreció en la década de 1960 y continuó en los años 70, no es solo un periodo en la historia; es un movimiento que, como un torrente de agua, arrastró los escombros del patriarcado y dejó una huella indeleble en la sociedad contemporánea. Para comprender plenamente este fenómeno, es vital familiarizarse con las fechas clave que marcaron su trayectoria.
Todo comenzó en 1963, con la publicación de «La mística de la feminidad» de Betty Friedan. Este libro, que sacudió los cimientos del conformismo femenino de la época, se convirtió en un catalizador de la segunda ola. A través de sus páginas, Friedan destapó un descontento generalizado y oculto entre las mujeres, un sentimiento de vacío que resonó en los hogares. La obra se alzó como un grito de libertad y un llamado a la acción, invitando a las mujeres a cuestionar el rol que se les había impuesto en la sociedad.
El hito de 1966, con la fundación de la Organización Nacional de Mujeres (NOW por sus siglas en inglés), marca otro momento clave. Este acto no fue solo un simple movimiento organizativo; fue la creación de un frente de batalla en una guerra cultural. NOW se propuso luchar contra la discriminación en el lugar de trabajo, la infertilidad forzada, y abogar por el derecho al aborto, entre otras cuestiones. Esta organización se convirtió en la espina dorsal del movimiento, armando a las mujeres con las herramientas necesarias para efectuar un cambio significativo.
El 22 de enero de 1973 se convirtió en un día histórico con el fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos en el caso Roe v. Wade. Esta decisión rompió las cadenas que mantenían a las mujeres ancladas a años de injusticia al legalizar el aborto. Con este fallo, se rompió una barrera fundamental, permitiendo que las mujeres tuvieran control sobre sus cuerpos, un principio que sigue resonando en la lucha feminista contemporánea. Sin embargo, no debemos olvidar que este progreso no fue absoluto. Las reacciones y retrocesos ante esta conquista han sido constantes, evidenciando la fragilidad de los logros alcanzados.
El año 1972 trajo consigo la aprobación del Título IX, una enmienda que prohíbe la discriminación de género en las instituciones educativas. Este avance fue un peldaño vital hacia la igualdad de oportunidades en la educación, un terreno que históricamente había sido dominado por hombres. A través de esta ley, se posibilitó que las mujeres por fin arrasaran con las limitaciones que les fueron impuestas y empezaran a tomar las riendas de su destinos.
Es importante resaltar el impacto de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1975 en Ciudad de México. Este evento reunió a mujeres de todo el mundo para discutir la situación de las mujeres y los desafíos que enfrentaban. La visibilidad internacional que se dio a esta conferencia generó un eco poderoso que se prolongó mucho más allá de las fronteras geográficas. Este evento fue un faro de esperanza, mostrando que el feminismo no era un fenómeno exclusivo de Occidente, sino un grito universal por la igualdad.
La publicación de «El segundo sexo» de Simone de Beauvoir en 1949, aunque anterior a la segunda ola, proporcionó los cimientos filosóficos sobre los que se construiría el activismo feminista de los 60 y 70. Esta obra monumental estableció que «no se nace mujer, se llega a serlo», proponiendo así un análisis crítico sobre la construcción social de la feminidad. Su influencia fue palpable durante la segunda ola, sirviendo de estandarte para un pensamiento crítico que cuestionaba status quo.
El surgimiento de grupos de autopoyecto y apoyo entre mujeres se convirtió en una práctica común durante esta época. Estos espacios, donde las mujeres podían compartir sus experiencias y luchas, empezaron a ver la luz y se transformaron en refugios emocionales y políticos. A través de estas redes, se cultivó un sentido de comunidad que impulsó la acción, salpicando de signos de resistencia y empoderamiento a los corazones de muchas.
La segunda ola del feminismo no fue un monolito; contenía dentro de sí corrientes divergentes y voces múltiples. Desde el feminismo radical, que proponía una reestructuración total de la sociedad, hasta el feminismo liberal, que abogaba por la reforma dentro del sistema existente, cada facción aportó su singularidad al discurso global. Las diferencias no debilitaron el movimiento; más bien, lo enriquecerían, agregando matices a una lucha que es tan diversa como las mujeres que la conforman.
Hoy en día, las luchas de la segunda ola reverberan en el presente. La conquista de derechos no debe ser vista como un final, sino como un continente que seguimos explorando. Las fechas clave que fundaron esta ola no son meros hitos en un pasado lejano; son lecciones que nos instan a seguir adelante, a persistir en nuestras búsqueda de igualdad y justicia. Cada día es una nueva oportunidad para recordar la herencia que nos dejaron nuestras antepasadas y para continuar el trabajo que aún queda por hacer.