¿Cuándo empezó la segunda ola del feminismo? Contexto y protagonistas

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La segunda ola del feminismo emergió en un contexto de disconformidad social y política durante la mitad del siglo XX, tomando como base las conquistas de la primera ola, que había peleado predominantemente por el derecho al voto y la educación de las mujeres. Pero, ¿cuándo comenzó realmente esta metamorfosis? Aunque se podría argumentar que sus raíces se hunden en el despertar de la conciencia de género de la década de 1940, fue en la década de 1960 cuando se consolidó como un movimiento palpable, intenso y cargado de reivindicaciones sociales.

El horizonte global estaba marcado por convulsiones; la década de los 60 fue un periodo de turbulencia: la Guerra Fría, movimientos por los derechos civiles y una lucha generalizada contra las estructuras opresivas. En este contexto, las mujeres comenzaron a articular sus voces, cuestionando no solo su lugar en la sociedad, sino también la estructura misma de las relaciones de género. El idioma de la libertad adquiría un significado nuevo, ya no sólo en términos de política, sino también en el ámbito personal y sexual.

Una de las figuras emblemáticas de este periodo fue Betty Friedan, cuya obra «La mística de la feminidad» resonó con fuerza. ¿Por qué, entonces, esta lectura generó tal frenesí? Porque expuso la insatisfacción latente de las mujeres que, tras obtener ciertos derechos, se sintieron atrapadas en un rol doméstico que desdibujaba su identidad. Friedan desafió la noción convencional de la felicidad femenina, argumentando que las mujeres no podían, ni debían, limitarse a ser meras cuidadoras o esposas. El impacto de su trabajo fue significativo, avivando el cuestionamiento sobre las expectativas sociales que habían limitado a tantas. La fascinación que sigue rodeando su figura radica en su afirmación de que el destino de las mujeres era, y debe ser, autodeterminado.

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Otro pilar fundamental de la segunda ola fue el acceso a la anticoncepción. En un tiempo en que la sexualidad femenina estaba plagada de tabúes y restricciones, la inclusión del control de la natalidad en la conversación feminista fue una revolución silenciosa. La aprobación de la píldora anticonceptiva en 1960 no solo alteró las dinámicas de poder dentro de la relación heterosexual, sino que también brindó a las mujeres una herramienta de libertades. No solo podían decidir cuándo y si querían ser madres, sino que también reivindicaron su derecho a disfrutar de la sexualidad sin las cadenas del miedo a un embarazo no deseado.

Durante este periodo, los movimientos feministas tomaron distintas formas, entablando un diálogo crítico con otras luchas sociales. La interseccionalidad empezó a asomar como una consideración importante, aunque no siempre se articuló de la mejor manera. Las mujeres de color, las lesbianas y otras minorías comenzaron a señalar que la lucha por los derechos de las mujeres no podía ni debía ser un monólogo blanco y heteronormativo. Esta dialéctica se intensificó a lo largo de la década de 1970, ampliando el espectro de la lucha feminista.

Entre los protagonistas destacados de esta etapa estaba Gloria Steinem, cuyas contribuciones al periodismo y activismo fueron significativas. Fundadora de «Ms. Magazine», Steinem encarnaba la voz política y cultural del feminismo, abordando la desigualdad de género no solo desde la perspectiva legal, sino también desde el sistema de creencias que lo sustentaba. Su incansable defensa del feminismo ha dejado una huella imborrable en la imaginación colectiva de varias generaciones, subrayando la idea de que la lucha no era solo por derechos, sino por la reestructuración completa de la sociedad.

A medida que avanzábamos hacia los años 80, el feminismo comenzó a hacer frente a nuevas críticas y desafíos. La internalización de la opresión, la comercialización del feminismo y la aparición de tendencias capitalistas comenzaron a ser motivo de reflexión. ¿Podía el feminismo coexistir con un sistema económico que muchas mujeres consideraban parte del problema? Este cuestionamiento trajo consigo un debate significativo sobre la dirección que debía tomar la lucha feminista. La proliferación de escuelas de pensamiento permitió el surgimiento de diversas corrientes, desde el feminismo liberal hasta el radical, creando una rica, aunque a veces conflictiva, conversación.

En última instancia, la segunda ola del feminismo no fue solo un momento de lucha por derechos, sino una transformación cultural que sentó las bases para futuros diálogos. Este movimiento reivindicó no solo la voz sino también el poder de las mujeres para moldear sus narrativas. La fascinación con esta ola radica en la profundidad con que desafió el statu quo, así como en la valentía de aquellos que, alzando la voz, se negaron a ser silenciados. Desde la mística del hogar hasta los movimientos por la igualdad en el lugar de trabajo, estas luchas siguen resonando en la actualidad, recordándonos que el feminismo es un viaje continuo, una travesía que no cesa de redefinirse y reinventarse.

Por tanto, la segunda ola llevó a cabo una revolución en la imaginación social, un momento en el que las mujeres no solo exigieron ser escuchadas, sino que se apoderaron de su narrativa, desafiando las normas preestablecidas y creando un espacio para cuestionar lo que antes se daba por sentado. En este sentido, el legado del feminismo de segunda ola vivirá siempre como un testimonio de la resistencia y la lucha por un futuro donde la igualdad de género no sea una mera aspiración, sino una realidad palpable.

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