La marcha feminista es un evento que trasciende la mera cronología. Es un grito colectivo, una manifestación de fuerza y resiliencia. Sin embargo, entre la multitud de quienes participan, surge una pregunta recurrente: ¿a qué hora acaba la marcha feminista? Aunque este interrogante puede parecer trivial, encierra dentro de sí un conjunto de realidades que merecen ser exploradas.
Primero, la hora de finalización de la marcha está influenciada por múltiples factores: la organización, la logística y, sobre todo, la reacción de la ciudadanía. Cada año, alrededor del 8 de marzo, miles de mujeres y hombres se agrupan para exigir sus derechos, una hermosa culminación de esfuerzo que se convierte en un fenómeno social. Sin embargo, el momento exacto en el que se da por concluida la marcha puede resultar difuso y en ocasiones contradictorio. Las manifestaciones no suelen seguir un horario establecido; son impredecibles, así como el ímpetu de quienes participan en ellas.
Las marchas feministas suelen comenzar a media tarde, lo que permite que más personas se unan después de sus obligaciones diarias. Pero la culminación puede alargarse hasta bien entrada la noche, todo depende de la energía del colectivo. Aquí radica la fascinación: la sensación de comunidad, la sinergia de las voces que exigen un cambio, y el deseo de permanecer en ese momento de unión es tan poderoso que puede hacer que las horas se dilaten.
La hora de llegada de la marcha ya está marcada por las aglomeraciones y, a menudo, por un desfile de emotividad. Quienes participan no solo exigen paridad, igualdad y justicia social. En cada grito hay una historia personal, un dolor que se transforma en reivindicación. Este contexto no solo es necesario, sino que también silenciosamente nos dice que el tiempo es relativo en la lucha por la equidad. ¿Acaso hay una hora para terminar de hablar sobre nuestros derechos? ¿Acaso hay un momento definido en el que se deba dejar de luchar?
La estructura de la marcha también cambia año tras año. Las banderas, los lemas, la música, los carteles; todos actúan como símbolos del momento socio-político. En las ediciones recientes, las convocatorias han inflado los números de participación, lo que también puede afectar la duración del evento. Esto se debe a una doble realidad: por un lado, la cada vez mayor conciencia social en torno a la lucha feminista; por otro lado, los conflictos que subsisten, que añaden pesadez a la lucha. Ambos factores son parte integral de este fenómeno y, así, incluso la hora de culminación puede parecer arbitraria frente a la urgencia del mensaje.
La experiencia de participar en la marcha es, sin duda, transformadora. Cada año vemos diferentes motivaciones que pronuncian la voz del feminismo. Este fenómeno puede extenderse indefinidamente cuando se convierten en razones para la lucha. ¿Por qué poner un límite temporal a algo tan profundo? La emoción rica que emana de la participación colectiva es un eco que dura mucho más allá de cualquier horario. La hora de finalización, por ende, se convierte en un mero detalle en la narrativa de una jornada que clama justicia.
Adicionalmente, no podemos olvidar que la seguridad de los asistentes es vital en este tipo de eventos. La jornada puede concluir oficialmente, pero las interacciones, las charlas y el intercambio de experiencias suelen continuar. Las dinámicas de poder en una marcha, que a menudo se ven influenciadas por las condiciones previas, exigen que seamos cuidadosos al operar en nuestras comunidades. Así surge otra reflexión: ¿es necesario que una marcha tenga un tiempo definido, o debería fluir de acuerdo con las necesidades de quienes participan?
A medida que nos aproximamos al final de la marcha, la discusiones emergen. ¿Qué hemos ganado? ¿Qué nos queda por hacer? Estas conversaciones son igualmente importantes. La hora que marca el final de la jornada no deberían ser el final de la lucha, sino el inicio de un nuevo capítulo. La lucha feminista persiste más allá del espacio físico y temporal que ocupa. Con cada año que pasa, se arrecian las decisiones que surgen de ella. Si la marcha oficialmente termina, no se puede decir lo mismo de las emociones y las determinaciones que ha despertado en cada persona.
En conclusión, la pregunta sobre la hora de finalización de la marcha feminista no es más que una ventana a un fenómeno más amplio: la lucha constante por la igualdad. La hora es un símbolo, un elemento que podría ser más provocador que restrictivo. Mientras sigamos reunidos, mientras sigamos comprometidos, mientras sigamos compartiendo nuestras historias, la marcha feminista nunca tiene por qué acabar realmente. La lucha continúa, y esa, más que una simple cuestión de tiempo, es la esencia misma del movimiento.