La lucha feminista ha sido, a lo largo de la historia, un torrente poderoso de reivindicación y resistencia. Sin embargo, en medio de toda esta vorágine, surge una pregunta inquietante: ¿Por qué y cuándo las feministas deciden callar? ¿Es una estrategia deliberada o una consecuencia de un entorno hostil? Este enigma nos lleva a considerar no solo las dinámicas internas del movimiento, sino también los factores externos que influyen en la voz de las feministas.
Hay momentos en que el silencio sobrevuela como un ave rapaz en lo alto del cielo. Puede que se deba a la fatiga acumulada tras años de lucha, a la imposibilidad de ser escuchadas en un entorno que parece indiferente. En ocasiones, lo que parece un silencio es en realidad una táctica. Las feministas, conscientes de la necesidad de reflexionar y reconsiderar sus enfoques, a veces optan por callar, sino, ¿cómo podrían articular de manera efectiva sus reivindicaciones si no se toman el tiempo para escuchar y analizar el contexto que les rodea?
Tomemos como ejemplo el caso de las redes sociales. Sin duda, estas plataformas han sido un altavoz fenomenal para el feminismo. Pero, al mismo tiempo, han creado una cultura de la inmediatez. Las activistas sienten una presión constante para publicar, para gritar su mensaje al viento sin el proceso necesario de reflexión. Así, en determinados momentos, este frenesí puede llevar a que algunas feministas decidan tomar un paso atrás. Sin duda, el silencio puede interpretarse como una perdición, pero, ¿y si es lo contrario? Un momento de pausa para fortalecer un discurso que luego será revolucionario.
El entorno hostil al que apuntábamos anteriormente no se limita a las dinámicas sociales. La amenaza de represalias, de desacreditaciones e incluso de violencia puede desincentivar a muchas voces a expresarse. Existen situaciones en las que el costo de alzar la voz es desproporcionado respecto al resultado. Algunas feministas se enfrentan a la dura realidad de ser juzgadas, malinterpretadas o, en el peor de los casos, vilipendiadas. Es aquí donde se pregunta uno: ¿Vale la pena arriesgarse a perderlo todo por un grito que puede ser acallado por el ruido del rechazo? Para muchas, el silencio se convierte en una necesidad de autoprotección.
Sin embargo, es imperativo analizar las implicaciones de este silencio. Callar no es necesariamente sinónimo de rendirse, pero, ¿qué espacio le deja a la complicidad? En ocasiones, las feministas se encuentran atrapadas en una encrucijada: seguir hablando y posiblemente ser silenciadas de nuevo, o guardar silencio y permitir que otros marquen el rumbo. Esta balanza entre la expresión y el riesgo es extremadamente delicada y representa un reto constante que las feministas deben afrontar.
También es crucial reconocer que el silencio no es uniforme. Las feministas de diferentes contextos, razas, etnias, clases sociales y orientaciones sexuales viven el silencio de maneras distintas. Para algunas, callar puede ser una estrategia para esconder su dolor, una reacción al abuso sistémico; mientras que para otras, puede ser una delgada línea entre comunicación y estrategia para la movilización. Este mosaico diverso de experiencias feministas nos lleva a un punto aún más interesante: ¿Cómo definimos el feminismo cuando las voces se vuelven mudas en determinado contexto?
La presencia del silencio en el feminismo plantea otra interrogante vital: ¿Es este silencio producto de la fatiga o de la frustración? A menudo, las feministas se encuentran navegando por un océano de desilusión. La lucha por la igualdad de género se ha vuelto cada vez más prosaica. La repetición de demandas que no parecen calar en la cultura dominante lleva a muchas a preguntarse si vale la pena continuar. Este desgaste puede ser un motivo poderoso para elegir callar, para replantear un enfoque en un momento en que la chispa de la rebeldía se siente ahogada. Pero en esta pausa, surgen nuevas preguntas que deben ser consideradas, y a veces, el silencio revela más de lo que podría parecer en primera instancia.
Aún así, existen momentos en los que el silencio se transforma en resistencia. Pensar que callar es ceder es simplificar una realidad compleja. Muchas feministas eligen no participar en el debate público debido a la necesidad de construir alianzas o crear espacios seguros donde el diálogo pueda tener lugar, lejos del ruido ensordecedor de la adversidad. Es aquí donde las feministas reafirmarían que el silencio puede ser un acto de resistencia tan resonante como su voz levantada en la plaza pública.
No se puede ignorar que, en ocasiones, las feministas callan por una razón bien justificada, una búsqueda de estrategia y resiliencia. Optar por el silencio no debe ser visto como una señal de debilidad, sino como un grito a voces que a menudo no quieren escuchar. Las feministas se replantean constantemente su forma de interactuar en un mundo que mayormente invita a la confrontación. En este laberinto de voz y silencio, la verdadera pregunta debe ser: ¿Cómo podemos hacer que el silencio de algunas feministas se convierta en un puente para el entendimiento, en lugar de ser un abismo entre nosotras? Enfrentemos esto con audacia y persistencia, porque el feminismo es, precisamente, ese espacio donde todas nuestras voces —ya sean en silencio o a gritos— merecen ser escuchadas.