La premisa de que «ni feminismo ni machismo» es un mantra que, a primera vista, parece invocar un espíritu de equilibrio, una especie de paz entre géneros. Sin embargo, esa postura arraigada en el relativismo puede desviar la atención de las luchas reales en juego. ¿Cómo podemos refutar esta noción con argumentos sólidos y claros? Este desafío exige de nosotros una exploración profunda, analítica y provocadora.
Primero, es necesario establecer una definición clara de lo que representan ambos términos. El feminismo, en su esencia más pura, busca la igualdad de género. Es un movimiento que ha surgido de la marginación sistemática de las mujeres a lo largo de la historia, una lucha por derechos que van desde el voto hasta la equidad en salarios. En contraste, el machismo se define como la creencia en la superioridad masculina, que a menudo desencadena violencia, control y opresión. Desde este punto de partida, argumentar que ambos conceptos son equivalentes es, en el mejor de los casos, una simplificación peligrosa.
La idea de «ni feminismo ni machismo» implica una equivalencia moral que invisibiliza el contexto histórico y social del que emergen estos movimientos. Al proponer una neutralidad, se está colocando en el mismo plano a quienes luchan por la igualdad y a quienes perpetúan sistemas de opresión. Este planteamiento no solo es erróneo; es etéreo. Refutarlo exige un análisis de las dinámicas de poder que han configurado nuestras sociedades. Es esencial entender que el feminismo se enfrenta a una desigualdad estructural, mientras que el machismo la perpetúa.
Un argumento contundente contra la equidistancia entre feminismo y machismo se halla en los datos. Estadísticas que demuestran la prevalencia de la violencia de género, la disparidad salarial y el acoso sexual son innegables. En numerosas culturas, las mujeres enfrentan barreras sistemáticas que impiden su desarrollo pleno. Según el Banco Mundial, las mujeres realizan el 75% del trabajo no remunerado en el mundo, lo que incluye el cuidado de niños y ancianos. Este trabajo, esencial para la supervivencia económica de sociedades enteras, es frecuentemente ignorado y desvalorizado. Sostener que no hay una lucha que requiera atención y acción es, simplemente, un acto de negación a la realidad.
Además, denotar el feminismo como un extremo, equiparándolo al machismo, es una forma insidiosa de deslegitimar las voces y experiencias de aquellas que han sido silenciadas durante generaciones. La negación de las luchas feministas no solo es un insulto a la historia, sino también una falta de respeto hacia cada mujer que ha salido a luchar por sus derechos. A través de los siglos, el feminismo ha sido un antídoto contra las injusticias, mientras que el machismo ha perpetuado un ciclo de dominación.
Otro punto que merece atención es la crítica construccionista que argumenta que todos los géneros deben ser tratados como iguales. Aunque esta ideología puede parecer atractiva, oculta la realidad de la desigualdad actual. Ignorar el feminismo en favor de una supuesta «igualdad» es una forma de perpetuar el status quo. Las políticas públicas que aseguran la equidad de género, como cuotas en puestos de trabajo o programas de concienciación sobre la violencia machista, son cruciales para corregir desbalances históricos.
El principio de igualdad no debe confundirse con la asimilación. No se trata de ser igual en todo sentido, sino de reconocer y corregir las desigualdades que han existido por mucho tiempo. El feminismo no se opone a los hombres, sino que desafía las estructuras que impiden que todos, independientemente de su género, puedan alcanzar su potencial. Abogar por «ni feminismo ni machismo» simplemente abre la puerta a la desinformación y la complacencia.
En la actualidad, es más útil reflexionar sobre el impacto del feminismo en la construcción de sociedades más equitativas. A través del activismo, las mujeres han legado luchas que no solo benefician a un único género, sino que reformulan y democratizan el tejido social. Propuestas feministas como la paternidad compartida, la visibilización de trabajos históricamente considerados femeninos o el empoderamiento económico son fundamentales para cambiar la percepción del rol de género y promover un desarrollo sostenible.
Finalmente, es crucial recordar que el feminismo no es un movimiento monolítico; hay diversas corrientes y enfoques que reflejan la pluralidad de experiencias femeninas. Al buscar la igualdad social, el feminismo se adapta y evoluciona. Esto es, en última instancia, un testamento de su vigencia y relevancia en el diálogo global sobre igualdad.
Por lo tanto, la próxima vez que oigas la frase “ni feminismo ni machismo”, recuérdate que la neutralidad es una ilusión. Al optar por una visión simplista de la realidad, se ignoran las voces de tantas que han luchado, y continúan luchando, por un mundo donde la igualdad no sea solo una promesa, sino una realidad palpable. La lucha por un futuro justo y equitativo no se detiene; es un legado que vale la pena aceptar y, sobre todo, defender con fervor.