El término «aliado feminista» ha cobrado relevancia en las últimas décadas, pero su origen y significado son más complejos de lo que parece a simple vista. ¿Alguna vez te has preguntado qué implica realmente ser un aliado? ¿Es suficiente con utilizar la etiqueta o se requiere un compromiso auténtico y sostenido? Acompáñame en este recorrido para desentrañar la esencia de la solidaridad en el movimiento feminista y su evolución a lo largo del tiempo.
La lucha feminista no es una lucha exclusiva de mujeres. Desde sus inicios, este movimiento ha abogado por la igualdad de género, los derechos humanos, la justicia social y la dignidad para todas las personas, independientemente de su género. Sin embargo, la pregunta sobre el papel de los hombres y otras identidades en estas luchas ha dado pie a la noción de «aliadxs».
El concepto de aliado feminista se remonta a diversas corrientes de pensamiento que han buscado la interseccionalidad y la inclusión. Aunque su uso se ha difundido principalmente en el contexto contemporáneo, es importante hacer un guiño al feminismo de la segunda ola, alrededor de los años 60 y 70. En aquella época, muchos hombres comenzaron a reconocer su privilegio y abogaron por el feminismo no solo como una cuestión de género, sino como una lucha por la equidad social en su totalidad. Este camino histórico ha sentado las bases para que hoy se hable del ‘aliado’, pero con mayor profundidad y responsabilidad.
Ser un aliado feminista no es simplemente un acto de benevolencia. Involucra un entendimiento profundo de las dinámicas de poder y privilegio. La solidaridad no se trata de asumir el protagonismo, sino de amplificar las voces que han sido históricamente silenciadas. Aquí es donde surge un desafío: ¿cómo se puede ser un aliado sin caer en el paternalismo y la apropiación de la narrativa feminista? La respuesta reside en una práctica constante de escucha y aprendizaje. El aliado debe ser un estudiante del feminismo, y no un maestro que impone su visión desde arriba.
Además, la relación entre feminismo y el concepto de aliado debe ser dialéctica y no unidimensional. Esto implica que el aliado no solo debe apoyar en el ámbito intelectual, sino también en el activismo tangible. Existen múltiples formas de ser un aliado: desde participar en marchas y eventos hasta cuestionar actitudes misóginas en espacios cotidianos. Por ejemplo, un hombre que se posiciona en contra de la cultura del acoso en su grupo de amigos está actuando como un verdadero aliado, desafiando el machismo desde la raíz.
Los aliados feministas deben también reconocer el peso de su voz y cómo su apoyo puede abrir espacios a quienes históricamente han sido relegadas. Sin embargo, es esencial que ese apoyo no eclipse las luchas individuales y específicas de las mujeres y otras identidades en riesgo. Es fundamental que cada aliado se cuestione continuamente sus propias motivaciones y acciones. La autocrítica es una herramienta poderosa para evitar caer en el activismo performativo, donde se busca más visibilidad que verdaderas transformaciones sociales.
Por otro lado, hay un aspecto relevante que surge en este debate: ¿qué lugar ocupa la interseccionalidad en el concepto de aliado? En un mundo donde las identidades son múltiples y complejas, un verdadero aliado feminista debe estar consciente de las diversas opresiones que afectan a las distintas comunidades. No todas las mujeres enfrentan las mismas dificultades; las mujeres racializadas, las mujeres trans, las mujeres de clase trabajadora, enfrentan distintas formas de discriminación que requieren una atención especial. El aliado, entonces, debe ser sensible a estas diferencias y trabajar por una inclusión real, no solo en palabras, sino en acciones concretas y políticas.
Algunos pueden sentirse incómodos con esta idea. ¿Por qué deberían los hombres, por ejemplo, involucrarse en un movimiento que históricamente ha estado liderado por mujeres? Esta pergunta es el eco de la resistencia al cambio que tantas veces observamos en debates sociales. Pero, la realidad es que la lucha por la igualdad debe ser un esfuerzo conjunto. No se trata de robar el protagonismo, sino de vivir en un mundo donde la justicia y el respeto son la norma, no la excepción.
Para concluir, el papel del aliado feminista es crucial y, a la vez, complejo. Ser aliado no es un título que se otorga, sino un viaje en el que la reflexión continua y la acción comprometida son esenciales. En un movimiento que lucha contra las opresiones de todo tipo, la solidaridad debe ser real, efectiva y, sobre todo, auténtica. Al final, la verdadera pregunta que nos deja esta reflexión es: ¿estás dispuesto a ser un aliado consciente y comprometido, o prefieres permanecer en la comodidad de la inacción? Las feministas, hoy más que nunca, están llamando a la acción. Es momento de responder con valentía y determinación.