Me gusta que me pegues: Una crítica feminista a los roles tóxicos

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En el vasto y a menudo tumultuoso océano de las relaciones humanas, encontramos un fenómeno inquietante: la glorificación de los roles tóxicos en las dinámicas de pareja. Frases como «me gusta que me pegues» resuenan, en ocasiones, como un eco distorsionado de pasiones intensas que han sido malinterpretadas. ¿Qué es lo que nos seduce de la violencia emocional y física disfrazada de afecto? Este ensayo se sumerge en la crítica feminista de estos arquetipos peligrosos, desentrañando sus raíces y proponiendo alternativas más saludables y equitativas para el amor y la convivencia.

La exposición a la violencia se presenta como un fenómeno insidioso. Desde pequeños, se nos enseñan roles de género que alimentan la noción de que el amor debe doler, que la devoción se mide en sacrificios, y que la pasión se traduce en posesividad. Las historias que consumimos en la literatura, el cine y la música, a menudo glorifican relaciones en las que el sufrimiento se confunde con el amor verdadero. Así, olvidamos que el amor no debería ser un campo de batalla, ni la relación una arena donde se dirimen peleas al estilo gladiador.

Un concepto fundamental que se debe discutir es la construcción cultural de la masculinidad. En muchas sociedades, los hombres son criados para ser fuertes, dominantes y, en ocasiones, agresivos. La vulnerabilidad se considera un signo de debilidad, y los sentimientos se reprimen bajo una armadura social que enfatiza el control. Esta presión a menudo les lleva a manifestar su afecto a través de la agresión, creyendo que “pegar” puede ser una forma de expresar pasión. Sin embargo, esta interpretación perversa de la intimidad solo perpetúa un ciclo de dolor y sumisión.

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En este contexto, una arriesgada posibilidad surge: la “feminidad tóxica”. La cultura popular ha promovido la idea de que las mujeres deben encontrar masculinidad y fuerza en un hombre que las domine. ¿Acaso no es una trampa que se ha tejido con hilos de miedo y dependencia? El culto a la “esclava pasional” vuelve a emerger, donde las mujeres sienten que su valía está intrínsecamente ligada a la capacidad de soportar el dolor, a la brutalidad disfrazada de amor. Esta internalización de roles de género dañinos es un veneno que afecta tanto a hombres como a mujeres, perpetuando el patriarcado y el sufrimiento.

Examinemos más de cerca estas dinámicas de poder. En las relaciones donde la violencia se trivializa, la noción de consentimiento se vuelve borrosa. A menudo se asume que el sufrimiento se acepta como un “juego” dentro de la relación, en lugar de ser reconocido como lo que realmente es: una violación de la integridad personal. No existe un espacio en el cual el dolor físico o emocional pueda considerarse justificable. El verdadero amor debería alentar el crecimiento, no cultivar las heridas.

Sin embargo, hacer una crítica profunda y honesta de estas nociones caricaturescas no es suficiente. Es vital proponer alternativas. ¿Qué tal si reinviéramos esta narrativa? Imaginemos una realidad donde la pasión no implique posesión, y donde el amor se fundamente en la igualdad y el respeto mutuo. En este escenario ideal, los vínculos se formarían sobre la base de una comunicación abierta y honesta, donde las necesidades y deseos de ambos se valoren por igual. La ternura no debe ser un espejismo rodeado de gritos y violencia; más bien, se debería encontrar en los gestos simples y significativos que construyen una intimidad real.

El camino hacia dicha liberación requiere un esfuerzo consciente de deconstrucción. Exige tanto a hombres como a mujeres liberarse de las ataduras de los roles impuestos y abrazar el concepto de relaciones sanas. En lugar de la agresión, se fomenta la vulnerabilidad. En lugar de la dominación, la igualdad. Como feministas, debemos desafiar y desmantelar estos arquetipos que nos hacen prisioneros de nuestros propios patrones de comportamiento. Necesitamos educar sobre la importancia del consentimiento claro, la empatía y el respeto hacia las emociones del otro.

Las campañas de sensibilización y educación juegan un rol crucial en esta transformación. Es esencial que desde temprana edad se enfrenten las narrativas sobre la violencia con un mensaje potente: casi nunca, el amor verdadero se manifiesta a través del dolor. Las plataformas digitales podrían ser utilizadas para difundir estas ideas, promoviendo un cambio de mentalidad que rechace la violencia en todas sus formas. A través de talleres, diálogos comunitarios y redes de apoyo, se puede construir una cultura que celebre las relaciones sanas.

En conclusión, la frase “me gusta que me pegues” debería ser un llamado a la acción, un grito ensordecedor que nos impulse a desafiar lo que se ha normalizado. Al reflexionar sobre el amor y las relaciones, es imperativo mirar más allá de las capas superficiales de lo que parece pasión. La libertad emocional que anhelamos se encuentra en el respeto mutuo, y no en la dominación o el sufrimiento. Es hora de combatir las narrativas tóxicas y abrazar una nueva forma de relacionarnos, donde el amor florezca sin la sombra de la violencia.

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