¿Qué significa ser aliado feminista? Más que un título

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¿Qué significa ser aliado feminista? Es una pregunta que resuena en las conversaciones de café, en las redes sociales y en los foros académicos. Sin embargo, ser un aliado no es simplemente ostentar un título; es embarcarse en un viaje que requiere compromiso y acción. La noción de alianza en el feminismo se asemeja a un delicado baile: una colaboración entre iguales, donde cada paso cuenta, y donde la atención y la empatía son esenciales. Ser un aliado implica mucho más que ir a marchas o compartir publicaciones en redes; significa sumergirse en un proceso de transformación personal y social.

Primero, es crucial entender que la lucha feminista no es una moda pasajera. Es un movimiento guiado por la búsqueda de justicia, igualdad y el reconocimiento de la humanidad plena de las mujeres. No se trata de una “causa” con un inicio y un fin definidos. Aquí es donde el concepto de «aliado» se vuelve electrizante y, paradójicamente, peligroso. Exige reflexión profunda sobre las estructuras de poder que nos rodean y sobre nuestra propia complicidad en ellas. Te invito a imaginar un iceberg: lo visible en la superficie es un pequeño pedazo, mientras que lo más grande permanece sumergido, oculto. Así es la interseccionalidad en el feminismo. Las alianzas deben abordar esa parte oculta que incluye raza, clase, orientación sexual y otras identidades que hacen que la opresión de las mujeres sea multifacética.

Un aliado feminista debe, ante todo, escuchar. Escuchar no es simplemente un acto pasivo. Se trata de una práctica activa que requiere una atención plena. Escuchar las experiencias de las mujeres, no solo con el fin de responder, sino para entender el contexto que ha moldeado sus realidades, es esencial. En este sentido, ser un aliado se parece a ser un jardinero: se necesita paciencia para cultivar lazos de confianza. Cada mujer tiene una historia, y cada historia es un jardín en sí misma. Regar ese jardín con empatía y respeto es lo que permite la florección auténtica del feminismo.

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Sin embargo, ¡atención! El peligro se encuentra en la tentación de convertirse en el “caballero blanco”. Algunos hombres creen que ser aliado significa asumir el protagonismo en la narrativa feminista, desplazando a las voces que realmente deberían ser escuchadas. Esto no solo es erróneo, es perjudicial. La figura del “caballero” se convierte en un obstáculo más que en un puente. La verdadera alianza se construye desde un lugar de humildad, reconociendo las voces de las mujeres y apoyándolas sin tratar de robarles el escenario.

Más allá de la escucha, ser un aliado feminista implica un compromiso activo de desmantelamiento de las estructuras patriarcales que permean la sociedad. Esto requiere un análisis crítico y continuo de nuestras propias acciones y comportamientos. Cada comentario, cada chiste, cada interacción cotidiana tiene el potencial de perpetuar la opresión o, por el contrario, erigir muros que nos separan del verdadero cambio. Cuestionar nuestras propias creencias y desafiar ideas preconcebidas es, sin duda, un acto de valentía.

Un aspecto fundamental de ser un aliado es también la voluntad de ser corregido. Nadie nace comprendiendo la totalidad de los matices del feminismo, y errar es humano. La clave radica en cómo respondemos a esos errores. La defensividad no tiene cabida en el diálogo constructivo. La aceptación abierta de críticas, en vez de tomarla como un ataque, es una muestra de madurez y compromiso. Si legislamos el espacio para el error y la corrección, así como la comprensión, nos acercamos a la verdadera esencia de la alianza.

A nivel colectivo, los aliados deben estar dispuestos a poner en riesgo su propia comodidad. Es fácil ser un “aliado” cuando el costo es mínimo, sin embargo, la autenticidad de su compromiso se expresa cuando se debe actuar en contra de una injusticia que los puede afectar directamente. Ampliar nuestra voz y usarla para defender a quienes están siendo violentadas o silenciadas es un acto de resistencia. Aquí, ser aliado se convierte en un acto revolucionario, un eco poderoso en un sistema que intenta silenciar a las mujeres. Cuando un grupo de hombres se pone de pie contra el machismo, ellos mismos están redefiniendo su masculinidad; se están formando nuevos paradigmas.

Finalmente, ser un aliado feminista es un viaje interminable, una travesía que cambia continuamente. La comprensión de que siempre hay más por aprender debe ser el faro que guíe nuestro camino. La clave de esta travesía radica en la interconexión entre los diferentes movimientos por la justicia social. La lucha por los derechos de las mujeres está intrínsecamente ligada a la lucha contra el racismo, la homofobia, la pobreza y muchas otras formas de injusticia. Solo a través de la colaboración transversal, donde los aliados de diferentes frentes se unen, podremos forjar un futuro más equitativo.

Así que la próxima vez que te sientas tentado a adoptar el título de «aliado feminista», recuerda que no es más que un paso en una larga caminata. Reconoce la responsabilidad que conlleva y elige ser un agente de cambio. Porque en última instancia, ser aliado feminista es un compromiso con la humanidad y la justicia, un viaje que transforma no solo a quienes son apoyados, sino también a quienes optan por ser parte de este crucial movimiento.

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