En los últimos años, el feminismo ha vivido un profundo proceso de redefinición y de confrontación interna. Entre los diversos símbolos que han surgido en este contexto, el icono de manos se ha convertido en un punto de fricción; algunos lo consideran una representación de la lucha por los derechos de las mujeres, mientras que otros lo ven como un emblema de transfobia. Este debate no es trivial, pues toca las fibras más íntimas de lo que significa ser mujer en una sociedad cada vez más plural. Profundizar en este tema es obligación de todos aquellos que creen en la equidad y el respeto a la diversidad.
El símbolo de las manos, donde se muestra una impresión de varias palmas entrelazadas por diversos colores y formas, ha sido utilizado como un símbolo de unidad y resistencia. Se ha vuelto omnipresente en marchas, pancartas y redes sociales, asociándose con la lucha común entre todas las mujeres. Sin embargo, la ligazón de esta imagen con el feminismo ha comenzado a causar escozor entre ciertos sectores. La percepción de que este símbolo excluye o no reconoce a las personas trans ha suscitando un debate candente que no se puede ignorar.
La premisa básica de esta controversia radica en la noción de “mujer”. ¿Es este término exclusivo para aquellas que nacieron con un cuerpo asignado como femenino? ¿O incluye también a las mujeres trans? Este dilema lleva a muros donde se construyen discursos que, en lugar de sumar, excluyen. La idea de que el feminismo debe incluir a todas las manifestaciones de identidad de género se enfrenta a la retórica de quienes consideran que la lucha de las mujeres cis (aquellas cuya identidad de género coincide con su sexo asignado al nacer) debería ser prioritaria. Y así, el icono de las manos se convierte en un símbolo que, para algunos, se asocia con la exclusión.
La gran ironía de este debate es que el feminismo, por su propia naturaleza, debería ser un movimiento inclusivo. Sin embargo, el símbolo de las manos, al ser reprendido como tránsfobo por parte de grupos dentro del feminismo, revela la tensión latente que existe entre diversos sectores. Se arguye que celebrar un símbolo que no refleja la diversidad de las experiencias de mujeres trans es, de hecho, perpetuar un sistema de opresión que ha estado enraizado en la marginalización histórica de estos cuerpos.
Las manos, en su funcionalidad más sencilla, representan el trabajo, la creación y la unión. Sin embargo, cuando se utilizan como símbolo, también pueden convertirse en herramientas de división. Las críticas recientes han resaltado cómo este icono puede interpretarse como un rechazo a la interseccionalidad, concepto que se ha convertido en un pilar central del feminismo contemporáneo. La interseccionalidad nos enseña que las identidades son múltiples y que cada mujer vive su feminismo en función de su raza, clase social, orientación sexual y, por supuesto, su identidad de género.
Algunos sectores del feminismo que defienden la utilización del símbolo de las manos argumentan que representa un objetivo común: la lucha contra el patriarcado. Desde esta perspectiva, las manos entrelazadas simbolizan un frente unido. Sin embargo, esta visión se torna problemática si se ignoran las voces de aquellas que sienten que el simbolismo les resulta excluyente. Este conflicto es un ejemplo palpable de lo que sucede cuando se privilegian las experiencias de un grupo sobre las de otro. Es un microcosmos de la lucha más amplia por la equidad y el respeto en todas sus formas.
No se puede ignorar la realidad de que muchas mujeres cis han experimentado opresión y violencia. Sin embargo, abrazar la lucha feminista sin reconocer la existencia y los desafíos de las mujeres trans es un acto de violencia en sí mismo. La idea de que la lucha de las mujeres cis es más válida que la de las mujeres trans no solo es errónea; es peligrosa. Al rechazar el símbolo de manos por considerarlo tránsfobo, se abre un espacio para la reflexión crítica sobre lo que el feminismo debe significar en un mundo donde las identidades de género son diversas y fluidas.
La discusión sobre la iconografía en el feminismo debe ir más allá de simples elecciones de símbolos. Debemos preguntarnos: ¿qué es lo que realmente queremos representar? ¿Un movimiento que se aferra a algunas normas tradicionales o uno que desafía la norma misma? La resistencia ante la inclusión de las mujeres trans en la narrativa feminista no es más que un reflejo del miedo al cambio. El feminismo debería ser, por su esencia, un espacio donde todas puedan sentirse vistas, escuchadas y válidas.
Este debate es esencial. La forma en que se resuelva podría determinar el futuro del feminismo. Si se siente que el símbolo de las manos es una forma de opresión, es fundamental repensar cómo se comunican nuestras luchas y cómo se representan. En última instancia, feminismo es sinónimo de libertad, no solo para unas pocas, sino para todas. Y mientras sigamos luchando, mientras esas manos sigan entrelazadas, que sea en un sentido de unidad donde todos tengan un espacio y voz en la mesa. Si no, corremos el riesgo de convertirnos en lo que juramos combatir: un sistema que excluye y silencia.