Cuando hablamos de feminismo, un término que genera reacciones tan diversas y a menudo polarizadas, es frecuente escuchar voces que claman por la igualdad. «¿Por qué feminismo y no igualdad?» es una pregunta que resuena en el debate contemporáneo y que merece ser analizada con profundidad. A primera vista, podría parecer que ambos conceptos son sinónimos, pero esta ilusión de equivalencia oculta matices significativos que podrían cambiar nuestra comprensión del mundo que habitamos.
En el colapso de la jerga política convencional, el feminismo se establece no solo como una lucha por la igualdad de derechos, sino como un movimiento destinado a cuestionar y desmantelar un sistema patriarcal que ha operado durante siglos. Este sistema no solo subyuga a las mujeres, sino que perpetúa una cultura de dominación que afecta a toda la sociedad. La respuesta a la pregunta inicial requiere entonces disecar las estructuras de opresión, el contexto histórico y la connotación de ambos términos.
La igualdad, en su noción más básica, se presenta como un objetivo deseable. Sin embargo, muchas veces se utiliza como un eufemismo que minimiza la urgencia de la lucha feminista. En la búsqueda de igualdad, las voces del feminismo recuerdan que simplemente otorgar los mismos derechos a todos puede parecer una mejora superficial sin abordar las raíces del problema. Así, lo que se requiere no es solo igualar a los géneros, sino transformar la esencia misma de las dinámicas de poder que perpetúan la desigualdad.
A menudo, se advierte que el concepto de igualdad puede desdibujarse en la palabrería vacía de quienes abogan por un «feminismo de buen rollo,» que se contenta con ser parte del sistema, sin cuestionar estructuras más amplias de opresión. Este reduccionismo simplista ignora la complejidad de la experiencia femenina, una experiencia que está entrelazada con otras formas de opresión como la clase social, la raza y la orientación sexual. Al abanderar un feminismo inclusivo, se busca reconocer y dar voz a esas interseccionalidades que perjudican a muchas, no solo a aquellas que ocupan un lugar privilegiado en la jerarquía social.
En el marco de esta discusión, emerge la idea de que el feminismo es una respuesta a la violencia estructural que se manifiesta en múltiples niveles, desde la violencia física hasta la violencia epistémica. Este último concepto se refiere a cómo las mujeres, a lo largo de la historia, han sido despojadas de su agencia, sus historias y su conocimiento. No se puede hablar de igualdad sin tener en cuenta los legados de silenciamento y deshumanización que han marcado el camino del último milenio. La historia ha sido contada desde una óptica patriarcal que ha dejado fuera voces esenciales, y todos los intentos de igualdad que no se fundamentan en el reconocimiento de estas injusticias están condenados al fracaso.
Aquellos que se aferran de manera indiscutible a la igualdad como único objetivo a menudo olvidan que el feminismo exige no solo reconocer la violencia de género como un problema, sino también desmantelar la cultura que la propicia. La búsqueda de igualdad puede convertirse, por tanto, en una mera fachada que oculta la perpetuación de un sistema que privilegia a algunos sobre otros. Esto se traduce en la necesidad de abordar las mejores prácticas feministas que consisten no solo en permitir que las mujeres ingresen a espacios de poder, sino también en revolucionar esos espacios para que sean verdaderamente inclusivos y representativos de la diversidad humana.
El feminismo se convierte así en un acto radical, un llamado a revolver las entrañas de un mundo que ha estado conformado por hombres para hombres. Este enfoque resuena especialmente entre las voces disidentes que, bajo la premisa de que una mujer en el poder no necesariamente proviene de un cambio significativo, defienden el valor intrínseco de la lucha colectiva. Detrás de cada análisis, de cada discurso, existe una profunda reflexión sobre la historia, el presente y el futuro. La pregunta por qué feminismo y no igualdad se transforma en una mediación que invita a pensar más allá de lo superficial.
Por ello, la discusión debe estar acompañada por un llamado a la acción; el feminismo necesita trascender la teoría y hacerse praxis. No se trata de un tema que pueda ser gestionado de manera individual, sino que exige un compromiso estructural y colectivo donde la reconstrucción y reimaginación de nuestros espacios y sociedades sea la norma. Las relaciones de poder deben ser desafiadas y transformadas desde sus cimientos; eso es lo que el feminismo aboga, una reconfiguración de cómo concebimos nuestras relaciones sociales y nuestras interacciones cotidianas.
En conclusión, la complejidad del feminismo frente a la igualdad plantea no solo un dilema retórico, sino una invitación a repensar la estructura social y política en la que estamos inmersos. Cada vez que elevamos la voz en favor del feminismo, nos resistimos a aceptar una igualdad que no se basa en el reconocimiento de la diversidad de experiencias, en el cuestionamiento risueño a la normativa patriarcal y en la construcción de sociedades verdaderamente justas e inclusivas. La lucha, entonces, no es solo por igualdad, sino por un mundo en el que todas las voces sean escuchadas y valoradas. Assert your stance as a feminist, but also recognize the depth of the struggle that lies ahead.