La segunda ola del feminismo, un fenómeno que se gestó en Estados Unidos durante la década de 1960 y se prolongó hasta los años 80, representa un periodo crucial en la lucha por la igualdad de género. Pero, ¿qué lo hace tan fascinante? La historia nos enseña que los movimientos sociales no surgen en un vacío; son un reflejo de las tensiones entre las normas sociales y las ansias de cambio. En este contexto, explorar las fechas clave de la segunda ola del feminismo nos permitirá comprender no solo los hitos importantes de esta lucha, sino también el por qué de su inquebrantable relevancia en el presente.
Para abordar este asunto, es fundamental comenzar con un vistazo a sus orígenes. La segunda ola del feminismo surgió a finales de los años 50, en un contexto donde las mujeres empezaban a cuestionar el modelo de la «madre y esposa ideal», que había dominado la sociedad post-belicista. El famoso libro «La mística de la feminidad» de Betty Friedan, publicado en 1963, simboliza un punto de inflexión. El texto no solo da voz a la insatisfacción de muchas mujeres de su época, sino que también canaliza esa frustración hacia una demanda de igualdad y reconocimiento.
Una fecha clave en la cronología del feminismo es el 28 de agosto de 1963, cuando se llevó a cabo la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad. Este evento no solo fue significativo por su alegato a favor de los derechos civiles, sino que también fue un espacio emblemático donde líderes feministas como Friedan y mujeres de distintas razas y clases sociales unieron voces para reclamar derechos laborales y una mejor equidad. Pero, curiosamente, es en este evento donde también se evidencia una fractura; las mujeres eran convocadas, pero sus preocupaciones y demandas eran frecuentemente eclipsadas por las luchas más amplias de la comunidad afroamericana. Esto nos invita a cuestionar la interseccionalidad de la lucha feminista, que sería un eje central en las diásporas posteriores del feminismo.
El 1970 marcó otro hito: el primer Día Nacional de la Mujer se celebra el 26 de agosto. Esta fecha no solo evocaba el sufragio otorgado a las mujeres en 1920, sino que también se erigía como un grito colectivo que resonaba en las calles. Miles de mujeres se manifestaron para exigir derechos reproductivos, equidad salarial y la eliminación de la discriminación en las empresas. Aquí una vez más, la paradoja: a pesar de que las mujeres tenían el derecho de votar, su participación en la vida política y económica era escasa y fuertemente limitada.
El 1973 se convierte en un año decisivo gracias a la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos en el caso Roe vs. Wade. Este fallo legalizó el aborto y permitió a las mujeres ejercer control sobre sus cuerpos, una de las demandas más fundamentales de la segunda ola. No obstante, la radicalidad de esta conquista no fue universalmente celebrada. Por el contrario, provocó un ímpetu de reacciones en contra que aún perduran, invitándonos a reflexionar sobre la fragilidad de los derechos conquistados y los flujos de resistencia que se oponen a la autonomía femenina.
Si bien muchos consideran que el movimiento perdió fuerza hacia finales de los 80, diversos eventos marcaron el retorno de la agitación feminista. El 1986 es un buen ejemplo, con el lanzamiento de la «Red de Mujeres Contra el Acoso Sexual». Este fenómeno ilustra no solo la continuación de la lucha, sino también su constante evolución, adaptándose a nuevos contextos y desafíos. Este redescubrimiento en los años 80, además, subraya la relevancia de la solidaridad entre mujeres de distintas edades, etnias y contextos sociales, revelando una vez más que la experiencia del ser mujer es, en sí misma, diversa y compleja.
Por otro lado, la creación de campañas como «Take Back the Night» en los años 70 y 80 se convierten en un poderoso símbolo de resistencia ante la violencia sexual. Estas manifestaciones no solo se relacionan con la exigencia de justicia, sino que, además, proponen un espacio de empoderamiento colectivo que recuerda que la lucha feminista no es individual, sino profundamente comunitaria. La intersección entre la lucha feminista y la lucha contra la violencia de género se consolida como un eje esencial de la segunda ola.
Finalmente, no se puede hablar de la segunda ola del feminismo sin abordar sus críticas internas. La focalización en las experiencias de las mujeres blancas de clase media dejó de lado las narrativas de las mujeres de color y de clase trabajadora, lo que sembró semillas de descontento que florecerían en la tercera ola. Esta fragmentación es vital para entender que el feminismo es un espectro, un tejido de historias y luchas que, aunque pueden cruzarse, nunca deben ignorarse por completo.
Así, la segunda ola del feminismo, anclada en fechas claves que delinean su desarrollo, nos permite reflexionar sobre la relevancia de lo que ya ha sido conquistado y la alerta sobre lo que está en juego. La fascinación por este movimiento no es meramente un fenómeno académico; es la historia viva de luchas que continúan resonando en las discusiones de hoy. Con cada ola que emerge, encontramos nuevos motivos para luchar, para hablar y para pensar en un futuro más igualitario. La historia es un espejo, y el reflejo que vemos hoy es, sin lugar a dudas, la herencia de aquellas valientes que se atrevieron a desmantelar el silencio.