La lucha feminista, a menudo conceptualizada erróneamente como un clamor por la supremacía de las mujeres sobre los hombres, es en realidad un llamado apasionado a la igualdad de género, un grito de justicia que resuena en los corazones de millones aún hoy en día. En un mundo que se atraviesa entre el progreso y la regresión, el cuestionamiento sobre la necesidad del feminismo se convierte en un ejercicio fundamental de la conciencia social. En este sentido, es imperativo desentrañar por qué, a pesar de las apariencias, el feminismo sigue siendo una causa ineludible en nuestra existencia contemporánea.
Primero, debemos mirar a nuestro alrededor. Las cifras no mienten. Cada día, las mujeres enfrentan desigualdades flagrantes en diversas esferas de la vida. La brecha salarial de género sigue siendo un abismo inalcanzable, donde las mujeres, a igualdad de trabajo, perciben un salario inferior al de sus colegas masculinos. Según estadísticas recientes, las mujeres en España ganan de media un 23% menos que los hombres. ¿Es esto aceptable en pleno siglo XXI? La respuesta es un convencido no. Este desequilibrio salarial no es solo una cifra fría, es una manifestación palpable de la desvalorización del trabajo de las mujeres. Aquí se esconde la necesidad de un feminismo que no cese hasta que la equidad salarial sea una realidad indiscutible.
Además del aspecto económico, surgen realidades que son aún más perturbadoras: la violencia de género. Cada año, miles de mujeres son asesinadas a manos de parejas o exparejas. Esta violencia no es un eco del pasado; es un monstruo que persiste y se alimenta del machismo estructural que anida en nuestras sociedades. Las estadísticas pueden ser desgarradoras, pero son solo la punta del iceberg. Detrás de cada cifra hay una vida perdida y un profundo dolor que persiste en familias enteras. La lucha feminista se enfrenta a esta epidemia, abogando por leyes más estrictas y una educación que desafíe la cultura del silencio y la complicidad. ¿Nos atreveremos a ignorar estas realidades por mucho más tiempo?
El feminismo, por lo tanto, es un baluarte contra la violencia y la injusticia. Cada vez que un grito de auxilio queda ahogado, el feminismo se levanta para amplificarlo. Es un faro de esperanza para aquellas que han sido despojadas de su voz, un refugio donde se acepta que la lucha no es solo de las mujeres, sino un esfuerzo colectivo que involucra a toda la sociedad. La erradicación de la violencia machista no puede ser un labor exclusivo de las mujeres; requiere la complicidad activa de los hombres, quienes deben cuestionar su privilegio y su papel en este entramado de opresión.
A partir de aquí, nos adentramos en el ámbito del derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo. La lucha por el aborto seguro y legal sigue siendo un terreno de batalla en muchos países. La autonomía sobre el propio cuerpo es un principio fundamental que debería ser innegociable. Sin embargo, en muchos lugares, las restricciones y la estigmatización continúan asfixiando la libre elección. La política del cuerpo es un campo en el que el feminismo tiene voz y voto. La reivindicación de derechos reproductivos es un recordatorio de que el feminismo es una lucha por la libertad individual, la capacidad de decidir sin imposiciones y sin culpabilidad.
Sin embargo, el feminismo no solo se limita a las fronteras culturales o económicas; también se extiende hacia la interseccionalidad. Esto significa que, dentro de la lucha feminista, es preciso reconocer cómo otros factores como la raza, la clase socioeconómica, la orientación sexual y la identidad de género entrelazan la experiencia de las mujeres. No todas las mujeres experimentan la opresión de la misma manera, y la lucha feminista debe incluir un enfoque que no deje a nadie atrás. La justicia social debe ser total, y esta es una lucha que exige atención y respeto hacia todas las voces, no solo hacia las dominantes.
Finalmente, el feminismo es también un acto de resistencia. En un mundo donde el escepticismo crece, y la desinformación invade nuestras narrativas, el feminismo es una antorcha que ilumina la verdad. Es necesario seguir visibilizando las luchas y conquistas que, aunque a menudo se obvian, son esenciales para una sociedad que aspire a ser verdaderamente libre y justa. En un contexto de retrocesos en derechos alcanzados, el feminismo debe mantener viva la llama de la protesta, de la crítica, de la acción.
Por todo lo anterior, el feminismo no es solo necesario; es un imperativo moral. Hay realidades que no podemos, ni debemos, ignorar. La igualdad de género, la lucha contra la violencia machista, los derechos reproductivos y la interseccionalidad son solo las puntas de un complejo entramado que constituye la batalla feminista. Cada paso hacia la equidad y la justicia es un paso hacia un futuro donde, a pesar de lo que nos pueda dividir, sea la solidaridad y el respeto lo que nos una. La lucha continúa, y el feminismo sigue siendo el faro que nos guía en este camino hacia la transformación social.