¿Por qué las feministas rayan monumentos? Protesta o vandalismo

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La controversia en torno a la práctica de rayar monumentos durante las manifestaciones feministas ha suscitado un intenso debate, donde se entrelazan la indignación pública, las estrategias de visibilidad y la lucha por los derechos de las mujeres. Pero, ¿es esta acción simplemente un acto de vandalismo o tiene un trasfondo más profundo, un vocabulario necesario de protesta contra la opresión sistémica? Para abordar esta cuestión, es crucial desmenuzar el significado de estas intervenciones artísticas en el contexto de la lucha feminista y entender por qué tantas personas sienten la necesidad de alzar su voz de esta manera.

En primer lugar, vale la pena considerar la naturaleza de los monumentos en sí. Estos son a menudo símbolos de hegemonía, de la historia escrita por quienes han detentado el poder, y frecuentemente excluyen las contribuciones y sufrimientos de las mujeres a lo largo de la historia. Así, al rayar estos monumentos, las feministas no solo están manifestando su descontento, sino que están reescribiendo la narrativa que rodea el espacio público. Cada trazo de spray es un grito que dice: «Estamos aquí, nuestras historias importan».

La acción de rayar puede interpretarse como una forma de creación, una reimaginación del espacio social que transforma un símbolo de opresión en un canvas de resistencia. El uso de este medio provoca una respuesta visceral y rubrica la urgencia del mensaje. En vez de ser meras acciones de vandalismo, son actos de provocación estratégica que invitan a la reflexión colectiva. La rabia enlazada en esas marcas se convierte en un catalizador para el cambio, un recurso visual que grabará la lucha en la memoria cultural.

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A menudo se plantea la defensa de los espacios públicos como un pilar de la civilización, pero son los mismos espacios que han sido moldeados por una historia de exclusión. Cuando las feministas rayan un monumento, lo hacen para apoderarse de ese espacio, para desafiar la norma impuesta y para romper con el silencio que ha sido el telón de fondo de innumerables luchas no reconocidas. El uso de pintura o de mensajes escritos a mano es una declaración de que la lucha no será silenciada, que las historias de las mujeres no serán borradas ni olvidadas.

La violencia simbólica que se ejerce sobre los cuerpos de las mujeres y la trivialización de sus luchas requieren respuestas que escapen de lo convencional. La violencia sistemática de la que son objeto no se puede contrarrestar simplemente con argumentos en foros o paneles de discusión. A veces, es necesario canalizar la ira a través de actos que sacuden la conciencia del público, que obliguen a la sociedad a enfrentar lo que a menudo quiere ignorar. En este sentido, rayar monumentos es también una invitación a la conversación. Al escandalizar, al poner en jaque el concepto de lo que es “sagrado”, esas intervenciones invitan a la reflexión sobre la verdadera naturaleza de las instituciones que veneramos.

El concepto de vandalismo es, en cierto modo, un término que ha sido cooptado para deslegitimar las luchas que no se ajustan a los márgenes establecidos. Es una etiqueta que se lanza, como un dardo, para desviar la atención de las demandas legítimas que están detrás de la furia. La deshumanización del movimiento féminista se logra mediante la ridiculización de sus tácticas. Pero, ¿qué es el vandalismo sino una reacción a un sistema que viola constantemente los derechos fundamentales de las mujeres? La respuesta debe ser un cuestionamiento de la misma estructura social que provoca tales reacciones.

Las feministas que participan en estas intervenciones no actúan en un vacío; son parte de una extensa red de resistencia que ha sido alimentada por la historia. Si analizamos las razones que legislan su descontento, encontramos una mezcla de desazón, frustración y la profunda necesidad de hacer que su voz sea escuchada. Esta necesidad de rebelión contra lo establecido es casi primal, una defensa de la identidad femenina en un mundo que busca minimizarla. Y si rayar monumentos es lo que les permite hacerse visibles, entonces tal vez la pregunta no debería ser “¿protesta o vandalismo?”, sino más bien “¿qué estamos dispuestos a hacer para cambiar el statu quo?”

En la arena del activismo, el arte juega un papel fundamental; es, en esencia, un medio de resistencia. Atravesar esas esferas del arte y el activismo lleva a cuestionar lo que consideramos apropiado o inapropiado. Estas acciones no son solo un grito de rebeldía, son un manifiesto de existencia, una forma de recordar a quienes se niegan a ver que la lucha es, ante todo, una cuestión de vida o muerte para muchas mujeres. Cada rayo de spray puede ser un eco de las voces que no han sido escuchadas desde hace demasiado tiempo.

En conclusión, la controversia que rodea al rayo de monumentos por parte de feministas no se puede analizar sin tener en cuenta la profundidad del mensaje que se esconde detrás. La lucha por la equidad y el reconocimiento en un mundo que ha preferido silenciar a las mujeres nunca será un camino fácil. Sin embargo, lo que realmente se enmarca en cada acción es un acto de resistencia que localiza y desafía la opresión. En lugar de juzgar la práctica como simple vandalismo, es necesario hacer un esfuerzo por entender el lenguaje de la rabia y la resistencia que hay detrás, un lenguaje que urgentemente necesita ser escuchado y visibilizado.

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