¿Por qué rechazamos el nuevo curso del feminismo? Cambio o traición

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El feminismo, ese movimiento vibrante y multifacético que ha sido una fuerza de cambio social durante décadas, atraviesa un momento crucial. La pregunta que surge es: ¿por qué hay un rechazo creciente hacia el nuevo curso del feminismo que se dibuja ante nuestros ojos? ¿Es este un cambio necesario o, por el contrario, una traición a los ideales que nuestros antecesores han defendido con tanto fervor?

En primer lugar, es indispensable preguntarnos: ¿qué implica este nuevo curso del feminismo? Algunos lo ven como una evolución, un intento de incluir voces más diversas y experiencias más complejas. Otros, sin embargo, aducen que esta evolución diluye el mensaje central del feminismo. Así, la discusión se centra en si la inclusividad y la pluralidad son una expansión positiva de las ideas feministas o si, como revelan algunas voces críticas, constituyen un desvío peligroso.

A medida que las corrientes feministas se diversifican, algunas feministas sienten que se están alejando de la lucha histórica por la igualdad de derechos. Esta desviación provoca un legítimo desasosiego. Se habla de un «feminismo interseccional», que busca tomar en cuenta las múltiples identidades que intersecan las experiencias de las mujeres; sin embargo, su implementación ha generado controversia. ¿No se corre el riesgo de que este enfoque se convierta en un campo de batalla donde la identidad personal se superponga a la lucha común por la igualdad?

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Posicionar el feminismo interseccional como la única vía defendible nos plantea una paradoja: ¿podemos realmente hablar de solidaridad cuando las prioridades individuales comienzan a fragmentar el propósito colectivo? Este nuevo enfoque ha suscitado acaloradas discusiones que, en lugar de unir, han comenzado a dividir. La solidaridad se convierte en una palabra vacía si no logramos encontrar un terreno común en la lucha contra la opresión patriarcal.

Adicionalmente, el activismo online ha traído consigo un fenómeno que merece ser analizado. El auge de las redes sociales ha permitido que las voces feministas se multipliquen, pero también ha fomentado una cultura de la inmediatez y la polarización. En este entorno, se avanza hacia un feminismo de cancelación, donde se deslegitiman las opiniones disidentes de forma casi brutal. La realidad es que no todas las feministas están de acuerdo y esas divergencias merecen ser debatidas, no silenciadas.

Frente a esta nueva realidad, hay quienes reclaman un regreso a las raíces del feminismo: un enfoque de lucha que se centre en cuestiones fundamentales como la violencia de género, la brecha salarial y los derechos reproductivos. La pregunta es: ¿es este un retroceso o una necesidad legítima? La lucha por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos no debe ser sustituida por debates sobre qué identidad es más opresiva. Mantener claro el foco en la desigualdad de género podría ser precisamente lo que necesitamos para terminar con la confusión actual.

La traición en el feminismo no es solo ideológica; es también práctica. Se acusa a algunas figuras del feminismo contemporáneo de haberse acomodado en un activismo ligero, que no cuestiona suficientemente las estructuras de poder existentes. La apología del «feminismo de alto perfil» que solo se manifiesta en campañas de Instagram o hashtags se siente insuficiente para muchas. Hay quienes se preguntan: ¿realmente estamos avanzando cuando el activismo se ha convertido en un espectáculo mediático?

Por otra parte, este calendario de cambios también invita a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos como activistas. En un momento donde el machismo y el patriarcado aún prevalecen, ¿podemos permitirnos el lujo de dividirnos en lugar de unirnos? Si bien todas las voces deben ser escuchadas, el desafío es encontrar una forma de inclusión que no signifique perder de vista el objetivo común. La misión no es easy, pero es imperativa.

A medida que el feminismo evoluciona, las líneas se tensan. Ya no es suficiente venerar a aquellas que lucieron nuestras camisetas en las manifestaciones. La lucha continúa, y debemos cuestionar qué papel desempeñamos en ella. Es posible que algunas de las nuevas corrientes feministas estén llevando a la causa a un lugar de mayor inclusión; no obstante, el desafío seguirá siendo mantener la esencia y la lucha por la igualdad. ¿Nos hemos desviado hacia una aceptación vacía o estamos construyendo un puente hacia un futuro más robusto?

En última instancia, el diálogo debe ser el vehículo de transformación. La herencia feminista es rica y compleja; lejos de plegarla a una simple narrativa, debemos abrazar su diversidad sin olvidar su esencia. Cambiamos, sí; pero es fundamental que ese cambio no se traduzca en traición. El feminismo no se limita a ser un movimiento, es un legado que exige nuestra atención, respeto y, sobre todo, acción consciente y organizada. Con estos principios, quizás podamos juntos forjar un camino que no solo acoja la pluralidad, sino que también afirme con valentía el objetivo primordial: la emancipación total de todas las mujeres.

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