A.C.A.B. y feminismo: ¿Puntos de encuentro o desencuentro?

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En el vasto y a menudo tumultuoso paisaje de la lucha social contemporánea, dos canciones parecen resonar con particular intensidad: una proclama en las calles que reverbera con el acrónimo A.C.A.B. – «All Cops Are Bastards» – y la otra, el urgente clamor del feminismo, que exige equidad, reconocimiento y justicia. A menudo, ambas manifestaciones parecen actuar como dos corrientes opuestas, pero, ¿pueden realmente coexistir? ¿Son puntos de encuentro y desencuentro necesariamente excluyentes, o pueden entrelazarse en un potente tejido de resistencia?

Para comenzar a desentrañar esta compleja relación, es fundamental comprender la esencia de ambas posturas. A.C.A.B., como manifiesto de descontento hacia las instituciones policiales, se arraiga en la experiencia de comunidades que históricamente han sido sometidas a la violencia, el racismo y la criminalización sistemática. Por otro lado, el feminismo aboga por la liberación de las estructuras patriarcales que no solo oprimen a las mujeres sino a toda la sociedad, invitando a cuestionar la violencia de género y el abuso de poder que, trágicamente, no escapa a las manos de quienes deberían ser los garantes de nuestra seguridad.

Imaginemos, por un momento, el sistema policial como un gigante de dos caras: una mirada que, al son de la autoridad, reitera la promesa de protección y otra, más oscura, incrustada en la brutalidad y el abuso. Este dualismo puede resultar desconcertante. Tanto feministas como activistas de A.C.A.B. se encuentran en la intersección de una lucha compartida contra la opresión, pero el matiz que acompaña a cada movimiento es, indiscutiblemente, distinto.

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Es en esta encrucijada donde emergen los puntos de encuentro. Las mujeres que viven en comunidades vulnerables enfrentan la represión no solo de los hombres en sus vidas, sino también de un sistema que, en lugar de protegerlas, a menudo perpetúa su sufrimiento. La violencia de género, aunada a la violencia estatal, se convierte en un fenómeno sistémico que se expressa en la brutalidad policial. Las voces del feminismo pueden resonar poderosamente en el coro de A.C.A.B., porque ambas luchas comparten una raíz común: la lucha contra la injusticia y la opresión en todas sus formas.

Sin embargo, el camino hacia el entendimiento no está exento de desafíos. Aquí es donde comienzan los desencuentros. Para muchos feministas, la retórica de A.C.A.B. puede resultar problemática. Existe un temor que anida en algunos sectores de que esta consignación pueda desvirtuar la lucha por la igualdad de género, o incluso, anular el esfuerzo de aquellas que, dentro de la policía, han luchado por implementar enfoques más sensibles y humanitarios. La idea de que todas las fuerzas policiales son inherentemente corruptas puede, para algunos, socavar el trabajo arduo que muchas mujeres hacen en instituciones destinadas a proteger a la ciudadanía.

Además, no se puede ignorar que el movimiento feminista no es monolítico. Dentro de él coexisten diversas corrientes; algunas más radicales abogan por la abolición de la policía, mientras que otras proponen reformas estructurales que mantengan algunas instituciones tal como están. Esta diversidad crea un espacio fértil pero, a su vez, propenso a la fractura, donde cada postura puede rechazar o ignorar la experiencia del otro. De este modo, el gran dilema se presenta: ¿cómo lograr una sinergia entre el radicalismo de A.C.A.B. y el enfoque reformista que predican algunas feministas?

Un posible camino hacia la reconciliación radicaría en el establecimiento de diálogos abiertos, donde cada esquina de esta lucha pueda ser examinada sin prejuicios. En este sentido, sería provechoso recordar que tanto A.C.A.B. como el feminismo deben mirar más allá de la violencia visibles y explorar la violencia estructural y sistémica que sostiene las inequidades. Un desafío común es desmantelar la narraficación que asocia poder con autoridad. Aquí, las mujeres pueden encontrar una voz poderosa cuando abren caminos de colaboración con aquellos que buscan desestabilizar la violencia del estado.

El futuro, entonces, se dibuja no a base de las divisiones sino en la identificación de una lucha más amplia que abarque y considere las intersecciones entre raza, clase y género. Es fundamental que ambas comunidades se unan en la denuncia de la violencia que se despliega en múltiples frentes, pues, al hacerlo, multiplican su capacidad de resistencia. Imaginen un movimiento en el que el grito de A.C.A.B. complemente al mantra feminista, creando un clamor sordo que resuene en cada rincón donde aquellos que buscan opresión se encuentren.

En última instancia, la relación entre A.C.A.B. y el feminismo no debe ser un campo de batalla sino un espacio de reconciliación. La solidaridad nacida de la comprensión mutua puede generar un nuevo tipo de activismo que desafíe las normativas opresivas. Así, en lugar de cortar puentes, debemos construirlos. Al final del día, el objetivo sigue siendo el mismo: un mundo más justo e igualitario. Y si juntos pueden lograrlo, quizás el eco de sus voces resuene con más fuerza que nunca, convirtiendo el ruido de la protesta en armonía.

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