¿A las feministas les gusta duro? Desmitificando estereotipos absurdos

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¿A las feministas les gusta duro? Esta pregunta, que puede parecer inocente en su formulación, revela la existencia de estereotipos grotescos que, como sombras, persiguen a las mujeres que se identifican con el movimiento feminista. Implícitamente, sugiere que las feministas son seres asépticos, incapaces de disfrutar de la sexualidad, o que, en su afán por la igualdad, han enterrado sus deseos más primitivos. Esta noción es tan absurda como obsoleta. Es hora de desmitificar estos estereotipos que, en el fondo, sólo perpetúan la violencia y el control

Una de las primeras imágenes que surgen en la mente de quienes sostienen esta creencia es la figura de una feminista como una mujer reprimida, cuya existencia gira en torno a un permanente desdén hacia el placer. Este arquetipo es el resultado de siglos de desinformación, donde el placer femenino ha sido relegado al ostracismo y, cuando se menciona, es a menudo en términos de culpa o vergüenza. Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿es esto realmente lo que representa el feminismo? En absoluto.

El feminismo, en su esencia, busca la liberación y la autoexpresión, y esto incluye la sexualidad. Plantear que a las feministas no les gusta “duro” es, en última instancia, negarles la capacidad de experimentar y disfrutar de su cuerpo, sus deseos y sus límites. De hecho, muchas feministas abogan por una sexualidad plena, donde la intensidad es bienvenida, siempre y cuando se ejerza en un marco de consentimiento y respeto. No se trata de un placentero descontrol; más bien, se trata de la reivindicación del poder personal, de reconocer y no demonizar lo que se desea.

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Despojémonos, entonces, de la idea de que el feminismo es antagónico del deseo. La sexualidad es un espectro amplio y diverso, donde la dureza de las experiencias puede ser tanto física como emocional, y los límites, a menudo, pueden estar marcados por las normas socioculturales de la opresión masculina. Las feministas están, de hecho, en una exploración constante de esos límites, analizando no sólo qué es lo que desean, sino también cuestionando quiénes lo dictan. A veces, eso conlleva darse una oportunidad para experimentar algo “duro”, siempre bajo la premisa del consentimiento mutuo.

Asimismo, es imperativo abordar el concepto de violencia en el contexto de la sexualidad. Vivimos en una sociedad que ha normalizado la agresión como una forma de expresión del deseo masculino, a menudo ensalzada en los medios de comunicación. Sin embargo, es crucial para las feministas diferenciar entre ese tipo de violencia y el consentimiento claro y entusiasta. Defender una sexualidad intensa no significa propagar el paradigma patriarcal donde la violencia es un jugar a la seducción; implica, en cambio, una confrontación valorativa sobre lo que se desea y se ofrece, explorando, incluso, las dinámicas de poder en la intimidad.

La curiosidad es, en varios sentidos, la antítesis de la represión. Las feministas suelen ser curiosas sobre su propia sexualidad y sus deseos, lo que conlleva a la exploración. La idea de que las feministas podrían vivir su deseo de manera “light” es una generalización peligrosa que cierra puertas y espacios de experimentación. La sexualidad, en su forma más cruda, puede ser el camino hacia la autodescubrimiento. Y cuando las feministas se atreven a experimentar con la dureza—en sus diversos matices—lo hacen desde una posición de empoderamiento y control.

Además, al considerar el enfoque feminista hacia la sexualidad, también es fundamental reconocer que se busca desmantelar el patriarcado. Esta lucha implica entender cómo la cultura de la violación ha moldeado la narrativa en torno a la sexualidad femenina y la percepción de lo que constituye “duro”. Así, se presenta una oportunidad distinta: no sólo se trata de practicar una sexualidad libre de culpa, sino también de transformar el propio discurso en torno al deseo, hacia una visión que celebre la diversidad de las experiencias femeninas.

En consecuencia, la pregunta inicial—“¿A las feministas les gusta duro?”—debería modificarse. En lugar de buscar una respuesta fácil, se podría replantear en términos de deseo, límites y consentimientos. Así, volvería a la esencia del feminismo: ser capaces de definir lo que queremos y deseamos, en términos que sean nuestros. La sexualidad no se puede encasillar ni resumir en estereotipos; es un espacio que debe ser cultivado con autonomía y placer.

Y aquí se encuentra la ironía y la belleza del feminismo: se trata de abrir puertas, no de cerrarlas. Se trata de celebrar la sexualidad en toda su complejidad, desterrando la idea de que el deseo femenino debe ser moderado o limitado. Una revolución de la sexualidad que desafía la noción de que unas cuantas definiciones primitivas deberían dictar sobre nuestro cuerpo y nuestras elecciones. La sexualidad, y más aún, la sexualidad feminista, se desbordará si conquistamos un espacio donde nos sintamos seguras para explorar, desafiar y, sí, disfrutar de lo “duro” si así lo deseamos.

Este movimiento hacia la aceptación y la exploración es, en esencia, un rechazo a los estereotipos absurdos. Al final del día, la respuesta a la pregunta no es simplemente un “sí” o un “no”, sino un estruendoso “depende”. Porque la sexualidad de cada mujer es un viaje, y como tal, debe ser explorado sin límites ni juicios. En esta lucha, cada deseo cuenta, y cada deseo es válido. Abracemos la dureza, la suavidad, y todo lo que hay entre ambos.

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