La pregunta sobre a quién votar si somos feministas y además abrazamos la causa ecologista es un dilema que no se puede tomar a la ligera. Nos encontramos en un momento crucial de nuestra historia, donde las decisiones que tomemos en las urnas pueden ser el impulso que transforme nuestra sociedad en una más igualitaria y sustentable. Las mujeres han luchado arduamente a lo largo de la historia por sus derechos, un camino que culminó en el voto femenino, un derecho que hemos heredado, pero que debemos ejercer con responsabilidad. Así, ¿cómo podemos alinear nuestras convicciones sobre la igualdad de género y la urgencia ecológica en un solo voto?
El feminismo y el ecologismo no son solo corrientes de pensamiento, son movimientos que exigen transformación y justicia. Pero, ¿cómo podemos encarnar estas dos luchas simultáneamente? En primer lugar, es fundamental reconocer que el patriarcado y el capitalismo han sido culpables en gran medida de la explotación de ambos, la mujer y la naturaleza. La urgencia de la crisis climática y la lucha por la equidad de género son, en muchos aspectos, fusiones. La pobreza, que afecta desproporcionadamente a las mujeres, es exacerbada por la desigualdad social, la falta de acceso a recursos y la violencia sistemática. Ambos problemas requieren un enfoque interseccional, en el cual se entrelazan las luchas y se cuentan las voces de quienes han sido históricamente desposeídos.
Así, cuando un feminista verde se enfrenta a la decisión de a quién votar, es necesario evaluar a los candidatos no solo por sus promesas en materia de igualdad de género y protección ambiental, sino también por su capacidad de integrar ambos ámbitos, en lugar de verlos como dimensiones separadas de un mismo dilema social. Algunos partidos y candidatos aparecen en el horizonte político con programas que, aunque parecen inclusivos, a menudo no cumplen con las expectativas feministas. Las políticas que no incorporan una perspectiva de género en la sostenibilidad no son más que medidas temporales que perpetúan las desigualdades.
Estamos en una era en que la conciencia ambiental ha permeado la sociedad, pero lo que a menudo se olvida es que el costo de la inacción se paga, principalmente, con el trabajo y la vida de las mujeres. En muchas comunidades, ellas son las responsables de la recolección de agua y leña, y sufren en carne propia las consecuencias del cambio climático. Los discursos vacíos de los políticos, que prometen salvaguardar el planeta, son ineficaces si no abordan la raíz de la desigualdad que afecta a la mitad de la población mundial. Por ello, ¿cómo juzgar a un candidato que reivindica el ecologismo y la igualdad? La respuesta radica en su historial y sus acciones concretas.
Analicemos, por ejemplo, aquellas propuestas que integran la lucha feminista con medidas ecológicas. Algunos partidos han comenzado a incluir en sus plataformas la promoción de la participación de las mujeres en el ámbito de la política ambiental. Ellas deben ser parte activa en la creación de políticas que afectan su existencia y su entorno. No se trata de una cuestión de añadiduras; es una exigencia vital. La diversidad en la toma de decisiones no solo enriquece el debate, sino que también genera soluciones más efectivas a problemas complejos. Candidatos que tienen una historia de apoyo a las organizaciones feministas y que han trabajado en iniciativas de desarrollo sostenible son aquellos que merecen nuestra atención.
Una visión comprometida con la equidad de género en el entorno ecológico también implica que debemos levantar la voz contra la explotación de recursos naturales, que muchas veces se lleva a cabo sin considerar los derechos de las mujeres ni la preservación del medio ambiente. Algunos candidatos han fallado en reconocer que, en su afán por atraer inversiones e industrializar, han ignorado a las comunidades más vulnerables. Es ahí donde las mujeres, tanto en el campo como en la ciudad, se ven despojadas de sus derechos y sus territorios. Votar por aquellos que entienden la importancia de vincular la justicia social con la justicia ambiental es un deber cívico.
No obstante, el contexto de la política española se complica. La fragmentación del panorama político invita a pensar en la coalición de fuerzas que puede gestar una política verdaderamente inclusiva. La cuestión no es únicamente de partidos, sino de alianzas que eleven la calidad del debate y propongan soluciones integrales. Votar por opciones que consideren a la mujer y al medio ambiente como partes indivisibles de su estrategia política es, en última instancia, un acto de reivindicación.
Al final del día, lo que necesitamos son elecciones que se desmarquen de la retórica vacía y de la promesa ilusoria. Votar, en este sentido, se transforma en un acto de rebelión, un compromiso que afirmamos cada vez que depositamos nuestra papeleta en la urna. La lucha por la igualdad y la ecología no debe separarse en nuestras elecciones, sino que deben coexistir como dos caras de una misma moneda. La urgencia con la que nos enfrentamos a tales crisis requiere de soluciones audaces, y esas soluciones deben surgir de un electorado consciente, empoderado y, sobre todo, comprometido con el cambio.
Así que, cuando lleguemos a las urnas, recordemos que cada voto es una declaratoria de intenciones. Que cada elección sea una oportunidad para sembrar un futuro donde la equidad de género y la sostenibilidad sean los pilares de nuestra sociedad. Solo entonces podremos aspirar a una nueva era de justicia, donde el eco de nuestras voces se escuche, no solo en las asambleas, sino también en el tejido del planeta que habitamos.