Amaia Orozco apuesta por una renta básica feminista: Una revolución económica

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En un mundo donde la economía sigue un compás que parece ignorar las voces de las mujeres, la propuesta de Amaia Pérez Orozco en favor de una renta básica feminista surge como un faro de esperanza. Orozco no solo plantea un cambio en la economía; su propuesta es un auténtico acto de rebeldía. Hacer resonar su idea es invocar un nuevo paradigma donde la justicia de género y la equidad son protagonistas indiscutibles de la economía. Pero, ¿qué es realmente esta renta básica feminista y por qué se presenta como una revolución económica?

La renta básica feminista representa más que un simple ingreso garantizado; simboliza un déficit de valor que se ha perpetuado por siglos. En este sentido, la economía tradicional ha estado diseñada casi exclusivamente desde una visión patriarcal, donde las contribuciones de las mujeres, ya sean laborales o en el hogar, han sido sistemáticamente desestimadas. Orozco se atreve a desafiar este orden establecido. Propone que se reconozcan y recompensen adecuadamente los trabajos de cuidados —una labor invisible indispensable para la economía— promoviendo así un equilibrio en las relaciones económicas.

Siguiendo el hilo de su argumento, Orozco sostiene que la renta básica feminista es una herramienta que buscaría nivelar el terreno de juego. En la actualidad, las mujeres son las que más sufren la precariedad. Atrapadas en ciclos de trabajos mal remunerados o en el intrigante laberinto del cuidado familiar, su participación en la economía sigue siendo considerada un mero accidente. Este nuevo enfoque no es solo pragmático, es una invitación a romper con las cadenas que históricamente han limitado la libertad económica de las mujeres.

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La metáfora de un “nuevo amanecer” puede sonar cursi, pero evoca la esperanza que la renta básica feminista sugiere. Mientras el sol se levanta sobre un sistema que ha oscurecido las voces femeninas durante milenios, Orozco pinta un futuro donde cada mujer puede levantarse sin el lastre de la inseguridad financiera. Uno de los argumentos más contundentes a favor de esta renta es la seguridad que ofrece. En lugar de acoplarse a la incertidumbre del día a día, las mujeres podrían enfocar sus energías en el desarrollo personal y profesional. Este cambio de perspectiva, de sobrevivir a prosperar, es un verdadero acto revolucionario.

Los escépticos podrían alegar que esta renta básica feminista no podría ser sostenible. Pero Orozco desmantela esta crítica de manera ardiente, argumentando que cualquier verdadera revolución económica debe cuestionar las estructuras que perpetúan la desigualdad. ¿No es acaso irónico que los mecanismos de acumulación que permiten la opulencia de unos pocos se sigan considerando inviolables? Al romper con la lógica de la escasez, la renta básica feminista abre la puerta a nuevas formas de entender y distribuir la riqueza. Además, al embellecer el trabajo de cuidado, se fomenta un sistema en el que todos se benefician, tanto en lo económico como en lo social.

Consideremos la implicación de este modelo en las políticas públicas: un sistema de renta básica feminista no solo sustituiría las ayudas temporales del gobierno; redefiniría las prioridades de la economía. Las decisiones presupuestarias históricamente sesgadas hacia modelos masculinos comenzarían a equilibrarse. La salud, la educación, y el bienestar social se convertirían en pilares de inversión crítica, constituyendo un círculo virtuoso donde se reconocen y valoran las contribuciones feministas a la sociedad.

A medida que se replantea la sostenibilidad de la renta básica feminista, es imperativo considerar su posibilidad en el contexto global. En sociedades donde la pobreza y la desigualdad son rampantes, invertir en las mujeres no solo tiene sentido ético, sino también práctico. Cada euro que se destina a mujeres se multiplica en beneficios para la comunidad. La resiliencia económica crece cuando las mujeres prosperan, creando un ecosistema donde todos pueden florecer.

Sin embargo, es crucial reconocer que la lucha por la renta básica feminista no se aisla de otros movimientos sociales. La interseccionalidad es esencial. Las mujeres de color, las mujeres migrantes, las que pertenecen a la diversidad funcional, entre otras, deben ser escuchadas y sus contextos considerados. La revolución económica que propone Orozco no debe ser una utopía limitada; debe abarcar a todas. Si la meta es una economía inclusiva, la conversación debe ser amplia y comprensiva, reconociendo la pluralidad de voces dentro del feminismo.

Por último, esta revolución económica es, en última instancia, un llamado a la acción. Instituciones, gobiernos y activistas deben unirse para avanzar. La renta básica feminista no es un discurso vacío: es una invitación a cuestionar, a visualizar, a actuar. Esta propuesta no sólo busca transformar la economía; busca reescribir la narrativa de lo que significa ser mujer en el siglo XXI. En un mundo donde aún se libra batallas por la igualdad, la intervención de Orozco ilumina el camino hacia una nueva concepción de trabajo, valor y, sobre todo, dignidad.

En conclusión, la renta básica feminista es una declaración de intenciones. Una revolución económica que se atreve a desafiar lo convencional y a abrazar lo justo. Es un avance hacia un mundo donde no solo se habla de equidad de género sino que se vive, donde el bienestar y la prosperidad de las mujeres son prioridades absolutas en la agenda económica global. Queda, entonces, la cuestión: ¿estamos listos para dar el salto hacia esta transformación? Esa es la verdadera revolución que esperábamos.

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