¿Cuál es la diferencia entre sufragismo y feminismo? Historia de dos luchas

0
7

La historia del sufragismo y el feminismo es un relato de resistencia, de luchas entrelazadas en un contexto social que, a menudo, ha desdibujado las diferencias que las separan. Aunque ambas corrientes comparten un objetivo común: la equidad de género, sus enfoques y trayectorias tienen características distintivas que vale la pena explorar. En esta intrincada danza entre el sufragio y el feminismo, encontramos matices que revelan la complejidad de la búsqueda de igualdad.

El sufragismo, a menudo presentado como la lucha por el derecho al voto, es una rama del movimiento social que emergió durante el siglo XIX y principios del XX. Las sufragistas, principalmente mujeres de clase media y alta, se organizaron en campañas para obtener la franquicia electoral. Su lucha era esencialmente política, una batalla centrada en derribar las barreras que impedían a las mujeres participar en el proceso democrático. Sin embargo, es fundamental reconocer que el sufragismo no abarcaba todas las dimensiones del género; su enfoque estaba muchas veces limitado a las preocupaciones de un grupo específico, dejando de lado a las mujeres de clases trabajadoras y personas de grupos marginalizados.

Por otro lado, el feminismo se erige como un movimiento mucho más amplio y complejo. Nace de una insatisfacción con la opresión sistemática que las mujeres enfrentan en diversas esferas: social, económica, cultural y política. Mientras que el sufragismo se enfocaba en un derecho específico, el feminismo busca una reestructuración integral de las relaciones de poder. En este sentido, el feminismo es un mar profundo que abarca múltiples corrientes, desde el feminismo liberal que propone reformas dentro del sistema existente, hasta el feminismo radical que cuestiona las propias bases del patriarcado y busca una transformación total de la sociedad.

Ads

Para entender la distancia que existe entre ambos movimientos, es necesario ahondar en sus orígenes. El sufragismo troceaba la opresión de género en una exigencia concreta. Las mujeres querían ser escuchadas, deseaban participar en las decisiones que les afectaban directamente. Pero esta voz, a menudo, resonaba en un eco que solo contemplaba a las mujeres blancas y anglosajonas. En cambio, el feminismo, particularmente en su vertiente interseccional, abriga las luchas de todas aquellas cuyas voces han sido marginadas: mujeres de color, mujeres LGBTQ+, y aquellas que habitan en la pobreza. Este feminismo inclusivo es, en su esencia, un reconocimiento de que las opresiones son diversas y no pueden ser tratadas de manera aislada.

Las sufragistas, en su incansable búsqueda por el voto, fueron capaces de construir conexiones estratégicas y movilizar a mujeres en masas. La resistencia se plasmaba en marchas, manifestaciones y una fachada pública que seducía a las masas. A menudo, estas activistas recurrían a la imagen de la ‘madre como cuidadora del hogar’ para atraer a otros a su causa, apelando a valores socialmente aceptados. Sin embargo, la ironía radica en que, a menudo, dejaban de lado las luchas de otras mujeres que no encajaban en este modelo idealizado. El sufragismo se convirtió en el arco que lanzaba la flecha hacia la caja de las urnas, pero dejó fuera el poderoso arsenal de requisitos que abogan por la equidad en todos los aspectos de la vida.

Asimilar la llegada del feminismo en el contexto del sufragismo es como contemplar la metamorfosis de una mariposa: el sufragismo fue un capullo; cómodo, pero restringido. El feminismo, en cambio, representa el vuelo audaz hacia lo desconocido. Rechaza las limitaciones impuestas por el sufragismo y ofrece un espacio para cuestionar, para explorar y expandir las definiciones de igualdad y justicia. En lugar de asumir que el derecho al voto es la cima de todas las conquistas, el feminismo desafía esa noción, invitando a un debate más amplio. No basta con ser votantes; se necesita una transformación de cómo se concibe y se valoriza la contribución de las mujeres en todos los ámbitos.

Esa transformación exige, entre otras cosas, la desradicalización de las nociones tradicionales de éxito y poder. La idea de emancipación tiene que desvincularse de lo que se entiende como ‘poder’ en un sentido patriarcal. Por eso, en sus diversas manifestaciones, el feminismo busca redefinir el poder y, a su vez, genera una tensión necesaria con las estructuras existentes que perpetran desigualdades. Este enfoque expansivo se convierte en la solución al dilema del sufragismo: no se trata únicamente de un voto, sino de las vidas que se viven tras ese sufragio.

En conclusión, al examinar el sufragismo y el feminismo como dos corrientes que, aunque comparten su lucha por la equidad, presentan diferencias notables en sus enfoques y objetivos, se revela una narrativa que es rica en complejidades. El sufragismo, símbolo en su época, ha sido un paso intermedio, una isla en un vasto océano de luchas interseccionales. El feminismo emerge entonces no como un antagonista del sufragismo, sino como su evolución, fortaleciendo el llamado a no solo romper cielos de cristal, sino también a construir puentes hacia un futuro donde el género no defina el valor social. Las luchas no se cancelan mutuamente; se potencian, cada una resonando con la otra, creando un eco de cambio que debe ser cohesivo y, sobre todo, inclusivo.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí