En la encrucijada de la economía global, donde las narrativas hegemónicas a menudo desestiman las experiencias de las mujeres, surge la economía feminista como un faro de esperanza. En este contexto, construir puentes entre el Sur Global y espacios como Euskal Herria puede resultar no solo enriquecedor, sino esencial para reimaginar el modelo económico actual. Desde Centroamérica, donde las mujeres han estado a la vanguardia de las luchas por la justicia social, hasta las tierras vascas, las experiencias se entrelazan en un tejido de resistencia y empoderamiento.
La economía feminista, a diferencia de la economía convencional, no se limita a análisis cuantitativos abstractos; se fundamenta en experiencias directas, en las necesidades reales de las mujeres y sus comunidades. En Centroamérica, las mujeres han desarrollado prácticas económicas que desafían las estructuras patriarcales y capitalistas. El enfoque en la economía del cuidado, por ejemplo, destaca la importancia de las actividades no remuneradas y su contribución al bienestar social. Este paradigma debe ser adoptado y adaptado en Euskal Herria, donde las desigualdades de género persisten, aunque en diferentes formas y manifestaciones.
El primer paso en este proceso es reconocer los puntos de intersección. A través del análisis de las economías locales, podemos vislumbrar las disparidades existentes que son invisibilizadas en el discurso dominante. En Centroamérica, el acceso limitado a la tierra, los recursos económicos y la educación crea un ciclo que perpetúa la pobreza. De igual manera, en Euskal Herria, a pesar de disponer de mayores recursos, las mujeres aún enfrentan barreras que obstaculizan su autonomía económica. Este eco entre realidades diversas provee un terreno fértil para el aprendizaje mutuo.
Vale la pena mencionar el trabajo de las cooperativas en Centroamérica, donde las mujeres han encontrado formas innovadoras de organización que no solo generan ingresos, sino que también fortalecen la cohesión comunitaria. La cooperación se presenta como una alternativa al individualismo del capitalismo, cimentando una economía basada en redes de apoyo mutuo. En Euskal Herria, las cooperativas gozan de un amplio reconocimiento, pero la integración de un enfoque feminista en su funcionamiento aún está en pañales. ¿Qué pasaría si las cooperativas del País Vasco se fueran diseñadas teniendo en cuenta las lecciones aprendidas de sus contrapartes del Sur? La inclusión de voces diversas, en lugar de perpetuar un modelo homogéneo, enriquecería la experiencia del cooperativismo.
Además, es crucial abordar el ámbito de la educación económica. En este sentido, el papel de la educación popular es vital. En Centroamérica, campesinas y líderes comunitarias han implementado talleres de concienciación que van mucho más allá de la teoría, empoderando a mujeres a través de la práctica. Este aprendizaje holístico resuena con el movimiento en Euskal Herria que, aunque puede parecer distante, comparte la meta de desmantelar estructuras de poder. Convertir las aulas en espacios de diálogo, intersección y activismo es esencial para fomentar un entendimiento crítico de la economía feminista.
Por supuesto, la economía feminista también interroga las nociones mismas de lo que constituye el ‘éxito’ en la economía. En lugar de medir el progreso únicamente a través del crecimiento del PIB, se debe ampliar el enfoque hacia el bienestar comunitario, la salud y la equidad. Este cambio de paradigma, que puede parecer utópico, ha sido cultivado en contextos en los que el valor de la vida se prioriza por encima del capital. En Euskal Herria, esta noción debe intensificarse, cuestionando así los relatos lineales que han dominado la economía tradicional. Un futuro donde la prosperidad se define en términos de bienestar colectivo es posible, pero requiere de audacia y compromiso.
El eco de las luchas de mujeres en Centroamérica debe resonar en Euskal Herria, incentivando una reflexión profunda sobre la interdependencia de nuestras luchas. La crisis climática, la pandemia de COVID-19 y otras problemáticas contemporáneas han demostrado que un mundo interconectado exige soluciones holísticas que no dejen a nadie atrás. Las experiencias acumuladas por mujeres en el Sur Global ofrecen lecciones imperativas para diseñar políticas públicas que realmente respondan a las necesidades de todas; no solo de las élites económicas.
Y al final, se trata no solo de aprender, sino de cultivar una solidaridad genuina. Es un llamado a la acción, no sólo a nivel individual, sino también a nivel colectivo. La economía feminista no es solo un campo académico; es una práctica de resistencia y transformación que puede empoderar a las féminas en toda su diversidad. Desde las luchas en la agricultura familiar en la región centroamericana, hasta la defensa del entorno en el País Vasco, cada acción cuenta, cada voz en la intersección del activismo se convierte en un rugido colectivo. En definitiva, al vincular estas experiencias, se da forma a un tejido social más fuerte, donde la economía feminista no es una mera teoría, sino una realidad vivida y luchada.