¿De dónde viene la huelga feminista? Esta pregunta, aparentemente sencilla, se enreda en la complejidad de la historia social y política de las mujeres en todo el mundo. Desde sus inicios, la lucha feminista ha sido visteada de reivindicaciones que buscan la igualdad y el respeto hacia las mujeres. Pero, ¿qué catalizó la necesidad de esta forma de protesta? ¿Es la huelga feminista un mero eco de las luchas del pasado o hay lecciones profundas que aprender de sus raíces?
La historia de la huelga feminista es un relato apasionante, lleno de bravura y determinación. En sus primeras manifestaciones, se puede rastrear hasta el siglo XX, cuando las mujeres comenzaron a organizarse en colectivos que abogaban por sus derechos laborales y sociales. Los movimientos de sufragio y las huelgas de trabajadoras en fábricas textileras en Europa y América del Norte constituyen algunos de los primeros destellos de lo que más tarde se consolidaría como huelga feminista. Por ejemplo, en 1908, un grupo de mujeres en Nueva York se lanzó a las calles para exigir mejores condiciones laborales. Era 8 de marzo, un día que luego se convertiría en símbolo de la lucha feminista en todo el mundo.
Adentrándonos en la historia, encontramos que el 28 de febrero de 1909 se conmemoró el primer Día Nacional de la Mujer en Estados Unidos, impulsado por el Partido Socialista. Este fue un aliciente para que, años más tarde, en 1910, Clara Zetkin, una destacada feminista alemana, propusiera la instauración de una Jornada Internacional de la Mujer. Se había encendido la chispa que, con el paso de los años, alimentaría la hoguera de la lucha feminista global.
Los años veinte y treinta fueron testigos de un aglutinante enfoque de las mujeres hacia los derechos políticos y laborales. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial hizo que muchas de ellas tuviesen que sentar sus bases en la economía de guerra, mártires del proletariado que asumieron roles laborales en ausencia de hombres. Esta era trajo consigo el reconocimiento de su capacidad y un resplandor de conciencia social. Pero, ¿por qué, entonces, en el transcurso de las décadas, la huelga feminista mantuvo una vigencia que parecía rebasar el tiempo?
La respuesta puede encontrarse en la balanza de las desigualdades que, todavía hoy, persisten: la violencia de género, la brecha salarial, el acoso en el trabajo y la falta de representación en puestos de toma de decisiones. En este contexto, durante los años setenta, la revolución feminista brota con fuerza, canalizando energías hacia el ámbito no solo laboral, sino también familiar y social. Y de ahí surge un fervor renovado por huelgas que reclaman derechos integrales y no meramente laborales.
Si tomamos como referencia la huelga feminista del 8 de marzo, en 2017, esta se consolidó como una acción mundial, uniendo voces de diferentes culturas y realidades ante un mismo clamor: el derecho a existir sin miedo. Pero, ¿qué ocurre cuando la voz de las mujeres es ignorada por la estructura patriarcal que rige nuestra sociedad? ¿Acaso el silencio que se establece se convierte en una callada complicidad? La respuesta a estas interrogantes invoca a la acción: ha llegado el momento de crear una disrupción en la narrativa social, y la huelga feminista es uno de los métodos más potentes con los cuales contamos.
Hay que señalar que la huelga feminista no es un fenómeno homogéneo ni aislado. Cada país ha visto cómo se ha adaptado a sus contextos y necesidades específicas. En España, por ejemplo, el 8 de marzo de 2018 se marcó con una dimensión espectacular, con miles de mujeres en las calles clamando por la igualdad de derechos. Este evento no solo abogó por mejores condiciones laborales, sino que también buscó desmantelar las estructuras de opresión que perpetúan la violencia de género, es decir, un ataque frontal a la cultura patriarcal. Es un recordatorio contundente de que las luchas feministas son la convergencia de muchas voces, donde cada grito es significativo.
Entonces, volviendo a la pregunta inicial, ¿de dónde viene la huelga feminista? Proviene de un legado profundo de resistencia y un llamado inquebrantable a la acción. Venimos de la tradición de las mujeres que se levantaron en fábricas, de las sufragistas que marcharon por derechos políticos y de las activistas que todavía hoy luchan por un mundo donde se escuche la voz femenina. Las huelgas feministas nos han enseñado que, aunque podemos tener diferentes luchas, el objetivo es uno solo: la igualdad plena y la erradicación de la violencia en todas sus formas.
En este sentido, cada 8 de marzo no solo se conmemora un pasado de lucha, sino que se pone de manifiesto un futuro que aún deseamos construir. La huelga feminista es, en última instancia, una plegaria de resistencia que provoca reflexión y, sobre todo, acción. Sí, la historia es testigo de nuestros pasos, pero el futuro nos invita a seguir avanzando. ¿Estamos listas para dar ese paso, nuevamente, juntas?