Cuando pensamos en la izquierda política, es inevitable asociarla con la lucha por la igualdad. Sin embargo, un sector aparentemente disonante ha surgido en los últimos tiempos: aquellos que se declaran de izquierdas pero desestiman el feminismo. ¿Es esto una contradicción o una nueva expresión de la compleja realidad social? Aquí nos encontramos ante un dilema que invita a la reflexión.
En principio, el feminismo se erige como una lucha por la emancipación, un propósito que, en teoría, debería ser congruente con los ideales de la izquierda. Pero, curiosamente, la negación del feminismo por parte de ciertos grupos autodenominados progresistas plantea preguntas inquietantes. ¿Puede la lucha por los derechos sociales y económicos ser efectiva sin abordar las cuestiones de género? Me atrevería a afirmar que no. La historia ha demostrado que la opresión de las mujeres no es un tema menor; es, de hecho, un pilar en la edificación de un sistema patriarcal que perpetúa desigualdades en múltiples frentes.
La erosión de los derechos de las mujeres bajo sistemas de gobierno que presumen de ser progresistas es un tema recurrente. Tomemos, por ejemplo, el caso de ciertos gobiernos en Latinoamérica que, aunque se proponen eliminar la pobreza y mejorar las condiciones laborales, ignoran la violencia de género o la desigualdad salarial. ¿Es posible construir una sociedad del bienestar que no considere el bienestar de la mitad de su población? La lógica me dice que no. Así que, ¿por qué persiste esta especie de ceguera ideológica?
Es intrigante observar cómo, en la búsqueda de un ‘bien mayor’, algunos sectores de la izquierda optan por poner el feminismo en la cuerda floja. Lo hacen encerrando la lucha feminista en una caja, argumentando que hay prioridades más urgentes, como el crecimiento económico, la redistribución de la riqueza o la lucha contra la corrupción. Pero al seguir esta línea de pensamiento, se corre el riesgo de desestimar otra dimensión crítica: si la mujer no es empoderada, si no se aborda la desigualdad de género, ¿quién realmente se beneficia de la redistribución de la riqueza? ¿Sólo los hombres?
Además, existen dinámicas que subrayan esta aparente contradicción. Uno de los argumentos más comunes es que hay grupos dentro de la izquierda que ven el feminismo como una división o un obstáculo en la lucha contra el capitalismo. El argumento supuestamente pragmático sostiene que dividir la lucha entre diferentes frentes debilita la cohesión necesaria para una movilización significativa. Sin embargo, este tipo de lógica ignora una verdad primordial: la opresión económica está interrelacionada con la opresión de género. No se puede combatir una sin la otra.
La negación del feminismo en los círculos de la izquierda ilustra un fenómeno aún más preocupante; las percepciones erróneas del feminismo mismo. Se le ve, erróneamente, como un movimiento radical que busca la supremacía de las mujeres sobre los hombres, en lugar de su verdadera esencia: la búsqueda de la igualdad. Esa confusión no solo es alarmante, sino que refuerza la misoginia que, como hemos visto, también permea en algunos discursos progresistas. ¿A dónde vamos cuando ni siquiera podemos entender la esencia de lo que estamos discutiendo?
En vez de caminar hacia adelante, esta dicotomía de izquierdas pero no feminista genera retrocesos. Las políticas públicas, que deberían incluir la perspectiva de género como un elemento transversal, sólo refuerzan las estructuras patriarcales existentes si no se cuestionan dentro de un marco feminista. Si no se pone en el centro de la discusión, entonces se repite la historia de siglos de opresión. ¿Nos gusta ser cómplices de ello?
Una crítica más aguda se dirige hacia la idea de que el feminismo es ‘irrelevante’ en la lucha de clases. Este es un argumento que brota de la frustración, pero es gravemente erróneo. La feminización de la pobreza es un fenómeno palpable; más mujeres que hombres viven en la pobreza extrema. La lucha de clases y la lucha feminista están entrelazadas. Ignorarlas es perpetuar una lógica de exclusión. ¿Y quién puede permitirse el lujo de ignorar la pobreza, sin importar a quién afecte más?
Para concluir, debemos instar a la izquierda que se niega a adoptar un enfoque feminista a reconsiderar. No es solo un asunto de ideales, sino una cuestión de efectividad y justicia. Establecer una sociedad más equitativa y justa sin abordar el feminismo es como construir un castillo en la arena. La lucha feminista no es un ‘adicional’; es el cimiento esencial para afrontar las desigualdades que se viven hoy. De izquierdas pero no feminista: ¿una contradicción? Sin duda, sí. En el mundo contemporáneo, no podemos permitirnos la inacción en este frente. La igualdad debe ser total.