¿El feminismo es cáncer? Refutando una comparación absurda

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La expresión “el feminismo es cáncer” ha resurgido en ciertos debates, especialmente en aquellos círculos donde la retórica agresiva se convierte en la norma. Pero, ¿cómo es posible que un movimiento tan fundamental para la búsqueda de la igualdad de género sea comparado con una enfermedad devastadora? Este tipo de declaración no solo es desacertada; es un ejemplo de la banalización de causas legítimas y de la manipulación del discurso social para deslegitimar luchas esenciales. En este artículo, nos proponemos desentrañar las raíces de dicha comparación y demostrar su falta de fundamento racional y moral.

Primero, es imperativo establecer qué representa el feminismo. No es un monolito, sino un conjunto diverso de ideas y movimientos destinados a desmantelar las estructuras patriarcales que han perpetuado la desigualdad de género a lo largo de la historia. Catalogar esta lucha como “cáncer” implica ignorar los logros alcanzados y las necesidades que siguen existiendo en la sociedad. ¿Es que acaso la desigualdad de género, la violencia estructural contra las mujeres y la discriminación son apreciadas como benignas? Asumir que el feminismo promueve el odio, el resentimiento o la división social es una tergiversación que debe ser cuestionada y desarticulada.

A menudo, las afirmaciones de que el feminismo es perjudicial provienen de una profunda incomprensión de lo que el feminismo realmente defiende. Esta incomprensión se manifiesta de diversas maneras: ya sea a través de comentarios despectivos en redes sociales o en algunos discursos políticos que minimizan la voz de aquellos que claman por igualdad y justicia. Cuando se le atribuye al feminismo una función destructiva, lo que realmente se está haciendo es proyectar el miedo hacia un cambio que desafía las normas establecidas. Es necesario ahondar en esta inquietud para entender el fenómeno de la demonización del feminismo.

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Un aspecto crucial es la incomodidad que genera la idea de igualdad. Para muchos, aceptar la igualdad de género desafía un orden social que les ha beneficiado históricamente. La resistencia a esta comparación entre feminismo y cáncer podría ser la resistencia a renunciar a privilegios. Ciertamente, los textos feministas no promueven un género sobre otro, sino que buscan la equidad, un concepto que a menudo se traduce en pérdida para quienes se benefician del statu quo. Por lo tanto, la agresión hacia el feminismo puede entenderse como una reacción defensiva ante una realidad que amenaza su posición en la jerarquía societal.

Además, el uso de tales analogías no sólo se corresponde con una visión errónea del feminismo, sino que desplaza la atención hacia cuestiones superfluas. Es un recurso que desvía el debate de lo que realmente importa, es decir, las vivencias y luchas de mujeres en diversas esferas de la vida: laboral, social, política y personal. Pretender hacer un paralelo de una lucha por los derechos humanos con una enfermedad es una obviedad grotesca que carece de fundamento lógico. El feminismo no es un virus que contamine; es un antídoto a la injusticia y la opresión.

Es fundamental reconocer que el feminismo enfrenta estrategias de deslegitimación no solo en torno a comparaciones como la que se está analizando, sino también en la forma en que se presenta en los medios de comunicación y el discurso público. A menudo, se privilegian las voces que critican al movimiento a expensas de aquellos que desarrollan un análisis crítico y profundo. Este fenómeno agrega otra capa de dificultad: la percepción pública se convierte en un campo de batalla donde la información distorsionada prevalece sobre el conocimiento científico y el compromiso social.

Al abordar el feminismo desde un prisma crítico, se revela que la analogía propuesta es, en términos retóricos, una falacia que puede tener graves repercusiones. El resultado es un ciclo de ignorancia y violencia simbólica que a menudo perpetúa el sufrimiento en lugar de promover la comprensión. ¿Es este el legado que buscamos? La respuesta debe ser un rotundo no. La lucha por la equidad de género es una expresión de resiliencia, un grito por justicia que no merece ser minimizado con comparaciones dañinas.

Por último, reflexionar sobre la comparación entre el feminismo y el cáncer nos invita a cuestionar nuestra responsabilidad como sociedad. La lucha por la igualdad no solo se justifica; es una necesidad imperiosa para construir un mundo más justo y equitativo. Si la libertad de las mujeres es percibida como una amenaza, entonces se evidencia que aún estamos lejos de superar las barreras que nos separan. En lugar de desacreditar el feminismo, deberíamos cuestionar las estructuras que propagan la desigualdad y el odio.

El feminismo es, en esencia, un llamado a la transformación. En lugar de permitir que se le compare con una enfermedad, debemos reconocerlo por lo que realmente es: un movimiento que busca liberar a cada individuo, independientemente de su género, de las ataduras de sistemas opresivos. Así que, en lugar de echar mano de analogías absurdas, es hora de dialogar, aprender y construir puentes hacia la equidad.

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