¿Eso es todo el feminismo? Esta pregunta puede parecer un tanto provocativa, pero es esencial plantearla en un contexto donde la lucha por la igualdad de género parece haberse compartido en un mar de discursos vacíos y posturas fragmentadas. Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, muchas voces se alzan en las marchas, pero cabe preguntarse: ¿realmente han logrado sostener la radicalidad del feminismo, o hemos llegado a un apogeo de superficialidad en un momento que merece profundización y reflexión?
En un mundo donde el feminismo ha logrado abrir puertas históricas, es perturbador observar cómo, en algunos círculos, se ha diluido su esencia. La lucha por derechos laborales, la equidad en el ámbito político y la necesidad de que las voces de las mujeres sean escuchadas son temas que han sido cubiertos en el velo de los clichés. Las marchas del 8M se han convertido, en ocasiones, en festividades coloridas que, si bien están bien intencionadas, pueden desviar la atención de la realidad lacerante de miles de mujeres que padecen violencia, discriminación y desigualdad.
¿Podemos permitirnos abrazar el conformismo? Los discursos que propone el feminismo a menudo se reducen a un simple y gritos de igualdad que resuenan, pero también se perciben como un eco que, eventualmente, se desvanecerá. La repetición de lemas sin cuestionamiento crítico puede llevar a la noción de que ese es el final del camino. Nos olvidamos de las raíces del movimiento, de aquellas mujeres que, con sacrificio y valentía, lucharon por la libertad que ahora disfrutamos.
La interseccionalidad es un concepto clave en el feminismo contemporáneo. Sin embargo, en el afán por incluir a todas las voces, es posible que se haya perdido la esencia de cuestionar cómo las estructuras de poder siguen afectando de forma desproporcionada a ciertos grupos de mujeres. El feminismo no puede limitarse a ser un espacio de comodidad; debe ser un campo batalla que incomode. Si no se pone en tela de juicio la hegemonía de aquellos que parecen apoyar la causa, ¿de qué sirve lo logrado hasta ahora?
La historia ha demostrado que los movimientos se debilitan cuando se convierten en consumibles. La “feminidad” como etiqueta ha sido mercantilizada, desde camisetas con lemas hasta la promoción de ciertos símbolos que han diluido el mensaje original. Vender un ideal social en forma de mercancía no es sino una traición al espíritu combativo que debería guiar las protestas. ¿La resistencia se ha convertido en un negocio, en lugar de un grito de guerra? Reflexionar sobre estos aspectos es crucial para que no nos quedemos atrapadas en un ciclo de complacencia.
Además, es notable que muchas mujeres se encuentran excluidas de las discusiones sobre feminismo, más allá de las maratones mediáticas en las que nuestra atención se regocija durante unas pocas horas al año. El feminismo ha de ser inclusivo, por tanto, es vital preguntar: ¿dónde quedan las voces de las mujeres en situaciones de vulnerabilidad? ¿Qué pasa con aquellas que son objeto de violencia en silencio, que carecen de la visibilidad mediática que recibimos? La urgencia de dar voz a las que son ignoradas es un llamado a la acción constante.
La división dentro del movimiento es otro de los desafios a los que se enfrenta el feminismo actual. Desde corrientes más radicales que abogan por cambios estructurales, hasta enfoques que sugieren una feminidad más complaciente con el sistema patriarcal, el feminismo se ha convertido en un terreno conflictivo. Las diferencias de opinión no son algo malo en sí mismo, pero la incapacidad de dialogar puede llevar al movimiento a un callejón sin salida. ¿Qué valor tiene una lucha fragmentada que no puede unirse por un objetivo común? La cohesión es fundamental, y sin ella, simplemente habrá más ruido y menos impacto.
Por otra parte, esta pregunta de si esto es todo el feminismo nos obliga a considerar si hemos sido capaces de articular el verdadero cambio en nuestras vidas. El feminismo debe trascender el debate e ir más allá de las cadenas de discursos y protestas esporádicas. Hay que anhelar transformaciones radicales y sistémicas que desafíen el propio modelo de sociedad. Esta búsqueda de un mundo más equitativo es la esencia de la lucha, y no podemos permitirnos dejarla de lado en aras de una banalidad codificada.
Finalmente, la provocativa cuestión que nos gustaría que todos consideraran es: ¿estamos, en este momento, en una encrucijada a la que nos enfrentamos porque hemos dejado de cuestionar? Las luchas por los derechos de las mujeres no deben ser vistas como un fenómeno passageiro, sino como un viaje que exige reflexión y mejora continua. El feminismo deberá siempre ser radical, y el desafío está en cómo lo entendamos y lo llevemos a cabo. ¿Estamos dispuestas a estar a la altura de las expectativas que nos hemos marcado, o resignaremos nuestra voz al ensordecedor murmullo de la indiferencia?