Me considero feminista: Declaración de principios. En un mundo que lucha constantemente contra la opresión sistemática, el feminismo no es solo un concepto acotado; es un llamado a la acción. Ser feminista es adoptar una postura radical que demanda justicia, equidad y un reexamen profundo de las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad de género. En este contexto, es crucial desmenuzar y debatir los principios que fundamentan esta ideología transformadora.
En primer lugar, la igualdad de género se erige como el pilar fundamental. No se trata únicamente de balancear la representación numérica en espacios de poder, sino de desmantelar las jerarquías que han dominado la historia. La igualdad no debe ser considerada un favor o una concesión, sino un derecho inherente. Es necesario cuestionar cómo las políticas educativas, laborales y sociales han sido diseñadas para favorecer a una élite patriarcal. Se propone, por tanto, una reestructuración completa de la narrativa sobre el género: desde la educación hasta la política, cada sistema debe ser inclusivo y equitativo.
En segundo lugar, el feminismo debe abordar la cuestión de la interseccionalidad. Este concepto reconoce que las experiencias de desigualdad no son monolíticas. Una mujer puede enfrentar múltiples capas de opresión simultáneamente: ser indígena, racializada, o pertenecer a una clase socioeconómica baja, entre otros aspectos. Ignorar estas realidades es un grave error y socava la integridad del movimiento. La interseccionalidad obliga a mirar la lucha feminista no como una senda aislada, sino como parte de un entramado más amplio de luchas sociales. Cada voz debe ser escuchada, y cada historia, contada.
Otro principio esencial radica en la emancipación sexual. La autonomía sobre el propio cuerpo es innegociable. La sexualidad no debe ser un tabú, ni la libertad sexual un privilegio. Es imperativo desafiar las narrativas que imponen comportamientos y normas restrictivas. La educación sexual integral es una herramienta poderosa en este camino, permitiendo que las futuras generaciones se apropien de su cuerpo y decisiones. No podemos permitir que la falta de conocimiento perpetúe la ignorancia y la violencia de género.
Asimismo, la lucha feminista debe ser anti-capitalista. Es fundamental criticar cómo el neoliberalismo se infiltra en todas las facetas de la vida cotidiana, perpetuando desigualdades de todo tipo. El sistema capitalista explota la fuerza laboral de las mujeres, especialmente en contextos de precariedad. Cada vez que una mujer enfrenta salarios bajos, condiciones laborales inadecuadas o desempleo, el capitalismo es culpable. Por lo tanto, el feminismo necesita trascender su enfoque individual y abrazar un análisis colectivo. La lucha por la justicia económica es un imperativo moral en este contexto.
Además, no podemos obviar la importancia de la solidaridad. El feminismo no debe ser un club exclusivo; necesita ser un espacio de inclusión y apoyo. La construcción de redes de colaboración entre mujeres, y entre géneros, es esencial para crear un movimiento cohesionado que pueda enfrentar las adversidades. El machismo no se erradica en soledad; es a través de alianzas significativas que se puede construir un futuro más brillante y equitativo.
En términos de visibilidad, es crítico reconocer la importancia de las voces históricamente silenciadas. El feminismo no puede ser solo un eco de las voces privilegiadas. Las historias de mujeres que han sido sistemáticamente marginadas deben ser amplificadas. Desde las mujeres afrodescendientes hasta las que habitan en comunidades rurales, cada experiencia suma un matiz invaluable a nuestro entendimiento colectivo de la opresión y la resistencia. Es un acto de justicia, pero también una estrategia necesaria para que el movimiento colectivo sea verdaderamente representativo.
No se puede olvidar la necesidad de un enfoque global. La lucha feminista tiene que trascender fronteras geográficas. Las realidades de las mujeres en diferentes partes del mundo son diversas, pero la lucha por la liberación es un objetivo compartido. El feminismo debe, por lo tanto, ser internacionalista. La colusión entre naciones en su búsqueda de poder y recursos a menudo ignora las necesidades de las mujeres. Establecer alianzas globales en el seno del feminismo es vital para combatir las injusticias que trascienden las dinámicas locales.
Finalmente, ser feminista es un compromiso. No es suficiente con llevar una etiqueta; exige una práctica constante de autoevaluación y crítica. Implica cuestionar nuestras propias posiciones dentro de una sociedad que, en muchos sentidos, ha sido diseñada en contra de las mujeres. Cada paso hacia la equidad es una victoria, pero también un recordatorio de que el camino es largo y lleno de obstáculos. La resistencia es parte de la esencia feminista y cada acción debe ser vista como un acto político.
Así, al proclamar «me considero feminista», se hace más que una declaración; se abraza un conjunto de principios que desafían normas, critican injusticias y buscan construir un mundo donde cada individuo tenga el derecho a vivir libremente, sin importar su género. La lucha feminista es la lucha por la humanidad, y en ella hay espacio para todas las voces, todas las historias y toda la resistencia. La revolución está en marcha; nadie debería quedarse al margen.