El 8 de marzo, conocido mundialmente como el Día Internacional de la Mujer, se convierte cada año en un epicentro de lucha, coraje y, sobre todo, resistencia. Pero, como cualquier fenómeno sociopolítico que se respete, también atrapa la curiosidad de quienes, no siendo parte de la lucha feminista, se sienten atraídos por el eco de sus consignas. Me cuelo en una manifestación feminista, no solo por deseo de participar, sino para experimentar de lleno la ebullición de emociones, ideas y esperanzas que encierran esos momentos.
La calle es un escenario. En cada paso, los cuerpos se convierten en un lienzo vibrante de pancartas llenas de exigencias y sueños. Desde el primero hasta el último, cada grito resuena como un mantra; libertad, respeto, igualdad. Es aquí, en este bullicio desafiante, donde se revela una verdad innegable: la lucha feminista es una construcción colectiva, un tejido de voces que, a pesar de su diversidad, se entrelazan en una sola. Sin embargo, al momento de adentrarse en esta manifestación, una pregunta persiste: ¿qué significa verdaderamente ser feminista en esta era de confusión y fragmentación?
La biografía de cada manifestante se inscribe en su pancarta, un testimonio de dolor, resistencia y lucha. La mujer que porta una bandera verde, símbolo del derecho a decidir sobre su propio cuerpo, tiene a sus espaldas historias de abortos clandestinos y estigmas abrumadores. A su lado, otras almas levantan letreros que exigen el fin de la violencia de género, recordando que cada día, en diversos rincones del mundo, las mujeres enfrentan no solo la opresión, sino el monstruo de una cultura patriarcal que se niega a desmoronarse. Esto va más allá de un simple reclamo: la manifestación es un acto de sanación colectiva.
Sin embargo, no todo es armonía. En el marco de esas revueltas pacíficas, se difunden tensiones que exigen ser visibilizadas. Hoy en día, el feminismo atraviesa corrientes dispares: desde el feminismo radical hasta el liberal, pasando por el interseccionalidad que busca incluir diversas identidades. ¿Cuál es la verdadera esencia de esta lucha? ¿Es posible unir fuerzas cuando las diferencias parecen insalvables? Esta amalgama de ideologías no es un obstáculo, sino una oportunidad. La diversidad de pensamientos debe ser abrazada, no temida. Aun así, permite reflexionar sobre la pluralidad dentro de un mismo movimiento y cómo esta diversidad podría ser tanto un refugio como un campo de batalla.
Un aspecto particularmente fascinante de pertenecer a esta manifestación es la conexión emocional que se establece. La pasión que fluye por el aire se siente casi palpable. El eco de las voces que exigen justicia social no solo resuena en los oídos de quienes buscan la igualdad de género. Los hombres que se encuentran entre la multitud no son meros espectadores; se han convertido en activistas de la causa. Cada grito es un recordatorio de que la lucha por la igualdad no se limita al tramo femenino; se extiende a todos. Escuchar a un hombre gritar que también es víctima de una sociedad que imparte roles restrictivos provoca una reflexión profunda y desafiante: el feminismo también es de ellos, y su lucha es una extensión de la nuestra.
Lo que puede parecer un simple acto de lucha puede transformarse en un viaje de autodescubrimiento. Mientras la multitud avanza, me encuentro inmersa en un torrente de emociones y reflexiones. Si bien el feminismo pone el foco en la lucha por los derechos de las mujeres, cada manifestación es una rica paleta de colores, emociones y sensibilidades que desafían las nociones tradicionales de género. Es un constante juego de equilibrio entre lo personal y lo político, entre la rabia y la compasión.
Pero, ¿qué ocurre después del eco de las consignas? Una manifestación no es un fin en sí misma; es un principio que debe conduciros hacia un llamamiento genuino a la acción. Cultivar la conciencia no es suficiente; se requiere un compromiso real. El verdadero desafío es llevar esa lucha a las aulas, a los lugares de trabajo, a los despachos de tomadores de decisiones. Quien participa en una manifestación debe salir no solo con la euforia del momento, sino portando consigo una misión inquebrantable de cambio. La aridez de la indiferencia es el enemigo más pesado que debemos enfrentar.
En fin, infiltrarse en una manifestación feminista es un viaje de autoconocimiento y reivindicación. Te permite experimentar una energía colectiva sin igual, el deseo de una vida digna que no tiene límites. Nos invitan a cuestionar nuestras creencias, nuestros patrones de conducta y a reconocer que cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en esta obra que llamamos vida. La próxima vez que escuches el clamor de justicia, recuerda que la lucha feminista no es solo de las mujeres; es un grito de libertad que debe ser escuchado por toda la humanidad. Y así, me cuelo en esta manifestación para no salir de ella jamás; mi conciencia ha sido despertada, pero mi lucha apenas comienza.