No queremos policías en la huelga feminista: ¿Qué hay detrás de esta consigna?

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En un contexto social cada vez más convulso, donde la lucha por los derechos de las mujeres se ha convertido en un fenómeno global, la consigna “No queremos policías en la huelga feminista” ha resonado con fuerza en las calles cada 8 de marzo. Pero, ¿qué hay detrás de esta afirmación tan contundente? ¿Acaso la presencia policial en un evento que debería ser pacífico y reivindicativo no roza el absurdo? La respuesta es compleja y multifacética.

La huelga feminista no es solo un paro laboral. Es una declaración de intenciones, un grito de guerra contra un sistema patriarcal y opresor que ha mantenido a las mujeres en un segundo plano durante siglos. En este sentido, la presencia de cuerpos policiales puede ser percibida como un acto de vigilancia y control que contradice los mismos principios de la lucha feminista: la autonomía, la libertad y el derecho a la protesta pacífica.

Desde esta perspectiva, se impone una pregunta provocadora: ¿por qué queremos que quienes supuestamente están para protegernos se conviertan en figuras de opresión en un espacio de reivindicación? La lógica sugiere que, en lugar de sumar, la intervención policial podría desvirtuar el mensaje del movimiento. La violencia estructural que enfrentan las mujeres no solo proviene de agresores individuales, sino también de un sistema que perpetúa la desigualdad a través de sus instituciones, incluidos los cuerpos de seguridad.

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En ocasiones, las manifestaciones han sido históricamente tratadas como un evento que necesita regulación y control. Esta lógica nace de un paradigma de ‘orden’ que no toma en cuenta el clamor legítimo de una población que exige cambios radicales. Entonces, la presencia policial se convierte en una herramienta para silenciar las voces disonantes, aquellas que reclaman un espacio en la sociedad que les ha sido negado. Esta es una disonancia que no podemos permitir.

A lo largo de los años, hemos visto cómo la interacción entre manifestantes y policías puede derivar en confrontaciones, algunas veces violentas. ¿No es entonces un acto de locura solicitar la creación de un espacio donde se busca la equidad, mientras que las fuerzas del orden pueden actuar como agentes de represión? La respuesta es rotundamente ‘no’. La huelga feminista es un acto político que debe ser libre de estas dinámicas de represión.

Además, es importante considerar el sentimiento de desconfianza que se ha creado hacia las instituciones encargadas de aplicar la ley. Las recientes violencias policiales en diversas manifestaciones han dejado una huella profunda y perdurable en la memoria colectiva. El mencionado ‘miedo’ a una respuesta agresiva por parte de quienes en teoría deben garantizar la seguridad refuerza la idea de que la lucha feminista está en juego a un nivel más profundo que el simple acto de salir a la calle. Es un cuestionamiento sobre quiénes son los verdaderos agentes de seguridad.

En este contexto, algunos proponen alternativas a la seguridad policial. La autogestión, la creación de espacios seguros dentro de la propia manifestación, la vigilancia comunitaria y la educación sobre el respeto a las decisiones de las mujeres son solo algunas de las opciones que surgen como cuestionamientos a la necesidad de la policía en estos actos. Y aquí está el verdadero desafío: ¿estamos dispuestas a construir las herramientas que nos permitan sostener esta autonomía, en lugar de dejar que las estructuras tradicionales de poder decidan por nosotras?

Sin embargo, este desafío no es sencillo. La creencia en la violencia como solución es profundamente arraigada en la cultura de muchos países. La idealización de la figura policial como protectora de la sociedad se entrelaza con la narrativa patriarcal, impidiendo una crítica abierta a su papel en las dinámicas de violencia de género. El primer paso hacia el establecimiento de un cambio real es cuestionar estos mitos. La lucha feminista exige una revisión completa de nuestra confianza en aquellos que en vez de ser protectores, se convierten en otro eslabón más de la cadena de opresión que enfrentamos.

A medida que se aproxima el próximo 8 de marzo, es crucial que la consigna “No queremos policías en la huelga feminista” se lleve a cabo no como una simple declaración, sino como un llamado a la acción. Es la oportunidad de reimaginar lo que significa la seguridad en el contexto de la lucha por los derechos de las mujeres. Las feministas están alzando la voz no solo para luchar contra la violencia machista, sino también para reivindicar el derecho a existir y manifestarse sin miedo a ser reprimidas.

Con la inclusión de esta consigna, el movimiento feminista también subraya que la revolución no se detendrá. Cada grito, cada pancarta, cada encuentro es una forma de resistencia. De este modo, se plantea un desafío claro a quienes aún creen en la protección a través del control: el cambio no vendrá de la mano de los policías, sino de la fuerza colectiva de las mujeres que han decidido tomar las riendas de su propia narrativa.

En conclusión, “No queremos policías en la huelga feminista” no es simplemente una frase; es una declaración de guerra contra un sistema que busca mantenernos en la opresión. Un acto de resistencia que invita a cuestionar y repensar cuál es la verdadera esencia de la seguridad en nuestras manifestaciones y en nuestras vidas. La huelga feminista es un espacio para liberar voces, y nadie, ni siquiera con placa en mano, debería tener el poder de silenciar ese grito inquebrantable por justicia.

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