El mito de que las feministas son más feas que las mujeres que no se identifican con el feminismo es una construcción social perniciosa que merece un análisis minucioso. Desde tiempos inmemoriales, la estética ha estado intrínsecamente ligada a la valoración social de las mujeres. La belleza, en muchos contextos, se ha convertido en un pasaporte hacia la aceptación y el respeto. Así, cuando un grupo de mujeres, como las feministas, desafía las normas tradicionales de género y estética, se convierte en blanco fácil de estigmas y prejuicios.
Primero, es fundamental entender que la fealdad no puede ser un estándar universal. Las mujeres nunca deben ser definidas ni reconocidas por su apariencia física. Sin embargo, el patriarcado ha diseñado un criterio de belleza que, además de ser opresivo, perpetúa la idea de que las mujeres deben encajar en un molde específico para ser valiosas. Este mecanismo de exclusión se ve amplificado por los medios de comunicación, que han jugado un papel crucial en la construcción de la imagen de la feminista.
Los medios de comunicación, en su afán por atraer audiencias, suelen representarnos de manera distorsionada. ¿Quiénes son las feministas en la pantalla? Nuevamente, el estereotipo de la mujer «feita» y poco agraciada es una narrativa fácil de vender. Las portadas de revistas, los documentales y las secciones de entretenimiento han ofrecido versiones caricaturescas de las feministas, bastante alejadas de la realidad. Así, los medios construyen el mito de que aquellas que osan alzar la voz por sus derechos deben ser, necesariamente, menos atractivas. Esta imagen dañina se convierte en un efecto boomerang que refuerza la misoginia y el machismo en la sociedad.
En segundo lugar, la crítica hacia las feministas basándose en su apariencia física tiene además un trasfondo de misoginia profunda: la idea de que las mujeres, cuando desafían los roles de género, deben pagar un precio social. Se les suele cuestionar su feminidad, su capacidad de atraer parejas o, incluso, su valor como mujeres. Este juicio, que lleva implícita la consideración de la belleza como un bienestar social, castiga a quienes no se ajustan a los estándares establecidos.
Más allá del aspecto superficial, los ataques a la apariencia de las feministas son reflejo de un miedo colectivo. Un miedo que radica en el propio cuestionamiento de los roles de género tradicionales. La irrupción de voces feministas que desafían la idea de que las mujeres deben ser sumisas, calladas y, sobre todo, bellas, provoca una incomodidad que se manifiesta en burlas y agresiones. Es un intento desesperado por mantener el statu quo frente a una amenaza disruptiva, y lo encontramos también en el ámbito político: las mujeres que alzan la voz en contextos políticos o sociales son constantemente atacadas no solo por sus palabras, sino también por su apariencia.
Por si fuera poco, el feminismo también se enfrenta al fenómeno del «feminismo de las mujeres bellas». La cultura popular parece ser más indulgente con aquellas feministas que cumplen con los cánones de belleza impuestos por la sociedad. Este doble rasero crea divisiones dentro del propio movimiento. Cuántas veces hemos escuchado que alguien «no parece feminista» simplemente porque no encaja en el estereotipo de la mujer poco agraciada. Este tipo de pensamiento no solo es erróneo, sino que contribuye aún más a la perpetuación de los mitos que vinculan belleza con valor y credibilidad.
El abordaje de los medios, además, tiene consecuencias significativas. En la palestra pública, las feministas tienen la ardua tarea de romper con este ciclo vicioso. Es preciso visibilizar que el feminismo no se reduce a la apariencia de quien lo practica. Al mismo tiempo, es importante trabajar en una representación equitativa y diversa de las militantes de la causa. Tal diversidad que incluya mujeres de todas las formas, colores y estilos, desafiará estos estereotipos y ayudará a deconstruir el mito de que ser feminista es equivalente a ser ‘fea’.
Asimismo, es esencial que las feministas y aliados en la lucha se comprometan a cuestionar constantemente las representaciones que se ofrecen en los medios. La lucha feminista no solo busca la igualdad de derechos, sino también una reconfiguración de cómo la sociedad percibe a las mujeres en todos sus matices. Cuestionar los estereotipos impuestos, resistir ante la ridiculización y, sobre todo, empoderar a todas las mujeres a abrazar su autenticidad sin importar lo que dictamine la sociedad es clave para erradicar este mito dañino.
En conclusión, el mito de que las feministas son más feas se alimenta de una combinación de estigmas sociales, la representación distorsionada en los medios de comunicación y la misoginia que permea nuestra cultura. No hay un «tipo» de feminista; cada mujer que lucha por la igualdad y el reconocimiento de sus derechos es igualmente bella y valiosa. Redefinir el concepto de belleza y luchar contra los prejuicios es un paso esencial hacia una sociedad más justa e igualitaria.