¿Por qué decir feminista y no aliado? La importancia de las palabras

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En la actualidad, el lenguaje no es solo un medio de comunicación; es una herramienta de poder y, a menudo, un reflejo de las dinámicas sociales que nos rodean. En el ámbito de la lucha por la igualdad de género, las palabras adquieren una relevancia particular. Decir «feminista» en lugar de «aliado» no es un simple capricho semántico; es una elección estratégica cargada de significados y con implicaciones profundas. La importancia de esta distinción radica en la necesidad de no desdibujar la lucha específica por los derechos de las mujeres. Al denominarse feminista, se abraza un compromiso auténtico que trasciende la noción de apoyo circunstancial que podría implicar la palabra «aliado».

La noción de «aliado» puede parecer a priori positiva. Sin embargo, su uso puede llevar implícito un tono paternalista. Quienes se autodenominan aliados a menudo asumen una posición de superioridad, como si trataran de ayudar a un grupo supuestamente menos favorecido desde un pedestal. Esta actitud, aunque bienintencionada en las intenciones, puede perpetuar dinámicas de poder desiguales y mantener a las mujeres en una posición de dependencia. En contraste, el feminismo es un movimiento que busca la equidad, no simplemente la benevolencia. Al identificarse como feminista, uno no solo apoya la causa, sino que también se posiciona como parte activa de ella, que es un requerimiento esencial en la lucha por la igualdad.

La historia del feminismo ha estado marcada por numerosas luchas en pro de los derechos que hoy muchos consideran garantizados. Desde el sufragio hasta la lucha contra la violencia de género, cada avance ha sido el resultado del esfuerzo colectivo de mujeres que se han negado a aceptar el status quo. Al usar el término «feminista», se rinde homenaje a aquellas pioneras que lucharon en circunstancias adversas. Utilizar la palabra «aliado», en este sentido, puede reducir la historia rica y compleja del feminismo a una mera etiqueta superficial. Ser feminista implica reconocer y honrar esas historias, además de comprometerse activamente a seguir luchando por las injusticias que persisten.

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Además, el lenguaje tiene la capacidad de moldear nuestras realidades. Al adoptar el término «aliado», se corre el riesgo de trivializar la lucha feminista y deslegitimar las experiencias y voces de las mujeres. Es fundamental dar espacio a las voces femeninas en la narrativa. La lucha no es solo por una equidad pragmática; es, en última instancia, una búsqueda de justicia y de reconocimiento. Cuando los hombres eligen autodenominarse feministas, resignifican su papel en el movimiento. No se trata solo de apoyar, sino de unirse a una causa que les concierne. Donde hay opresión, debe haber resistencia, y esta resistencia no puede ser genuina si no está acompañada de la autenticidad que el feminismo exige.

Existen también aspectos psicológicos que merecen atención. Las personas a menudo buscan pertenencia y validación; llamar a alguien «aliado» puede darles esa sensación sin realmente comprometerse con la causa. Este fenómeno se traduce en un movimiento superficial, donde las personas se sienten bien consigo mismas por «apoyar» a las mujeres sin incurrir en las responsabilidades que eso implica. Al autodenominarse feminista, se está haciendo una afirmación audaz. No solo se es testigo; se es partícipe de la lucha, se está dispuesto a confrontar no solo las injusticias externas sino también las propias actitudes y privilegios. Esta autocrítica es fundamental en el camino hacia la igualdad.

La interseccionalidad es otro término que no se puede ignorar en este análisis. Al elegir el camino del feminismo, se reconoce no solo la lucha por los derechos de las mujeres en abstracto, sino las luchas diversas que surgen de la intersección de múltiples identidades. Las mujeres no son un grupo monolítico; sus experiencias son variadas, moldeadas por factores como la raza, la clase social, la orientación sexual y la capacidad. Ser feminista implica reconocer estas diferencias y abogar por una justicia que incluya a todas las mujeres. En comparación, el término «aliado» puede diluir esta complejidad y, al hacerlo, ignorar las voces de las mujeres que más lo necesitan.

En conclusión, cambiar el discurso implica repensar quiénes somos y cómo nos relacionamos con las luchas de los demás. Decir «feminista» y no «aliado» es un acto decididamente político. Es un acto de reivindicación, de respeto y de compromiso. Es reconocer que la lucha por los derechos de las mujeres no es solo una tarea de mujeres, sino un deber de todos. La fortalezas del feminismo radica en su capacidad de unir fuerzas, de construir puentes, y estas acciones son posibles solo cuando se habla con claridad y con el propósito de construir un futuro más justo. La elección de las palabras importa; y en este caso, es una cuestión de integridad y de autenticidad frente a un mundo que todavía necesita de un cambio radical.

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