¿Por qué el gobierno de Pedro Sánchez no es considerado feminista? Crítica política

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Desde la llegada al poder del gobierno de Pedro Sánchez, la etiqueta de «feminista» ha sido utilizada como un conveniente adorno político. Sin embargo, la realidad dista mucho de la retórica. Este análisis busca desentrañar las razones por las cuales el gobierno de Sánchez no puede ser considerado verdaderamente feminista, a pesar de los pronunciamientos y políticas que proclaman lo contrario.

En primer lugar, es crucial abordar la discrepancia entre el discurso y la acción. El gobierno ha hecho esfuerzos ostensibles para incorporarse en la narrativa feminista: desde la aprobación de leyes sobre la igualdad de género hasta pronunciamientos que enfatizan la lucha contra la violencia de género. Sin embargo, ¿son estas acciones más que meras acotaciones en un programa político? La pregunta que surge es: ¿qué ocurre con las raíz del problema? La desigualdad estructural que perpetúa la violencia de género y el patriarcado en diversas esferas de la vida social y económica no se aborda de manera integral.

Por un lado, la ley de paridad en los órganos de decisión ha sido un avance considerable. Sin embargo, es fácil llenar los puestos más visibles con una representación femenina si, al mismo tiempo, no se atacan las estructuras que mantienen a las mujeres en posiciones de desventaja en otros ámbitos. La simple inclusión de mujeres en espacios de poder no garantiza que sus intereses sean representados o que se produzca un cambio real en la cultura organizativa predominante. La pregunta persiste: ¿realmente se están dañando los cimientos del patriarcado o estas medidas son meramente cosméticas?

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Aun más perturbador es el enfoque del gobierno respecto a la violencia machista. A pesar de la implementación de protocolos y la intensificación de recursos para víctimas, el fenómeno del feminicidio no ha cesado. Se ha observado un incremento de los casos, lo que sugiere que las políticas actuales, aunque bien intencionadas, son insuficientes. Esto plantea un dilema profundo sobre la eficacia del enfoque del gobierno. ¿Qué tipo de suelo fértil se está cultivando si las semillas de la violencia continúan germinando?

El financiamiento de los programas destinados a luchar contra la violencia de género también se ha tornado un área de preocupación. A menudo, los presupuestos asignados son notorios por su escasez. Las políticas feministas genuinas no se limitan a declaraciones vacías; requieren recursos significativos, monitoreo constante y, sobre todo, un compromiso real de desmantelar el patriarcado. La lucha no se gana en la retórica, sino en las acciones concretas respaldadas por la adecuada inversión. Sin estos elementos, la política aparece como un espectro que danza alrededor de la necesaria transformación social pero nunca llega a cumplirla.

No se puede pasar por alto el hecho de que el gobierno de Sánchez ha optado por mantener alianzas con fuerzas políticas que han demostrado ser ambivalentes en su compromiso con la causa feminista. En la búsqueda del equilibrio político, ¿ha sacrificado el ejecutivo la integridad de sus principios? Las poses ideológicas a menudo se convierten en trampas que encierran a los líderes en una red de compromisos, donde el verdadero avance feminista termina siendo tratado como un costo que no están dispuestos a asumir.

Otra crítica central se halla en la incapacidad del gobierno para tratar la desigualdad económica, que se manifiesta de forma desproporcionada en las vidas de las mujeres. La crisis del costo de vida ha hecho que muchas mujeres sean quienes se enfrentan, de manera desproporcionada, a la precariedad. Sin un enfoque que interseccione la economía y el feminismo, las políticas de igualdad de género quedan desnaturalizadas, dejando muchas iniciativas en el aire sin las bases necesarias que las sostengan. Si el gobierno ignora la economía de la desigualdad, ¿cómo puede arrogarse la defensa del feminismo?

Por último, la cultura patriarcal sigue infiltrándose en cada rincón de las iniciativas gubernamentales. A pesar de los esfuerzos, el lenguaje y las prácticas a menudo siguen perpetuando estereotipos de género. La falta de un enfoque crítico hacia la educación de género en las escuelas y los espacios públicos demuestra que la lucha por la igualdad va más allá de las palabras: se trata de transformar mentalidades y prácticas arraigadas. Sin esto, cada avance legislativo puede ser un simple parpadeo en la historia, condenado a ser olvidado.

En conclusión, el gobierno de Pedro Sánchez puede exhibir una fachada de feminismo, pero la realidad indica que su compromiso es frágil y oportunista. Las inexplicables lagunas en las políticas, un enfoque insuficiente hacia la violencia de género, la falta de financiación adecuada, la dependencia de coaliciones contradictorias y una ceguera hacia las raíces económicas de la desigualdad forman un mosaico complicado que no permite calificar al gobierno de verdaderamente feminista. El feminismo es acción, no solo palabras; es un compromiso real de cambio que debe abordar las estructuras de poder y las dinámicas sociales existentes. Hasta que no se alcance este objetivo, el gobierno seguirá siendo un mero espectador en el teatro de la lucha feminista, sin atreverse a convertirse en un actor principal.

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