El morado, un color que puede parecer banal en el espectro de la moda y la decoración, se erige como un símbolo poderoso dentro del feminismo. Pero, ¿por qué precisamente el morado? La historia es un tejido complejo de sufragio, lucha y revolución. La elección de este color es un reflejo de los sacrificios y triunfos que las mujeres han experimentado a lo largo de los siglos, y su resonancia sigue viva en el presente.
Comencemos nuestra travesía en el tiempo, adentrándonos en el siglo XIX, un periodo de efervescencia social y política. Las mujeres, ocultas tras las sombras de una sociedad patriarcal, comenzaron a alzar sus voces clamando por la igualdad. En este contexto, el morado surge como un estandarte de resistencia, simbolizando el sufragio y la lucha por derechos inalienables. Este color no fue elegido al azar; es una amalgama de azul y rosa, representando la unión de lo masculino y lo femenino. En una época donde se dictaban reglas estrictas sobre el comportamiento de género, el morado se convierte en una alegoría de la fusión, la fusión de fuerzas, de uniones que desafían el status quo.
Aquella lucha monumental culminó en 1920 en Estados Unidos con la ratificación de la 19ª Enmienda, un hito donde la voz femenina finalmente fue reconocida en las urnas. El morado se consolida así como un estandarte del sufragismo, con las sufragistas vistiéndose de este color para manifestar su necesidad de voz y voto. Fue en esas batallas donde el morado se impregnó de un sentido de urgencia y deseo de cambio. Cada estandarte, cada prenda, resonaba como un grito de guerra, reclamando un protagonismo que había sido sistemáticamente silenciado.
En otras partes del mundo, el morado también brillaba en la lucha de las mujeres. En la Revolución Rusa, las mujeres que marchaban reclamando pan y paz llevaban un lazo morado, simbolizando su resistencia ante el reguero de opresión. Así, el morado se convierte en un color de revolución, un recordatorio visual de la lucha por la dignidad y los derechos humanos. Este simbolismo es tan fuerte que perdura en la actualidad, siendo el color elegido para el Día Internacional de la Mujer, celebrado cada 8 de marzo. Al usarlo, las mujeres no solo están homenajeando a aquella herencia, sino que también están continuando con la lucha por la igualdad que comenzó hace más de un siglo.
No obstante, no basta con conocer la historia del morado como color del feminismo; debemos examinar su significado. El morado es la intersección de las experiencias femeninas. Es un campo fértil donde florecen la lucha, la esperanza, la rabia y la resiliencia. Este color, en su profundidad, evoca lo místico, lo espiritual; simboliza una conexión inherente con la maternidad y la creación, pero también con el sufrimiento y la resistencia. El morado tiene el poder de evocar emociones intensas, haciéndonos sentir una colectividad que trasciende generaciones.
Sin embargo, hay quienes critican la elección del morado, argumentando que es un color demasiado suave para un movimiento que continua enfrentando una áspera resistencia. Pero, ¿acaso no es esa blandura la que embellece la lucha? La belleza en el dolor. La poesía en la pasión. El morado, como color feminista, es una contradicción vibrante, donde la delicadeza se encuentra con la agresividad. Utilizarlo es un desafío directo a aquellos que minimizan las luchas de las mujeres, quienes padecen en el silencio, quienes han optado por vestir de morado como una forma de resistencia a la opresión.
Es fundamental entender que el morado no es sólo un color, es una narrativa viva. La historia del sufragio y la revolución feminista está plagada de episodios emotivos que han dado forma a la acción contemporánea. La conexión con el pasado no es simplemente un ejercicio de nostalgia, sino una estrategia de resistencia. Al vestir de morado, las mujeres evocan la fuerza de sus antepasadas y reiteran su misión de luchar por el futuro. El morado se convierte, así, en un símbolo de esperanza, un faro iluminador en tiempos de oscuridad.
Las mujeres que han peleado por sus derechos, muchas veces a un alto precio, permanecen en la memoria colectiva. La elección del morado es, por tanto, un acto de homenaje que recuerda que la lucha continúa. La historia de la lucha feminista no es una línea recta, sino una espiral que ahora se enfrenta a nuevos desafíos: la violencia de género, la desigualdad salarial, el acoso y la deshumanización. En este contexto, el morado se erige no solo como un color elegante, sino como un símbolo de resistencia inquebrantable.
Finalmente, al contemplar el por qué del morado como el color feminista, resulta evidente que su elección se basa en un rico legado de lucha, identidad y esperanza. Al portar este color, las mujeres afianzan su posición en la historia y su compromiso con el futuro. En un mundo donde las voces aún son marginadas, el morado resuena con una fuerza palpable que desafía las normas establecidas, unificando a generaciones en una causa mayor: la búsqueda de igualdad y justicia. El morado, para todas nosotras, no es sólo un color, es una revolución.