El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se convierte cada año en un campo de batalla simbólico donde las reivindicaciones por la igualdad y la justicia social toman las calles. Pero este año, como en años anteriores, Madrid no solo se verá sacudida por una única manifestación feminista. No, este año, veremos dos. ¿Te has preguntado por qué? ¿Qué hendiduras sociales, políticas e ideológicas están cavando esta división entre las feministas que deberían, en teoría, unirse bajo una misma bandera? Aquí, nos adentraremos en esta disyuntiva que, aunque aparentemente simples, revela las complejidades de nuestro movimiento.
Para comenzar, es imprescindible aclarar el contexto del feminismo contemporáneo. Históricamente, el feminismo ha evolucionado y ha mostrado una diversidad de corrientes y enfoques. Desde el feminismo liberal que aboga por la igualdad de derechos dentro del marco actual, hasta el feminismo radical que señala las estructuras patriarcales como el núcleo del problema, las líneas de pensamiento son realmente variadas. Estas diferencias no solo nos dividen, sino que también nos aportan riqueza; cada corriente aporta su propio matiz a la lucha.
Sin embargo, a pesar de los matices, la pregunta persiste: ¿por qué hay dos manifestaciones? Aparte de las diferencias ideológicas, hay un trasfondo sociocultural que no podemos ignorar. Mientras algunos grupos defienden una visión inclusiva del feminismo que abarca una variedad de identidades de género y orientaciones sexuales, otros mantienen una postura más excluyente, centrada en las mujeres cisgénero y los problemas que enfrentan. Esta discordancia lleva a tensiones que no son simplemente diferencias de opinión; son diferencias fundamentalmente arraigadas en experiencias de vida distintas, que impactan las prioridades y las formas de lucha de cada colectivo.
Pero esto no es solo una cuestión de ideología; es una cuestión de estrategia. La visibilidad mediática y la atención del público son vitales para cualquier movimiento. Existen quienes creen que dividirse en dos manifestaciones podría diluir el mensaje y la fuerza de la marcha. Pero, ¿no es acaso esta fragmentación una expresión de la democracia dentro del movimiento? A veces, es precisamente a través del desacuerdo que encontramos caminos hacia una verdad más profunda, una que reconozca las múltiples realidades de la existencia femenina.
Entonces, hablemos de las narrativas. Las diferentes manifestaciones no son solo diferencias de formatos; son, en esencia, diferentes relatos sobre lo que significa ser mujer hoy. Uno de esos relatos plantea la urgencia de abordar la violencia de género, la explotación laboral, y la brecha salarial. Estas son cuestiones vitales que deben ser discutidas y confrontadas con vigor. Sin embargo, el otro grupo se centra no solo en estas problemáticas, sino que también aboga por una transformación radical de la sociedad; una lucha que incluye pero no se limita al binarismo de género. Esto puede resultar polarizante, pero también ofrece un espacio vital para los que se sienten marginados dentro del discurso feminista convencional.
En esta línea de argumento, es fundamental la reflexión sobre las alianzas que se forman en el camino. Las coaliciones nunca son perfectas. Las luchas de raza, clase y género no pueden ser tratadas de forma aislada; la interseccionalidad de las opresiones ofrece un campo fértil para la comprensión y la empatía. Sin embargo, este entramado a veces se convierte en una fuente de conflicto cuando aquellos que no tienen la misma experiencia viven cada día en su piel las consecuencias de unas estructuras de poder que anteponen unas identidades a otras.
¿Qué significado tiene, entonces, la elección de asistir a una manifestación sobre otra? Esa es la pregunta que todos debemos hacernos, como feministas y como aliados en este camino por la igualdad. Cada uno de nosotros debe considerar a qué bandera nos unimos y por qué; no se trata de encontrar una única respuesta válida, sino de ofrecer un espacio en el que la diversidad de experiencias sea entendida y celebrada. La pluralidad debe ser reconocida como una fortaleza, no como el germen de la disensión.
Mirando hacia al futuro, reconocer nuestras diferencias mientras luchamos codo a codo podría ser la clave para una mayor eficacia del movimiento. No debemos temer el desacuerdo; en su lugar, debemos convertirlo en diálogo. Cada feminista debería sentir que su voz tiene un lugar legítimo en la mesa. ¿Podría ser este el momento de reconciliación, de colaboración en lugar de competencia? La historia del feminismo ha estado marcada por luchas entre corrientes, pero también por maravillosos momentos de unidad.
En conclusión, tener dos manifestaciones feministas no es necesariamente un signo de debilidad. A menudo, es un reflejo de la evolución de un movimiento que busca adaptarse a los cambios socioculturales y que se esfuerza por representar la pluralidad de experiencias de todas las mujeres. Es un recordatorio de que el feminismo está vivo, en constante debate y, sobre todo, en constante transformación. La verdadera pregunta que debemos hacernos no es por qué hay divisiones, sino cómo podemos utilizarlas para construir un movimiento más robusto y holístico que abarque todas las voces y reivindicaciones. Solo así podremos esperar no solo ser escuchadas, sino también ser verdaderamente entendidas.