La lucha feminista ha sido históricamente malinterpretada, rodeada de mitos que distorsionan su verdadero propósito y, a menudo, sucumbiendo a la insidiosa retórica de quienes se ven amenazados por el cuestionamiento del patriarcado. Una de las preguntas más comunes que surgen en este contexto es: «¿Por qué las feministas no defienden a los hombres?». Esta pregunta, aunque aparentemente inocente, se sostiene sobre una serie de premisas erróneas que merece la pena desmantelar. Para desenmarañar esta cuestión, es esencial explorar el enfoque del movimiento feminista y su relación intrínseca con las estructuras de poder.
Primero, es fundamental aclarar qué es lo que defiende el feminismo. En su esencia más pura, el feminismo aboga por la equidad de género, no la supremacía de un sexo sobre otro. En este sentido, las feministas no están en una cruzada contra los hombres, sino más bien en un tumultuoso viaje para desmantelar las normas y sistemas que han perpetuado la desigualdad y el abuso. Para ilustrar esto, imagina la lucha feminista como un arquitecto que, en lugar de destruir una casa, se dedica a desmantelar las paredes que han mantenido oprimidos a sus habitantes. Cuando el proceso de desmantelamiento se lleva a cabo, algunos pueden sentir que sus espacios están en peligro, pero lo que realmente se está buscando es reconfigurar el hogar para que todos, independientemente de su género, puedan habitarlo en igualdad.
Desde esta perspectiva, resulta claro que el mensaje del feminismo no es el de una reivindicación en contra de los hombres, sino un pedido de justicia que también puede beneficiar a aquellos hombres que se sienten atrapados en las expectativas rígidas de la masculinidad. Al reivindicar la libertad de las mujeres, se busca simultáneamente liberar a los hombres de los roles tóxicos asociados con la masculinidad hegemónica. La lucha feminista, en última instancia, es una lucha por la humanidad, una lucha que aboga por la completa emancipación de todas las personas, sin distinción.
La verdadera pregunta, entonces, no es por qué las feministas no defienden a los hombres, sino por qué los hombres no se ven a sí mismos como parte de esta narrativa. La cultura patriarcal ha enseñado a muchos hombres a ver el feminismo como una amenaza en lugar de una oportunidad. Se les ha socializado para creer que, al abordar las injusticias contra las mujeres, se reduce su propia valía. Esta percepción errónea no solo perpetúa la desigualdad, sino que también establece un muro invisible entre hombres y feministas, cuando lo que realmente se busca es un puente de solidaridad.
Además, es crucial abordar el concepto de «defensa». Las feministas, en muchos casos, están más preocupadas por la justicia social que en servir de defensores para los hombres. En lugar de convertirse en abogados inmediatos para las preocupaciones de los hombres, el feminismo busca crear un espacio donde todos puedan expresar sus luchas. Este enfoque permite que se escuchen y validen las experiencias de todas las personas, sin minimizar el sufrimiento que otros pueden haber experimentado. La lucha por la equidad no es una competición. No se trata de ver quién sufre más, sino de reconocer que el sufrimiento y la opresión son fenómenos que afectan a individuos de diversas maneras, y que cada voz merece ser escuchada.
Hay también quienes argumentan que, al centrarse en el sufrimiento femenino, se ignoran las luchas que enfrentan los hombres, como la violencia, la salud mental y la presión por ajustarse a estándares de masculinidad. Este es un punto válido, pero nuevamente, el feminismo no es la raíz del problema. La sociedad patriarcal crea un complejo entramado donde tanto hombres como mujeres luchan, aunque de formas diferentes. Parte del desafío radica en desbloquear esa narrativa y entender que la opresión es multifacética y que encontrar un espacio común es posible.
Finalmente, es vital considerar el papel que desempeñan los hombres en el feminismo. Muchos hombres se han unido al movimiento feminista, no como «defensores» sino como aliados, lo que plantea otro aspecto interesante de la conversión de ideologías. Ser aliado significa reconocer las luchas y también aprender de ellas. Los hombres pueden y deben levantar la voz contra la injusticia, pero eso no implica dominar la narrativa. Es en esta colaboración donde se puede hacer un cambio transformador hacia un mundo más equitativo.
En conclusión, la afirmación de que las feministas no defienden a los hombres es, en el mejor de los casos, simplista y, en el peor, profundamente errónea. La lucha feminista es una lucha por la justicia, y al centrar su enfoque en las mujeres, no está rechazando a los hombres, sino desafiando un sistema que ha beneficiado a unos a expensas de otros. Al final, el feminismo no busca dividir, sino unir en la búsqueda de un futuro donde todas las identidades, hombres y mujeres, puedan florecer sin las ataduras de una sociedad patriarcal. En este contexto, la verdadera victoria reside en la solidaridad, no en la competencia.