¿Por qué los vientres de alquiler chocan con el feminismo? Ética y derechos

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El tema de los vientres de alquiler ha suscitado un intenso debate en las últimas décadas, un fenómeno que mezcla la ética con la economía y que toca profundamente las fibras del feminismo contemporáneo. La gestación subrogada, aunque presentada como una opción de empoderamiento para las mujeres, proclama estar llena de contradicciones que dan pie a un escrutinio más profundo. Dentro de este contexto, es vital preguntarnos: ¿por qué los vientres de alquiler chocan con los principios fundamentales del feminismo?

En primer lugar, la gestación subrogada comercial plantea serias cuestiones éticas. Cuando una mujer acuerda llevar en su vientre a un feto que no es genéticamente suyo, estamos hablando de un acto que, aunque consensuado, se encuentra en el umbral de la explotación. Muchos defensores de la subrogación argumentan que esta práctica ofrece una oportunidad a las mujeres en circunstancias desfavorecidas, pero normalmente son ellas las que terminan pagando el precio más elevado. No podemos ignorar la realidad de que muchas de estas mujeres son vulnerables económicamente, lo que las convierte en blanco fácil para el comercio del cuerpo humano.

La apreciación de la mujer como mero vehículo reproductor es una narrativa que debería enardecer las alarmas de cualquier colectivo feminista. La idea de que una mujer pueda alquilar su útero convierte la maternidad en un contrato mercantil, despojando a la experiencia de dar vida de su carga emocional y significativa. En este sentido, la maternidad se transforma en un servicio a ser adquirido, despojando de dignidad a una de las experiencias más humanas y celebradas. Al hacer esto, abrimos la puerta a un escenario donde las mujeres son vistas como meras incubadoras, un claro retroceso a épocas en que las mujeres eran consideradas propiedad.

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A menudo, se argumenta que la gestación subrogada proporciona opciones a aquellas personas que no pueden concebir. Sin embargo, lo que realmente subyace en esta premisa es una falta de entendimiento de la complejidad emocional de la maternidad y la paternidad. Al utilizar el vientre de otra mujer como medio para un fin, se ignoran los lazos profundos que se generan durante el embarazo y el acto de dar a luz. Se plantea así un dilema: ¿es ético comprar el derecho a ser padre o madre a expensas de otra mujer? La respuesta debe ser afirmativa en un contexto que propugna la equidad y la dignidad de todos los seres humanos.

Además, la escala global de la gestación subrogada asienta un patrón preocupante, en el que los países más desarrollados crean un mercado de «vientres ajenos» en naciones menos favorecidas. Una vez más, observamos la interacción entre clase y género, donde las mujeres de países del Sur Global son explotadas por parejas adineradas que buscan satisfacer su deseo de ser padres. Este fenómeno de «turismo reproductivo» no solo perpetúa la desigualdad, sino que también explota la desesperación de las mujeres, forzándolas a ver sus cuerpos como mercancías.

Desde la perspectiva feminista, la autonomía corporal es un principio inquebrantable. Cualquier discusión que gire en torno a la gestación subrogada debe considerar que, al poner un precio a la capacidad reproductiva de una mujer, estamos socavando su derecho a decidir sobre su propio cuerpo. El feminismo sostiene que las mujeres deben tener el control absoluto sobre sus decisiones reproductivas, y subarrendar sus úteros complica este principio crucial. La glorificación de la elección en el contexto de los vientres de alquiler se vuelve difícil de sostener cuando se observa que esta elección a menudo es influenciada por factores de coerción económica o social.

También es fundamental considerar que el impacto emocional en las mujeres que llevan a cabo este proceso es a menudo menospreciado. La desconexión –cuando el niño que han gestado será entregado a otra familia– puede resultar devastadora. El apego instintivo que muchas mujeres sienten al llevar a un niño en su interior no es simplemente algo que se puede eliminar mediante un contrato; es una realidad humana que tiene implicaciones profundas. Todas las mujeres que han sido gestantes subrogadas han compartido experiencias de arrepentimiento y dolor, sentimientos que deben ser tomados en consideración antes de concluir que esta práctica es verdaderamente liberadora o beneficiosa.

Finalmente, el feminismo aboga por la sororidad y la solidaridad entre mujeres. En un mundo donde las mujeres, independientemente de su clase, nacionalidad o situación económica, deben luchar contra la violencia y la opresión, la gestación subrogada comercial crea divisiones en vez de construir la unidad. Las luchas compartidas son desvirtuadas cuando algunas mujeres se benefician del sufrimiento de otras. En este sentido, es imperativo que el feminismo contemporáneo reevalue su relación con la gestación subrogada y busque alternativas que no involucren la comercialización del cuerpo femenino.

En conclusión, la gestación subrogada y el feminismo están en un tira y afloja dialéctico que merece ser examinado con gran atención. El choque entre la ética, los derechos de las mujeres, y el deseo de muchas de ser madres prohíbe la simplificación del debate. La autonomía, la dignidad y la sororidad son valores que deben prevalecer ante cualquier práctica que trate de mercantilizar el cuerpo femenino. Se necesita un reexamen profundo, honesto y sin prejuicios de lo que realmente significa la elección y el derecho a decidir en el contexto de la maternidad. Solo así podremos construir un camino hacia un feminismo auténtico y liberador.

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