En el vasto océano de la lucha por la igualdad, el feminismo ha sido un faro que ilumina las injusticias de género y las desigualdades inherentes en nuestra sociedad. Sin embargo, no pocas veces se ha oído la controvertida declaración: «No apoyo a las feministas». Este enunciado, aparentemente provocador, merece una reflexión crítica. ¿Qué significa realmente no apoyar a las feministas? ¿Es una postura reprobable o una forma de cuestionar las corrientes predominantes en el movimiento?
Para muchos, el término «feminista» evoca imágenes de protestas y reivindicaciones, pero detrás de esta palabra se esconde una diversidad de corrientes, ideologías y enfoques que no siempre coinciden. Este fenómeno puede llevar a la confusión y, en consecuencia, a la resistencia frente a lo que se percibe como un radicalismo implacable. Cuando se dice que se rechaza a las feministas, no necesariamente implica un desdén hacia la causa de la igualdad de género. Más bien, es un llamado a la reflexión sobre las tácticas, los objetivos y la inclusividad del movimiento.
En primer lugar, es esencial reconocer que el feminismo no es un monolito. Existen numerosas olas y corrientes, desde el feminismo liberal hasta el radical, pasando por el interseccional y el ecofeminismo. Cada uno de estos enfoques plantea preguntas matizadas sobre el patriarcado, la opresión y el papel de la mujer en la sociedad. Por ende, el desinterés en apoyar a un determinado grupo de feministas podría radicar en su enfoque específico, que a menudo parece desmarcarse de la realidad vivida por muchas mujeres, especialmente aquellas que se enfrentan a experiencias de diversidad cultural, racial y socioeconómica.
Examinemos el aspecto interseccional del feminismo, que pretende abordar cómo diversas identidades pueden influir en las experiencias de las mujeres. A menudo, el discurso dominante está plagado de ejemplos que apenas hacen eco en las vivencias de mujeres de color, lesbianas, trabajadoras migrantes y tantas otras. Este exclusivismo puede dar la impresión de que ciertas voces son más importantes que otras, relegando a grupos enteros a un segundo plano. Así, el argumento de no apoyar a los feministas puede ser una crítica a esta falta de heterogeneidad y representatividad.
A veces se observa que, dentro del movimiento feminista, ciertos clichés repetidos podrían estar socavando su efectividad. La insistencia en ciertas narrativas que demonizan al varón como un ente opresor puede provocar un efecto contrario: el rechazo de aquellos que podrían ser aliados. ¿Por qué alienar a quienes, aunque imperfectos, buscan entender y participar en la lucha por la igualdad? Un discurso que no busca la inclusión de todos los géneros, o que presenta a los hombres únicamente como enemigos, es un discurso que estrangula el potencial de un diálogo constructivo.
Adicionalmente, es vital cuestionar si todas las propuestas feministas están realmente alineadas con el progreso. Cuando se promueven iniciativas que tienden a segmentar aún más a la sociedad en lugar de unir, se corre el riesgo de transformar la lucha por la igualdad en un campo de batalla donde las mujeres también se convierten en opresoras. La ecuación no puede ser simplemente mujer versus hombre; debe ser una lucha conjunta contra la opresión en todas sus formas.
Incluso dentro de lo que podría considerarse un «feminismo correcto», hay discursos que se sienten anacrónicos y desconectados de la realidad actual. Las redes sociales han permitido que ciertas voces se amplifiquen, pero esto no siempre es sinónimo de progreso. Algunas propuestas pueden ser radicales hasta el punto de desdibujar los verdaderos logros alcanzados. En lugar de celebrar los avances, se perpetúa la victimización, lo que podría ser contraproducente en el camino hacia una realidad donde se viva la igualdad.
Por otro lado, el feminismo contemporáneo enfrenta el reto de adaptarse a una cultura dominada por el individualismo y el neoliberalismo. Las corrientes que abogan por una redefinición del éxito personal y profesional pueden estar en conflicto con las bases de la lucha feminista. La presión por el autocuidado y el empoderamiento individual puede llevar a algunas a olvidar el componente colectivo y comunitario que es esencial en esta lucha universal.
Al abordar el porqué de un enfoque crítico hacia ciertos aspectos del feminismo contemporáneo, se plantea la necesidad de una nueva narrativa que eche raíces en el entendimiento y la empatía. Una que reconfigure el término «feminista» a una etiqueta no de división, sino de inclusión. Debe proponerse un feminismo que no sólo permee la realidad de las mujeres, sino también que extienda su mano a otros grupos marginados, creando espacios seguros para el diálogo y el aprendizaje.
En conclusión, no se trata de un rechazo absoluto hacia el feminismo, sino de un cuestionamiento constructivo hacia las formas en que se está llevando a cabo. Cuestionar no es renunciar. Cuestionar es el primer paso hacia el verdadero entendimiento y la verdadera unión. En un mundo donde la desigualdad sigue presente en múltiples enfoques, donde el dialogo puede y debe ser la clave, el camino del feminismo debe ser redefinido para no solo abrazar la diversidad, sino también para incluirla en su núcleo. La lucha por la igualdad de género no debería ser un viaje de un solo sentido, sino un esfuerzo colectivo que replantee su dirección constantemente.