¿Por qué se llama feminismo y no igualismo? Una diferencia esencial

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El término «feminismo» conlleva una rica y compleja historia que lo distingue claramente de términos como «igualismo». Para entender por qué se utiliza «feminismo» en lugar de «igualismo», es crucial adentrarse en el contexto histórico, social y cultural que ha dado forma a este movimiento. La elección de la palabra tiene impacto no solo en el discurso, sino también en la percepción colectiva sobre la lucha por la igualdad de género.

En primer lugar, el feminismo, como movimiento, nació de la necesidad de abordar las desigualdades específicas que afectan a las mujeres en una sociedad patriarcal. Desde sus inicios, ha buscado generar conciencia sobre las injusticias estructurales que subyacen a la opresión de las mujeres. Al utilizar el término «feminismo», se pone el énfasis en la experiencia singular de las mujeres, resaltando la discriminación y la violencia sistemática que han sufrido a lo largo de la historia. Este enfoque específico es vital; al dar un nombre a la opresión, se crea un espacio para abordarla y, sobre todo, para combatirla.

Por otro lado, el término «igualismo» puede sonar atractivo. Sugiere una lucha que abraza la equidad entre todos los géneros. Sin embargo, esta denominación tiende a diluir las particularidades del feminismo, aligera el peso de la historia de opresión vivida por las mujeres y, fundamentalmente, eclipsa las luchas únicas que enfrentan. La historia está llena de ejemplos donde las voces de las mujeres han sido silenciadas o minimizadas en pro de una falsa idea de igualdad. Usar «igualismo» podría implicar un peligroso riesgo de «camuflar» la lucha feminista original y su relevancia.

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Además, la historia del feminismo está íntimamente ligada a las luchas por los derechos civiles, el sufragio, la educación y el derecho a trabajar. Cada fase del feminismo ha enfrentado desafíos únicos, reflejando la evolución de las sociedades y las normas sociales en torno a la mujer. Utilizar «igualismo» no solo omitiría estas historias, sino que también podría dar a entender que el feminismo es un «extremo» que busca lo opuesto a la igualdad. Esto es simplemente erróneo. El feminismo es, en esencia, la batalla por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y el desafío a la desigualdad sistémica.

La fascinación que suscita el feminismo no radica solo en su reivindicación por la igualdad. También proviene de la resistencia que implica. La lucha es cruda, y las historias de mujeres que han luchado y siguen luchando son profundamente inspiradoras. ¿Por qué habría que renunciar a este legado al adoptar un término más genérico? Tomar un nombre que diluye la particularidad es, en cierta medida, negar la historia de las mujeres que han luchado desde sus inicios para alcanzar la igualdad.

Entender el feminismo también requiere reconocer lo que implica realmente la igualdad. La frase «todas las vidas importan» se ha utilizado para desestimar el movimiento Black Lives Matter, y algo similar puede decirse del igualismo en relación al feminismo. Afirmar que todos los géneros deberían ser tratados por igual no considera que, en la realidad, los hombres y las mujeres, y otros géneros, no enfrentan la misma cantidad de privilegios o discriminaciones. Las mujeres siguen enfrentando obstáculos únicos en muchas áreas, desde la falta de representación en posiciones de poder hasta la violencia de género. Ignorar estas diferencias es tanto un acto simplista como una forma de perpetuar la ignorancia sobre las realidades de la vida cotidiana para muchas.

En este sentido, también es fundamental pensar en el efecto que tienen estas palabras en la educación y la socialización. Cuando se elige «feminismo» por sobre «igualismo», se brinda un contexto claro sobre la lucha de las mujeres. Los debates, las discusiones y las políticas pueden entonces centrarse en cuestiones clave que afectan a las mujeres. Por el contrario, un enfoque igualista podría resultar en una pérdida de visibilidad de los problemas de género específicos, abrumando a la audiencia con un manto de «equidad» que no necesariamente se traduce en acciones tangibles para mejorar la vida de las mujeres.

Finalmente, cambiar el nombre de feminismo a igualismo puede causar una dilución gradual en las luchas feministas. Esto podría resultar en una falta de movilización y acción. Por lo tanto, es vital defender y celebrar el término «feminismo» como símbolo de resistencia, como una etiqueta que surja de las injusticias sufridas y que continúan en la actualidad. Las luchas por la igualdad de género son variadas y complejas. El feminismo no solo se centra en el fin de la discriminación hacia las mujeres, sino en la creación de un mundo más justo y equitativo para todos.

Por lo tanto, la verdadera pregunta radica no en por qué se llama feminismo y no igualismo, sino: ¿podemos permitir que se haga un flaco favor a la lucha feminista al minimizar su importancia al englobarla en un término más suave y menos específico? La respuesta, sin duda, es no. La lucha continúa, y el feminismo seguirá siendo el faro que ilumine el camino hacia la verdadera igualdad.

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