En la era de la información, donde los avances sociales se dan a toda velocidad, todavía nos preguntamos: ¿por qué seguimos necesitando el feminismo? Parece que, en un mundo donde se nos ha prometido la igualdad de oportunidades, las luchas feministas han perdido relevancia. Pero, ¿acaso no nos enfrentamos a un panorama que desafía dicha afirmación? La realidad nos presenta una visión opaca y compleja donde las desigualdades de género persisten con una tenacidad desconcertante.
El feminismo no es solo una lucha por los derechos de las mujeres; es una batalla contra un sistema profundamente arraigado que perpetúa la opresión. En la actualidad, las brechas salariales son palpables, el acoso sexual sigue siendo una lacra en todos los ámbitos –desde las calles hasta las oficinas– y la violencia de género se ha normalizado hasta ser casi invisible. Al aceptar la premisa de que hemos alcanzado un estado de igualdad, convenientemente ignoramos las numerosas injusticias que asedian a las mujeres en su día a día.
Vamos a confrontar una cuestión provocativa: ¿será que hemos olvidado las raíces de la lucha feminista? Al celebrar algunos logros, como el acceso a la educación o la participación en la vida política, se corre el riesgo de trivializar los desafíos que aún acechan a millones de mujeres en el mundo. Desde el acceso a servicios de salud reproductiva hasta la representación equitativa en espacios de poder, los obstáculos son numerosos y complejos. ¿Cómo podemos entonces hablar de igualdad cuando las experiencias de las mujeres son tan diversas y, a menudo, contradictorias?
Comencemos por hablar del acceso a la educación. Aunque se ha avanzado y más niñas que nunca están matriculadas en escuelas, la calidad de la educación y el contexto social en que se imparte sigue siendo desigual. En muchas partes del mundo, las niñas son forzadas a abandonar sus estudios para ayudar en el hogar o, peor aún, son víctimas de matrimonios forzados. En un sistema que pretende ser igualitario, ¿por qué estas prácticas arcaicas siguen existiendo? El feminismo busca no solo la inclusión, sino la creación de entornos donde cada niña tenga la libertad de soñar y alcanzar su potencial.
Ahora, analicemos la situación laboral. La famosa brecha salarial es más que un dato estadístico; es un reflejo de un sistema que devalúa el trabajo de las mujeres en todos los sectores. Estudios recientes han demostrado que, incluso cuando las mujeres ocupan los mismos puestos que los hombres, las diferencias salariales son asombrosamente amplias. Esto plantea la pregunta: ¿realmente hemos alcanzado la igualdad laboral o simplemente celebramos victorias superficiales? Las mujeres deben continuar luchando para que su trabajo y su valor sean reconocidos de manera equitativa.
Pongamos en el centro de la discusión el acoso y la violencia de género. Las campañas #MeToo y otros movimientos similares han traído a la luz la gravedad del acoso sexual, pero se ha hecho poco para cambiar las estructuras que permiten que estas violencias persistan. Las mujeres deben seguir alzando la voz para exigir un cambio real. La lucha feminista no solo debe ser visible, sino que debe ser audible: cada voz cuenta, y cada caso de abuso debe ser señalado y reivindicado.
¿Y qué diremos de la representación política? A pesar de que hemos visto un aumento en mujeres en posiciones de poder, la representación real en la toma de decisiones sigue siendo escasa. Las políticas que afectan a las mujeres son aún mayoritariamente diseñadas por hombres. En este sentido, el feminismo se convierte en un imperativo para garantizar que las decisiones reflejen la diversidad de experiencias y necesidades de toda la población. Sin inclusión, no hay verdadera democracia.
A veces, al mirar este panorama sombrío, puede parecer desalentador. Sin embargo, es precisamente en estos momentos de crisis donde el feminismo se transforma en una herramienta vital de cambio. Cada lucha, cada marcha, cada manifestación es un paso más hacia la transformación. Al seguir el legado de aquellas que nos precedieron, tenemos el deber de continuar luchando; la historia no se detiene, y cada generación toma la antorcha con la esperanza de un futuro más justo.
Finalmente, dispuesto en la balanza de la determinación, se encuentra el concepto de sororidad. La solidaridad entre mujeres es fundamental. No solo porque las luchas son interdependientes, sino porque el empoderamiento se genera cuando unimos fuerzas. Cuantas más mujeres se sumen a esta lucha, más fuerte será el clamor por la igualdad. No se trata solo de reivindicar derechos individuales; se trata de construir un movimiento colectivo que desmorone las estructuras opresivas que han existido durante demasiado tiempo.
En conclusión, el feminismo sigue siendo necesario porque las luchas que persisten son profundas y complejas. No hay un único camino hacia la igualdad, pero sí hay un compromiso vital con la justicia. La pregunta no es si el feminismo es relevante hoy, sino si estamos dispuestas y dispuestos a continuar esa lucha junto a todas las mujeres que nos rodean. La respuesta está en nuestras manos y en nuestras voces: ¡hagamos que se escuchen!