En la intersección del siglo XXI, mientras avanza la tecnología y se propagan ideologías progresistas, persiste una pregunta incómoda: ¿por qué sigue haciendo falta el feminismo? La respuesta no es tan sencilla como parece. Bajo la capa de igualdad proclamada, residen realidades invisibles que ocultan las luchas diarias de millones de mujeres en todo el mundo. Estas realidades son el eco de injusticias históricas que, a pesar del aparente progreso, continúan silenciando y subordinando a la mitad de la población global.
La primera de ellas es la economía. Aunque se ha avanzado considerablemente en la inclusión de mujeres en el mercado laboral, todavía queda un camino tortuoso por recorrer. La brecha salarial de género persiste; según datos recientes, las mujeres ganan, en promedio, un 20% menos que sus compañeros hombres por realizar el mismo trabajo. Este fenómeno no solo refleja una desigualdad directa, sino que también perpetúa la incapacidad de las mujeres para acceder a recursos económicos que podrían empoderarlas. Impedir el crecimiento y bienestar de una parte esencial de la población implica un gravísimo costo para toda la sociedad, ya que se pierde la oportunidad de potenciar habilidades y conocimientos que podrían ser de utilidad colectivo.
Además, el concepto de trabajo no remunerado sigue siendo un monumental obstáculo. Las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, tradicionalmente asignadas a las mujeres, son invisibles en términos económicos y, por ende, en su valorización social. La mayoría de las mujeres se ven obligadas a compaginar su trabajo profesional con estas responsabilidades adicionales, creando una carga desmesurada que afecta tanto su salud mental como sus oportunidades de desarrollo profesional. Esta situación es un claro ejemplo de cómo la invisibilidad de los cuidados perpetúa de manera sutil la desigualdad de género en un mundo que proclama ser más igualitario.
En el ámbito de la salud, las mujeres continúan enfrentando batallas que parecen no tener fin. La falta de acceso adecuado a servicios de salud, específicamente en temas relacionados con la salud reproductiva, sigue siendo un tema candente. En numerosos países, el acceso a anticonceptivos y a educación sexual integral es limitado o, en el peor caso, prácticamente inexistente. Esto no solo afecta el bienestar de las mujeres, sino que también se traduce en un aumento significativo de embarazos no deseados y abortos inseguros. La criminalización del aborto en muchas regiones no es más que una manifestación de control sobre el cuerpo femenino, perpetuando un ciclo de opresión que necesita ser urgentemente desmantelado.
Las violencias de género son otro ámbito donde el feminismo se convierte en un reclamo indispensable. A pesar de los avances en la legislación y las campañas de concienciación, la violencia contra las mujeres sigue siendo epidémica. Todos los días, muchas mujeres enfrentan diversas formas de agresión, desde el acoso sexual hasta la violencia doméstica. Estas violencias no solo lesionan el cuerpo; son ataques directos a la dignidad y autonomía de las mujeres. Es fundamental entender que cada acto de violencia es un recordatorio brutal de que la misoginia está profundamente arraigada en el tejido social. Esto es una herida abierta en la conciencia colectiva que no puede ser ignorada.
A raíz de estas realidades, surge la observación de que el feminismo ha sido malinterpretado y, en ocasiones, demonizado. La figura de la feminista ha sido estereotipada y distorsionada, convirtiéndola en la ‘mujer resentida’ o ‘anti-hombre’. Este tipo de retórica no solo deshumaniza el movimiento, sino que también desvia la atención de los problemas que realmente requiere una solución urgente. Se necesita un cambio cultural que permita reconciliar percepciones erróneas con las realidades que viven las mujeres todos los días. El feminismo no es una lucha en contra de los hombres, sino una lucha por la justicia. Es un llamado a la igualdad que debe resonar en todos los ámbitos de la vida social.
La interseccionalidad es otro concepto central dentro del feminismo contemporáneo. Es vital reconocer que la experiencia de las mujeres no es monolítica. Las mujeres de diferentes razas, etnias, orientaciones sexuales y clases sociales enfrentan desafíos únicos. La falta de atención a estas dinámicas significa que, a menudo, las luchas de las mujeres de color, las mujeres queer y las de clases trabajadoras quedan relegadas a un segundo plano. Se necesita un feminismo inclusivo que no solo escuche, sino que también empodere todas las voces, ampliando así el horizonte de la lucha por la igualdad.
El futuro del feminismo no puede depender solo de un solo discurso o enfoque. La revolución feminista tiene que ser un horizonte multidimensional. Debemos enfatizar la colaboración intermezclada, aprender de las distintas experiencias y problemáticas. Solo así se logrará una transformación genuina que no solo beneficie a las mujeres, sino a toda la sociedad. Se trata de un imperativo humano. La necesidad de feminismo sigue siendo urgente porque el verdadero cambio implica desmantelar estructuras de poder que perpetúan la desigualdad. La lucha es colectiva y, al final, un triunfo en el feminismo es un triunfo en la humanidad.