¿Por qué ya no soy feminista? Reflexiones personales sobre el desencanto

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¿Se ha extinguido la llama del feminismo en el corazón de aquellos que buscan la equidad? En un mundo donde las etiquetas suelen dictar nuestro lugar en el discurso, es imperativo cuestionar el impacto y el significado del feminismo en la actualidad. Una vez, el término brillaba con la promesa de emancipación; sin embargo, hoy me encuentro en un sendero de encantamiento y confusión, angustiándome en la penumbra de los roles de género que pareciera haber reformado, pero no desmantelado.

Al profundizar en este asunto, se vuelve evidente que el feminismo ha mutado. Como un camaleón, se adapta a los entornos sociales y culturales que le son adversos. Pero en ese proceso, es fundamental reconocer que su esencia podría haberse diluido. A menudo, los grandes movimientos llevan consigo un peso simbólico que, aunque liberador, se transforma en un yugo cuando se sistematiza de manera dogmática. La rienda de la lucha se ha convertido en cadenas invisibles: luchamos por la libertad, pero nos atrapamos en un laberinto de vocabulario que en lugar de unir, divide.

Las discusiones en torno al feminismo, que en sus inicios eran inspiradoras, ahora se han convertido en batallas de comentarios, en un Twitter que clama por justicia pero que a menudo castiga al disidente. La cultura de la cancelación se erige como una torre de Babel, donde quienes deberían ser aliados se encuentran enfrentados, acusados, señalados. En lugar de diálogo, se erigen barricadas. Este es un lugar peligroso, y en ese ambiente de hostilidad, el amor por el feminismo se ha vuelto tóxico. ¿Acaso los gritos frenéticos de las redes sociales son el eco de un feminismo que se ha perdido en su propia retórica?

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Recuerdo un tiempo en el que el feminismo era sinónimo de solidaridad. Era un movimiento plurinacional y diverso, donde cada mujer (y hombre) podía ver su historia reflejada. Sin embargo, hoy me doy cuenta de que esa pluralidad ha sido asfixiada por un gregarismo que establece las pautas de lo que se considera ‘correcto’. En este océano de información, algunos corazones se ahogan, lamentándose por la falta de matices y la imposición de una verdad única. Pareciera que el feminismo ha olvidado que, a menudo, la esencia de la lucha está en la variedad de voces que pueden coexistir, en lugar de silenciarse unas a otras.

El feminismo, en su justa medida, es un canto a la autonomía, pero este mismo grito se ha transformado en un susurro que se siente cada vez más impotente. Las luchas que antes nos unían, como el derecho al voto o la igualdad salarial, han sido reemplazadas por debates sobre la identidad y la corrección política. A menudo me pregunto: ¿dónde quedaron las reivindicaciones que claman por un mundo más justo y menos dividido? Si el objetivo es la liberación, ¿por qué esta lucha se siente, a menudo, como un autoexilio, donde la libertad es un privilegio de unos pocos? Es aquí donde el desencanto se encripta en mi ser.

Además, me incomoda el uso excesivo de la victimización. Innegablemente, las injusticias persistentes son alarmantes, pero perpetuar un discurso en el que uno se define exclusivamente por el sufrimiento puede ser limitante. Este reduccionismo dime acerca de un feminismo que ha perdido de vista la complejidad humana; somos más que nuestras heridas. A medida que la línea del dolor se dibuja con un trazo grueso sobre la identidad femenina, ¿no estamos negando la riqueza de experiencias que van más allá de ser víctimas?

El papel de la sexualidad en el feminismo también merece atención. En su auge, el feminismo reclamó la autonomía sobre el propio cuerpo, desafiando las normas patriarcales. Sin embargo, en la voz contemporánea, esa misma libertad de expresión se ha convertido a menudo en un campo de batalla. Hay una incomprensión acerca de cómo el deseo se expresa; en ocasiones, esa libertad se traduce en nuevas formas de opresión. Si la sexualidad es parte de nuestra liberación, ¿por qué sigue siendo un tabú dentro de los círculos feministas? Esta incoherencia solo alimenta el desencanto.

Haré un ejercicio de introspección: ¿qué significa el feminismo si solo se reitera en las redes, en artículos que se comparten y reparten? El feminismo verdadero debería darse en las calles, en encuentros cara a cara, donde se funden ideas y se construyen puentes. Esa chispa de conexión interpersonal es la que rejuvenece el alma del movimiento. En el mundo actual, donde la interacción se ha vuelto digital y efímera, urge rescatar el valor de lo tangible, de lo vivencial.

Por supuesto, sería simplista desechar completamente el feminismo. No; hay destellos de esperanza, lugares donde aún resuena la voz de la justicia. Sin embargo, esta voz debe ser interrogada constantemente, chorreando nuevos matices, adaptándose a los desafíos contemporáneos. Para que el feminismo resurja como el ave fénix, debe ser un espacio que abrace la duda, que no tema a la autocrítica y que, sobre todo, fomente la conversación.

Así, en la encrucijada de este desencanto, la pregunta persiste: ¿es viable un feminismo que abrace todas nuestras contradicciones, y que no tenga miedo a perderse en el camino, pero que siempre busque redescubrirse? La respuesta pertenece a cada uno de nosotros, a cada una de nosotras, y esa búsqueda es, en sí misma, la esencia del verdadero cambio.

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