En un mundo donde las corrientes del capitalismo se entrelazan con las luchas diarias por la igualdad de género, se alza el grito urgente de un feminismo socialista. Este no es un llamado cualquiera; es un clarín que resuena en las calles polvorientas de América Latina y se expande hacia todas las latitudes donde las mujeres defienden sus derechos y sus cuerpos. La figura de Cristina Molina Petit se convierte, entonces, en un faro iluminador que permite vislumbrar el horizonte de un feminismo que se atrevió a desafiar las estructuras de poder establecidas desde hace siglos. Pero, ¿qué significa realmente este feminismo en el contexto actual?
El feminismo socialista se presenta como una invitación radical a la reflexión. No es solo una lucha por el reconocimiento de derechos, sino una transformación profunda de la sociedad. En este entramado de opresiones, el patriarcado actúa como un pulpo que constriñe cada parcela de nuestra existencia. Las tentáculos de este monstruo se extienden a la economía, la política y la cultura, y han logrado fuera de nuestras narrativas una serie de opresiones que parecen inamovibles. En lugar de permanecer en el ámbito superficial, se nos llama a excavar en las raíces del sistema y tomar conciencia de que las luchas individuales no son suficientes.
El capitalismo, con su voraz apetito, ha logrado convertir hasta los movimientos de liberación en mercancías. Esta es la esencia de la crítica que plantea Molina Petit, quien nos alienta a ver más allá de la superficialidad de algunas versiones del feminismo contemporáneo. No estamos aquí solo para ocupar espacios; estamos aquí para derribar muros. La solidaridad entre mujeres de distintas clases sociales, etnias y géneros no debe ser un mero slogan, sino una práctica colectiva que nos permita enfrentar al sistema en su totalidad.
Imaginen, por un momento, un mundo donde el feminismo socialista no sea considerado una utopía, sino una realidad palpable. En este escenario, la interseccionalidad deja de ser un término olvidado en un diccionario académico y se convierte en la brújula que guía nuestras luchas. Las mujeres de diferentes orígenes y realidades concatenan sus luchas, desdibujando las fronteras que nos han impuesto. ¿No es esto, en esencia, el corazón del feminismo socialista? Un llamado a la unión en la diversidad, donde la opresión no se mide en términos de género, sino de clase, raza y orientación sexual.
Recuperar la capacidad de soñar es un acto revolucionario en un mundo que nos ha enseñado a vivir en la desesperanza. Las luchas feministas han sido infiltradas por la ideología dominante, que busca cooptar los movimientos y transformarlos en espacios seguros, alejados de la confrontación. Pero la soja, la caña de azúcar, y cada fibra de nuestro ser están interconectados. Así, el feminismo socialista irrumpa como un torrente que exige no solo el acceso a derechos, sino la abolición de un sistema que nos oprime. En sus raíces se encuentran las demandas de una sociedad más justa, donde el bienestar colectivo supere los intereses individuales.
Desde las calles de Santiago, hasta los barrios humildes de La Paz, un nuevo despertar se siente. Las voces de las mujeres indígenas, campesinas y trabajadoras resuenan más que nunca. La revolución no es solo una metáfora; es la vívida realidad de las luchas que han sabido saltar la brecha entre lo personal y lo político. Cristina Molina Petit, como muchas otras feministas, enfatiza que el cambio no se producirá desde arriba, sino desde el suelo, donde las luchas cotidianas hablan de resistencia y coraje.
En este sentido, el feminismo socialista ofrece una alternativa viable y necesaria frente al dominio neoliberal que ha fragmentado nuestras luchas. No se trata de un retorno a la defensa de lo que una vez fue, sino de la construcción colectiva de un futuro diferente. La economía debe ser diseñada en función de las necesidades humanas, no de la acumulación de capital. La reivindicación de un sistema de cuidados que priorice la vida y el bienestar se convierte en el eje de este nuevo imaginario.
Además, es crucial reconocer que el feminismo socialista no es un monolito. Su diversidad de corrientes y pensamientos es lo que lo enriquece y lo hace aún más pertinente. Desde la lucha por el aborto seguro y legal hasta la reivindicación de los derechos de las trabajadoras sexuales, cada voz suma al coro de un cambio radical. El momento de articular y unir esos fragmentos es ahora. No podemos permitir que las luchas se fragmenten en la búsqueda de identidades excluyentes.
Es imperativo, entonces, rendir homenaje a quienes han caído en estos campos de batalla. Las mujeres que han luchado desde la tradición del socialismo y el feminismo son las que nos han permitido soñar en colectivo. El llamado urgente de Cristina Molina Petit nos invita a reconfigurar nuestro entendimiento del feminismo en un momento donde los retos son múltiples y complicados. Se trata de moldear un futuro que no esté condicionado por el miedo, sino por la valentía de quienes se organizan y se levantan.
Por un feminismo socialista hoy: ese es el eco que resuena y se extiende. La historia nos ha enseñado el valor de la resistencia, la fuerza de la sororidad y el poder de la palabra. No estamos aquí para solo pedir. Estamos aquí para conquistar. Sigamos tejiendo juntas el hilo de nuestras luchas, porque solo así, en comunión, podremos construir el mundo donde siempre hemos soñado habitar.