Por una epistemología feminista que revolucione la ciencia: El llamado de Begoña Marugán

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Imaginemos por un momento un mundo en el que la ciencia, esa incansable búsqueda de la verdad, no solo esté guiada por patrones de razonamiento tradicional, sino que se impregne de las experiencias y las perspectivas de aquellas que históricamente han sido silenciadas. ¿Qué pasaría si las enseñanzas de la biología, la física o la sociología se tejieran con hilos de la sabiduría feminista? Este es el reto que nos plantea Begoña Marugán: un llamado a transformar la epistemología convencional con una lente feminista que no solo diversifique las narrativas científicas, sino que las dinamice.

La ciencia ha sido un bastión del dominio masculino, desde las aulas de las universidades hasta los laboratorios de investigación. Los hombres, en su mayoría, han tenido el monopolio no solo sobre las prácticas científicas, sino también sobre la construcción misma de lo que se consideraba conocimiento válido. Frente a esta hegemonía, Marugán plantea que el feminismo no es solamente una corriente de pensamiento social, sino una potentísima herramienta para la episteme. Lo que se propone es un resquebrajamiento de esa estructura monolítica que ha definido el saber y el quehacer científico.

Pero, ¿por qué es necesario una epistemología feminista? En primer lugar, hay que entender que la ciencia, lejos de ser un campo neutro, está impregnada de valores, prejuicios y experiencias que reflejan la cultura de quienes la producen. En este sentido, la crítica feminista no se limita a señalar que las mujeres han sido excluidas, sino que cuestiona la forma en la que se ha construido el propio conocimiento científico. Esta reflexión no es caprichosa; es un llamado a visibilizar cómo la ignorancia de experiencias diversas ha llevado a conclusiones erróneas en numerosas ocasiones.

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Ejemplos sobran. Pensemos en la medicina que, históricamente, ha considerado a los cuerpos masculinos como el modelo normativo. Esto ha llevado a diagnósticos erróneos y a tratamientos inadecuados para las mujeres, cuyas necesidades han sido ignoradas durante años. ¿Es aceptable que las hormonas y ciclos menstruales sean relegados a un segundo plano en investigaciones científicas? Marugán nos desafía a replantear cómo construimos la ciencia: ¿seremos capaces de reconocer y modificar esos mecanismos excluyentes?

Más allá de una crítica, la aportación de la epistemología feminista reside en su potencial para abrir espacios al dialogo y la diversidad. Al incorporar la voz de mujeres, minorías y otras voces tradicionalmente marginadas, no solo enriquecemos el conocimiento existente, sino que creamos nuevas preguntas, nuevas metodologías y nuevos paradigmas. La ciencia puede y debe ser un campo de confrontación y reflexión continua, y la epistemología feminista es una brújula que ofrece nuevas coordenadas.

Sin embargo, el camino hacia esta revolución epistemológica no es sencillo. Requiere la valentía de cuestionar el status quo y la disposición a desmantelar estructuras de poder que a menudo se legitiman bajo la apariencia de objetividad científica. Las instituciones educativas, los comités de investigación y los grupos de trabajo deben estar dispuestos a abrir su mente y su corazón a las propuestas disruptivas que emergen desde las voces feministas. ¿Estamos realmente listos para oír esas voces, o preferimos que el ruido del patriarcado siga ahogando el murmullo de la diversidad?

A un nivel más pragmático, la implementación de una epistemología feminista implica la necesidad de reeducar a quienes están en los márgenes del conocimiento. Esto se traduce en un esfuerzo por reformar currículos académicos, asegurar la co-autoría de mujeres en investigaciones y, esencialmente, cambiar la manera en que el conocimiento es valorado y compartido. En lugar de una mera adición de mujeres en la ciencia, se debe abogar por un cambio sustancial en cómo entendemos qué constituyen las «pruebas» y qué se considera conocimiento legítimo.

Por otro lado, la conexión entre ciencia y justicia social es tanto urgente como necesaria. En el mundo actual, donde las crisis ambientales, económicas y sociales se entrelazan, la ciencia no puede estar desvinculada de la ética. Las preguntas feministas sobre lo que es éticamente y socialmente deseable en la investigación científica añaden una dimensión crítica que debe ser considerada. Esto nos lleva a pensar, por ejemplo, en el impacto que la investigación científica tiene en términos de desigualdades y en los valores que queremos perpetuar o desafiar. En este contexto, Marugán nos invita a reflexionar sobre el papel que juega la epistemología en la construcción de un mundo más equitativo.

En conclusión, la urgencia de una epistemología feminista que revolucione la ciencia no puede subestimarse. Estamos ante un llamado a la acción, que nos desafía a repensar y reimaginar el conocimiento. Esta revolución no solo promete abrir nuevas avenidas de entendimiento, sino que también podría ser la clave para abordar desafíos globales que requieren de la colaboración y la inclusión de todas las voces. Para fortalecer el campo de la ciencia, es imperativo que la pregunta no sea solo: «¿Qué podemos descubrir?», sino también: «¿Quién está permitido descubrir y desde qué perspectivas?» La respuesta a esta cuestión determinará no solo el futuro de la ciencia, sino también el de una sociedad más justa.

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