¿Qué es el capitalismo como feminismo? ¿Un oxímoron? Esta es la pregunta que, irónicamente, podría ser la más crucial del debate contemporáneo sobre la intersección entre estas dos fuerzas sociales. No se puede negar que el feminismo ha luchado contra las injusticias del patriarcado y la opresión sistémica. Sin embargo, la noción de que el capitalismo puede ser reconciliable con los ideales feministas es, sin duda, un terreno pantanoso. Para desentrañar este dilema, primero debemos analizar las premisas sobre las que se erigen ambos conceptos.
El capitalismo se fundamenta en el individualismo y la acumulación de capital. Es un sistema que prospera bajo la lógica del ‘más es mejor’, donde el éxito personal se mide en términos financieros. Esta característica, por supuesto, entra en conflicto con muchos de los principios del feminismo que abogan por la equidad social, la justicia y la solidaridad. En consecuencia, ¿cómo puede el capitalismo ser, en cualquier nivel, un vehículo para el feminismo? Aquí es donde se presenta el desafío. ¿Puede el capitalismo, ese leviatán voraz y devorador, ser utilizado como un medio para empoderar a las mujeres?
A medida que nos adentramos en esta reflexión, cabe preguntarnos si es posible un feminismo que coexista con el capitalismo. Una narrativa popular que ha surgido en las últimas décadas es la del ‘feminismo capitalista’, una versión del feminismo que parece estar cada vez más alineada con los intereses de la clase empresaria. A través de campañas como el ‘Girl Boss’, se ha promovido la idea de que las mujeres pueden escalar en el mundo corporativo, siempre que sigan las reglas de un sistema que, en muchos casos, perpetúa la desigualdad. Pero, ¿no es esto una traición a los ideales feministas, que luchan por la desmantelación de estructuras opresivas y no por su adaptación a nuevas formas?
En este contexto, es esencial identificar los matices del feminismo que pueden aceptar o rechazar el capitalismo. Existen corrientes etéreas que argumentan que, en la búsqueda de la autonomía económica, las mujeres pueden encontrar poder dentro de un sistema capitalista. Sin embargo, aunque es innegable que algunas mujeres han encontrado formas de empoderarse en este contexto, la pregunta persiste: ¿a qué costo? ¿Estamos hablando de un verdadero empoderamiento o simplemente de una fachada que perpetúa la ilusión de libertad dentro de un sistema que sigue siendo inherentemente opresor?
Un análisis más amplio nos llevaría a considerar alternativas. ¿Por qué limitar el feminismo a la narrativa capitalista? Hay feminismos que proponen una economía del cuidado, donde el valor de las actividades tradicionalmente consideradas ‘femeninas’ se elevan a un lugar de prominencia. Esta idea propone que las mujeres, lejos de necesitar insertarse en las dinámicas de competencia y acumulación de capital, deben ser celebradas por sus contribuciones a la sociedad, que a menudo son invisibilizadas en la economía capitalista.
Asimismo, el modelo económico alternativo del socialismo feminista plantea una vía radical que prescinde de los principios de acumulación de riqueza y, en cambio, prioriza el bienestar colectivo. Aquí, el enfoque no se centra en el ‘éxito individual’, sino en la creación de redes de apoyo mutuo y en el reconocimiento del valor intrínseco de todas las personas, independientemente de su capacidad de generar riqueza. En esta alternativa, encontramos una respuesta a la pregunta sobre la compatibilidad entre capitalismo y feminismo: un rotundo ‘no’.
De este modo, se hace evidente que el feminismo no puede y no debe ser una mera extensión de los principios del capitalismo. Esto no implica que las mujeres no puedan tener éxito en el sistema capitalista, sino que su éxito no debe definir nuestra lucha. Si bien algunas mujeres se benefician de las oportunidades que el capitalismo puede ofrecer, muchas más sufren bajo el peso de un sistema que, en su esencia, está diseñado para perpetuar la desigualdad y la explotación.
A esto se suma la vertiente crítica que señala cómo el capitalismo ha cooptado y comercializado los ideales feministas, transformando el empoderamiento en un producto de consumo. Las camisetas con lemas feministas y la mercadotecnia de productos ‘feministas’ son un claro ejemplo de esto. La lucha se convierte en mercancía, despojando de su verdadera esencia el mensaje de resistencia y transformación social.
En conclusión, el siglo XXI nos enfrenta a un dilema contemporáneo en el que debemos discernir entre lo que es un verdaderamente feminismo transformador y lo que es una simple adaptación del feminismo al capitalismo. La provocativa confluencia de estos dos conceptos plantea un interrogante que desafía la autenticidad de nuestra lucha. ¿Estamos cediendo ante las seductoras promesas de un capitalismo ‘feminista’ que en realidad es un oxímoron? O, ¿seremos capaces de rebelarnos y construir un futuro donde la lucha por la igualdad y la justicia social no esté mediada por la lógica del capital? La respuesta a estas interrogantes determinará el camino que elegiremos y las victorias que ganaremos. El tiempo dirá si somos capaces de trascender el propio sistema que ha intentado atraparnos en su vorágine.