El feminismo de equidad surge como una corriente indispensable dentro del movimiento feminista, proponiendo un enfoque que no sólo aboga por la igualdad de derechos sino que también considera las particularidades y diversidades inherentes a las experiencias de las mujeres. En este sentido, la equidad requiere un análisis profundo de las estructuras sociales y los contextos específicos que afectan a las mujeres de manera diferencial. ¿Pero qué implica realmente esta noción de equidad y cómo se traduce en la búsqueda de justicia?
En primer lugar, la equidad debe ser comprendida como un principio que reconoce las diferencias de contexto y posición entre las mujeres, en lugar de imponer un modelo único de igualdad que ignora los matices de la vida cotidiana. Así, el feminismo de equidad desafía la narrativa convencional que coloca a la igualdad en un estándar homogéneo, proponiendo que la justicia es un concepto polifacético. La realidad nos exige salir de la comodidad de las definiciones universales y aceptar que cada mujer enfrenta condiciones particulares que deben ser abordadas desde su singularidad.
El hecho de que dos mujeres compartan el mismo espacio social no implica que experimenten las mismas opresiones. La mujer enmarcada en un contexto rural, por ejemplo, probablemente enfrentará obstáculos distintos a los de una mujer en un entorno urbanizado. Esta variabilidad obliga a reconsiderar los métodos tradicionales del feminismo, que a menudo se centran en una visión occidental y blanca de la lucha feminista. El feminismo de equidad exige, por ende, un enfoque más inclusivo que abrace la diversidad, reconociendo que la opresión se presenta de múltiples formas.
La interseccionalidad se convierte en una herramienta fundamental. A través de ella, se exploran las interacciones entre diferentes ejes de identidad, tales como la clase, la raza, la sexualidad y la etnicidad. Este enfoque no solo enriquece la comprensión de las desigualdades de género, sino que también abre la puerta a un entendimiento más profundo de las injusticias sociales en general. Las mujeres no son solo «mujeres»; son mujeres que viven en un sistema social profundamente desigual que favorece a ciertos grupos en detrimento de otros. Por ello, el feminismo de equidad no se trata únicamente de pelear por los derechos de las mujeres, sino de desmantelar las estructuras que perpetúan la injusticia social en todas sus formas.
En este contexto, el activismo feminista se transforma en un fenómeno multifacético que busca generar un cambio social radical. Se plantea que el feminismo no debe ser percibido como un alegato de combate entre géneros, sino como una lucha conjunta por la justicia, donde cada uno se sienta parte de un engranaje mayor. La equidad implica un entendimiento y una cooperatividad entre todos los sectores de la sociedad; hombres, mujeres y personas de todas las identidades de género deben unirse para confrontar las desigualdades estructurales que nos aquejan.
Aun así, se hace necesario cuestionar qué tipo de justicia se busca. A menudo, el concepto de justicia se asocia erróneamente con una retribución o un castigo. Sin embargo, el feminismo de equidad aboga por una justicia relacional en la que el objetivo no sea simplemente equilibrar las balas de la injusticia, sino crear un espacio donde todos y todas puedan florecer. Este enfoque es radical no solo por su contenido, sino por su manera de interpelar las nociones establecidas sobre el poder y la autoridad. La justicia debe ser una cosmovisión que contemple el bienestar integral de la comunidad, sugiriendo que la liberación de una mujer debe implicar la liberación de todas las mujeres.
El espíritu del feminismo de equidad también se manifiesta en la esfera legislativa, donde se aboga por políticas que permitan visibilizar y corregir las desigualdades. El reto es monumental: las políticas públicas muchas veces se diseñan con un enfoque generalizado que olvida la rica diversidad dentro del ser mujer y las múltiples realidades que se encuentran en el camino hacia la equidad. Se requiere de un análisis crítico de cómo las normativas, los documentos legales y las políticas de estado afectan de manera desigual a las mujeres, particularmente a aquellas en posiciones más vulnerables.
En conclusión, el feminismo de equidad promete un desplazamiento en la forma en la que concebimos la justicia en el ámbito de género. Nos invita a mirar más allá del mito de la igualdad pura y a considerar las complejas interconexiones que existen entre las diversas vivencias de las mujeres. Promover la equidad no es solo una cuestión de justicia de género; es un llamado a transformar completamente la estructura social. En este mundo plural, la verdadera liberación se encuentra en el reconocimiento y la celebración de las diferencias, en la justicia que permite que cada voz sea escuchada y valorada. Que a partir de hoy, cada acto de solidaridad no sea solo un gesto, sino una revolución hacia un futuro más justo e inclusivo para todas.