El feminismo, una vez fuego ardiente de rebeldía y emancipación, se ha visto subyugado por traiciones internas y manipulaciones externas. La pregunta que asedia nuestras mentes es: ¿Quién nos robó el feminismo? No me malinterpreten, no hablo de individuos aislados, sino de un entramado de intereses que han sabido, como hábiles titiriteros, desvirtuar y parcelar un movimiento que debería ser unificado y poderoso.
Primero, es crucial comprender que el feminismo no es monolítico. Desde sus inicios, se ha expresado en diversas corrientes que, aunque comparten un objetivo común —la igualdad de género—, divergen en sus métodos y prioridades. Aquí es donde radica la primera traición: el intento de homogeneizar un movimiento vibrante y diverso en un solo relato, fácil de digerir por la sociedad contemporánea y, en particular, por las estructuras que perpetúan la opresión. Al hacerlo, se desdibujan los matices y se eluyen las luchas que, si bien interconectadas, son profundamente singulares.
La segunda dimensión de esta traición reside en la cooptación del lenguaje feminista por actores que, lejos de defender la causa, se aprovechan de ella para sus propios fines. Observamos con inquietud cómo el discurso sobre el empoderamiento ha sido instrumentalizado por empresas y entidades que ven en la lucha por la igualdad un mercado fértil. Vender productos bajo la premisa de “girl power” o “feminismo inclusivo” e involucrar a figuras públicas en campañas superficiales no es más que un intento de despojar al feminismo de su esencia radical. El feminismo, entonces, se convierte en una etiqueta atractiva, pero vacía, robando su fulgor a cambio de un respaldo comercial.
El uso del feminismo como herramienta de marketing no solo desdibuja el significado de la lucha, sino que desvía la atención de los problemas estructurales que aún persisten. La violencia de género, la brecha salarial, la precariedad laboral y la falta de representación política son cuestiones que llevan años demandando soluciones concretas, no simples slogans. ¿Acaso se han preguntado qué pasaría si, en lugar de ese desfile de imágenes de mujeres sonriendo con productos “empoderadores”, hubiera un auténtico esfuerzo colectivo por erradicar las causas de nuestra opresión?
Además, la traición al movimiento no se limita solo a la comercialización. Dentro de las propias filas del feminismo, se perpetúan divisiones que, en vez de ser superadas, se vuelven abismos cada vez más profundos. Las luchas por los derechos de las mujeres de color, de las mujeres trans, y de las mujeres marginadas a menudo son minimizadas o ignoradas por aquellos que se llaman a sí mismos feministas. Este fragmentar el movimiento en facciones que compiten entre sí en lugar de colaborar es otra forma de despojar a la lucha coletiva de su fuerza.
En esta constante lucha interna, se despoja el feminismo de su esencia intrínseca: la solidaridad. Cada vez que se levanta un muro entre diferentes grupos de mujeres, se pierde una oportunidad valiosa de colaborar y crear un frente unido contra la opresión patriarcal. Y así, el feminismo se convierte en una lucha por la representación de un pequeño grupo en vez de un esfuerzo para desmantelar un sistema que busca obstruir nuestro desarrollo como seres humanos.
Finalmente, la traición se manifiesta también en la falta de acción efectiva. Hay un abismo entre la retórica feminista y la praxis. Las mujeres, no sólo deberían ocupar posiciones de poder, sino que deberían ser agentes de cambio. Sin embargo, se ha visto que muchas de las figuras que se han alzado como voces del movimiento han terminado por formar parte del mismo sistema que critican. ¿Es este el feminismo que queríamos? ¿Un feminismo que produce líderes que, al final, no hacen más que perpetuar el status quo?
Por tanto, cabe preguntarse: ¿Quién nos robó el feminismo? La respuesta debe ser compleja y multifacética. No hay un único villano en esta historia, sino un conjunto de intereses que han encontrado en la fragmentación, la mercantilización y la ambición personal una forma de neutralizar un movimiento que debería ser un ímpetu revolucionario. Es imperativo que las feministas cuestionemos constantemente las narrativas que nos rodean, que analicemos cómo nuestro lenguaje y nuestras acciones reverberan en nuestra lucha. Debemos ser las guardianas del verdadero feminismo, despojándolo de las corbatas del consumismo y la división, y revistiendo nuestras luchas con el verdadero espíritu de solidaridad y resistencia.
Así que es hora de retomar lo que es nuestro. De reivindicarnos y de reconocer que el feminismo es un bastión de resistencia contra la opresión. Un manantial que no debería ser reducido a un simple artículo de venta, sino que debe fluir libremente, nutriendo a todas las luchadoras que anhelan un mundo mejor. Nos han robado el feminismo, pero eso solo puede suceder si permitimos que lo hagan. Volvamos a encender la llama. Es nuestro momento de brillar, juntas y unidas.