¿Quién se cargó el feminismo? Los enemigos internos y externos

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En el intrincado y tumultuoso panorama del feminismo contemporáneo, la pregunta que resuena con mayor intensidad es: ¿Quién se cargó el feminismo? Para comprender esta crisis multifacética, es imperativo analizar los enemigos tanto internos como externos que han desdibujado la esencia del movimiento feminista. Estos antagonistas no son meras sombras que acechan desde afuera; a menudo son figuras que han estado dentro de la propia coalición feminista, erosionando su cohesión y distorsionando su misión.

Comencemos por los enemigos externos. El patriarcado, en su forma más abyecta, sigue siendo un adversario formidable. Este sistema opresor se alimenta de la jerarquización de géneros, perpetuando esquemas que favorecen al hombre en desmedro de la mujer. Cada reforma lograda, cada conquista social se ve amenazada por este engranaje que busca perpetuarse. Sin embargo, en la era digital, el patriarcado se ha vuelto más insidioso. Las redes sociales, que en principio podrían ser herramientas de empoderamiento, se han convertido en espacios de hostigamiento cibernético, en los que las voces feministas son silenciadas mediante acosos sistemáticos y campañas de desprestigio.

A su vez, también están los medios de comunicación, que en muchas ocasiones distorsionan el relato feminista. La caricaturización del feminismo, presentándolo como un movimiento radical o incluso extremista, ha sido un arma de doble filo. Esta representación errónea ahonda la división y genera controversia, alejando a personas que podrían unirse a la causa. La falta de representatividad en los medios logra minimizar las luchas específicas de las diversas interseccionalidades del feminismo, como las que corresponden a mujeres de color, mujeres indígenas, y aquellas de la comunidad LGBTQ+. Así, el movimiento se fragmenta y pierde su enfoque universal y plural.

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Dentro del espectro del feminismo, también emergen enemigos internos. La falta de unidad es la quiebra más evidente que enfrenta el movimiento. Las diferencias filosóficas y estratégicas se han transformado en un campo de batalla en sí mismo. Mientras algunas feministas abogan por un enfoque radical que cuestiona la estructura misma de la sociedad patriarcal, otras prefieren una postura más conciliadora que busca trabajar dentro del sistema. Esta dicotomía ha llevado a peleas fratricidas, drenando energía y recursos que podrían ser mejor utilizados en la lucha colectiva contra el patriarcado. La polarización crea una atmósfera de desconfianza; se ha vuelto común ver a las feministas criticarse entre sí, lo que refuerza la idea de la «mujer contra mujer» y obstruye el avance del movimiento.

Otro enemigo interno en esta narrativa desafiante es el individualismo desenfrenado. Cada vez más, las voces feministas se enfocan en sus luchas personales e individuales, priorizando el éxito personal sobre el bienestar colectivo. Mientras que algunas de estas conquistas personales son indudablemente valiosas, no debemos olvidar que el feminismo nació de la necesidad de empoderar a las mujeres en su conjunto. Esta desvirtuación hacia una lucha individual difumina la visión colectiva, debilitando la fuerza del movimiento. El grito de «mi cuerpo, mi elección» ha sido escuchado con fervor, pero ¿acaso no deberíamos amplificarlo en un grito de «nuestros cuerpos, nuestras luchas»?

Asimismo, el fenómeno del «feminismo de marca» se ha infiltrado insidiosamente en el movimiento. Esta superficialidad, donde las organizaciones y las empresas pretenden alinearse con la causa feminista únicamente como una estrategia de marketing, desvirtúa la lucha genuina y la convierte en un producto consumible. Este tipo de feminismo vacuo carece de la profundidad y la urgencia necesarias para propulsar cambios reales y significativos. Se convierte, así, en un aliado ambiguo, que puede resultar incluso perjudicial a largo plazo. Las auténticas luchas son eclipsadas por un ruido ruidoso que exige atención pero que no agrega valor a la causa.

En conclusión, el feminismo enfrenta enemigos en múltiples frentes. Desde el patriarcado que busca implantar la opresión, hasta las fracturas internas que amenazan su integridad; la lucha feminista se presenta como un laberinto complicado lleno de obstáculos. Para lograr una verdadera emancipación, es fundamental que el movimiento se reconfiguré, que se convierta en un espacio inclusivo, donde se privilegien las pluralidades y donde se priorice la lucha conjunta por un objetivo común: la erradicación de la opresión basada en el género. Es hora de buscar aliados en lugar de enemigos, de encontrar en la diversidad nuestra fortaleza, y de recordar que aunque el camino esté plagado de dificultades, la lucha feminista sigue siendo una brújula hacia la equidad y la justicia social. El verdadero desafío radica, en fin, en transformar esos enemigos internos y externos en catalizadores de la resistencia y el cambio.

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