A.S.A. y feminismo: Nuevas siglas nuevas batallas

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El feminismo ha evolucionado, adaptándose a las circunstancias sociales, políticas y culturales del momento. En este contexto, emergen nuevas siglas que representan no solo un cambio en la nomenclatura, sino también en las luchas que deben enfrentarse en la actualidad. El término A.S.A. (alquiler, soberanía alimentaria) se ha convertido en un mantra dentro de ciertos círculos de activismo. Pero, ¿qué significa realmente esta sigla para el movimiento feminista? ¿Qué saben las voces críticas que se cuestionan la capacidad de estas nuevas luchas para transformar nuestro mundo?

El A.S.A. surge como una respuesta a las crisis interconectadas que asolan nuestro planeta. Las mujeres han sido, y continúan siendo, las principales afectadas por estas crisis: la crisis habitacional, los problemas de acceso a alimentos y la precarización del trabajo. El feminismo, en su esencia, ha tenido que abrir nuevas avenidas, mirar hacia adelante y replanteándose sus fundamentos. Las luchas por el acceso al alquiler y la soberanía alimentaria han cobrado protagonismo, abriendo una nueva dimensión en la batalla feminista. Ya no se trata solo de derechos políticos y laborales, sino de derechos fundamentales vinculados a la vida diaria.

La lucha por el alquiler nos confronta con un sistema económico que ha mercantilizado la vivienda. Las mujeres, sobre todo las que son madres solteras o responsables del hogar, se ven atrapadas en un ciclo de pobreza que las empuja a la precariedad. En un contexto donde la gentrificación arrasa barrios y vidas, una mujer que busca un hogar asequible se convierte en una combativa por derecho propio. Este aspecto lleva a cuestionar la noción de «espacio seguro». Si el hogar es una trinchera, ¿qué sucede cuando la trinchera misma se vuelve un campo de batalla inasequible? Este tipo de preguntas son cruciales para entender el impacto del A.S.A. en los discursos feministas contemporáneos.

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Por otro lado, la soberanía alimentaria se alza como una reivindicación esencial en la lucha contra la desigualdad estructural. En un mundo donde el acceso a alimentos nutritivos y suficientes es un lujo que muchas mujeres no pueden permitirse, el feminismo debe tomar posición. La conexión entre género y agricultura se torna más relevante en un contexto de crisis ecológica. Las mujeres, a menudo relegadas al rol de cuidadoras y alimentadoras, son también las guardianas de la biodiversidad. Rescatar el agroecologismo, promover la producción local y reivindicar un acceso equitativo a los recursos naturales son cruciales para la emancipación femenina. No se trata solo de alimentar cuerpos, sino de empoderar vidas, visibilizar luchas silenciadas y conquistar espacios de autonomía.

A menudo, estas nuevas siglas y luchas pueden ser vistas superficialmente como un apéndice del feminismo clásico, pero se les atribuye una profundidad radical que merece ser explorada. Existe un hábito en el activismo de categorizar las luchas en compartimentos estancos. No obstante, estas tensiones entre el feminismo clásico y el A.S.A. pueden y deben ser entendidas como formas de resistencia mutuamente reforzadas. La interseccionalidad se despliega no solo como un concepto, sino como una práctica tangible. El feminismo negro, el feminismo indígena o el feminismo queer aportan voces y experiencias que evidencian cómo diversas problemáticas se solapan y entrelazan. En este contexto, el A.S.A. resuena con un sentido de urgencia que debe ser palpable para quienes buscan transformar el paradigma del feminismo actual.

Más allá de la necesidad de política social que aborde el alquiler y la soberanía alimentaria, la lucha feminista debe también confrontar una narrativa hegemónica que nos dice cómo debemos habitar el mundo. La cultura del «éxito», el culto al individuo y la dispersión de la comunidad son factores que desdibujan no solo la dignidad de las mujeres, sino su resistencia. Ante este panorama, el feminismo debe cuestionar sus propios discursos, abriendo espacios para el debate y la reflexión. Las nuevas generaciones demandan un feminismo que sea audaz, que tome riesgos y que no tema a la autocrítica.

Sin embargo, debemos ser conscientes de que este nuevo enfoque no está exento de tensiones. La fragmentación de las luchas puede dar lugar a un riesgo de atomización. Despolitizar la lucha por el alquiler o la soberanía alimentaria, haciéndolas consumirizables y desprovistas de un enfoque radical, podría terminar siendo el mayor enemigo del feminismo contemporáneo. Por ende, es crucial que el feminismo, al adquirir nuevas herramientas conceptuales a través del A.S.A., siga manteniendo su objetivo primordial: la erradicación de las estructuras patriarcales que permiten la opresión de las mujeres.

En la confluencia del A.S.A. y el feminismo radica la posibilidad de reconfigurar nuestro entendimiento de la lucha por la justicia social. Las nuevas siglas no son meramente una moda; son la manifestación de la resistencia ante realidades complejas. En este punto, el feminismo debe seguir sirviendo como un faro que ilumina sendas hacia un futuro justo e inclusivo. Esta amalgama entre antiguas y nuevas luchas podría ser el primer paso hacia un cambio sistémico: una invitación a dejar atrás divisiones inútiles y a forjar un movimiento verdaderamente integrador, donde cada feminista se sienta representada. Solo entonces podremos hacer avanzar verdaderamente las batallas que definen nuestra era.

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