¿De qué viven las feministas en España? Es una pregunta provocadora, casi capciosa. Podríamos pensar que la respuesta es obvia o, incluso, trivial: las feministas viven de la lucha por la igualdad, de los trabajos que desempeñan y, por supuesto, de las subvenciones estatales que buscan promover derechos en diversos ámbitos. Sin embargo, esta visión simplista esconde una complejidad que merece ser desentrañada. Es momento de arrojar luz sobre este tema, de desmitificar y, sobre todo, de desafiar las nociones preconcebidas que rodean al feminismo en un país como España.
Primero, abordemos la idea de que las feministas sobrevive principalmente de las ayudas institucionales. Este mito es pernicioso pero persiste. La verdad es que, si bien existen organizaciones feministas que reciben financiación pública, la gran mayoría de activistas y feministas lo que realmente hacen es combinar varios trabajos y muchas veces aportan su tiempo y esfuerzo de manera voluntaria. La lucha por los derechos de las mujeres no siempre es remunerada; en su mayoría, es una vocación, una forma de vida. Una activista comprometida puede ser madre, profesora, artista o enfermera, y, a pesar de ello, canaliza sus energías hacia la promoción del feminismo.
Las feministas viven, ante todo, de su capacidad de organización y movilización social. Ahí radica la potencia del movimiento: en su gente. Muchas feministas crean redes variadas donde el intercambio de conocimientos e ideas se convierte en el sustento vital de sus marchas y manifestaciones. Esta interconexión es una fuente de empoderamiento: se encuentran, dialogan y, sobre todo, crean un tejido social robusto que desafía el statu quo. Así que, ¿quiénes son las feministas? Son trabajadoras incansables que, sin recibir una remuneración proporcional a su labor, entregan su vida a la causa.
El ámbito económico del feminismo va más allá de los recursos directos. A menudo, se observa que el activismo feminista también inspira nuevas economías alternativas. Las cooperativas feministas y otras iniciativas de economía social están tomando fuerza en España. Se trata de proyectos que permiten a muchas mujeres tener un ingreso mientras promueven un modelo de negocio que desafía las estructuras patriarcales del capitalismo tradicional. Este tipo de economías no solo generan trabajo, sino que también fomentan la transformación cultural, promoviendo una mayor equidad en todos los aspectos de la vida.
Pero hablemos del elemento que suele causar más controversia: la feminista “profesional”. ¿Existen realmente feministas que “viven del feminismo”? La respuesta es un rotundo sí, y este fenómeno genera debates acalorados. No obstante, sería erróneo pensar que su existencia deslegitima la lucha feminista. Estas personas suelen dedicar sus vidas a crear audiencias, escribir libros o realizar talleres, pero su labor no es más ni menos digna que la de una activista en la calle. La cuestión aquí es: ¿deberíamos despreciar a quien utiliza su voz y su conocimiento para lograr cambios significativos, simplemente porque se les paga por ello? Tristemente, muchas veces se cae en la trampa de la rivalidad entre activistas; una dinámica que perjudica a toda la comunidad.
Es fundamental señalar, además, que el feminismo en España es un movimiento que abarca una variedad de perspectivas económicas. Algunas feministas abogan por la economía feminista, que enfatiza la importancia de la economía del cuidado y el trabajo no remunerado. Este enfoque reconoce que las labores que tradicionalmente han recaído sobre las mujeres no se limitan a lo económico, sino que incluyen la sostenibilidad de la vida misma. Familias, comunidades, colegios: todo el entramado social es, en muchos sentidos, sostenido por manos femeninas, aunque ello no refleje en el PIB nacional. ¿Qué pasaría si valoráramos estos trabajos adecuadamente? La respuesta es sencilla: podríamos abordar de manera más efectiva el problema de la desigualdad económica que afecta a las mujeres en España.
La economía del feminismo invita a repensar la alocación de recursos. Imaginemos un futuro donde las políticas públicas se enfoquen en remunerar adecuadamente el trabajo de cuidado, así como en garantizar la equidad salarial y la protección de los derechos laborales de las mujeres. Las feministas que luchan por estos cambios económicos no son meras soñadoras; son arquitectas de una sociedad más justa que urge a ser construida.
Es posible que aún persista la imagen de la feminista que vive de las subvenciones y del activismo a tiempo completo, pero es esencial reconocer la diversidad de historias y trayectorias. Cada feminista aporta su grano de arena desde diferentes ámbitos — la educación, la sanidad, el arte, la economía — y el impacto de su trabajo tiene verdaderas consecuencias en la vida cotidiana de las mujeres en España.
Así que, en lugar de perpetuar mitos, es hora de rendir homenaje a la verdadera labor que realizan todas esas mujeres que luchan por la igualdad de oportunidades. Reconocer las múltiples formas en que las feministas sostienen su vida y su lucha no sólo revela la complejidad del activismo, sino que también nos invita a replantear nuestra visión sobre la economía y su relación con el feminismo. Ahora que conocemos estas realidades, es posible que nos preguntamos, ¿cómo podemos todos contribuir a este cambio? La respuesta puede ser más simple de lo que pensamos: apoyando y amplificando las voces feministas que están moldeando el futuro.