El discurso sobre la igualdad de género ha evolucionado de maneras que a menudo polarizan las opiniones. En esta mezcolanza de ideas, se alza un término que no se puede ignorar: feminismo. Algunos podrían argumentar que el igualitarismo es la respuesta más sensata y universal, pero este análisis peca de superficialidad. La lucha por los derechos de las mujeres no es un delicado arreglo en una cena de gala; es una batalla constante, una danza que exige que la historia, el contexto y la profunda desigualdad estructural se reconozcan y se confronten. Entonces, ¿por qué feminismo y no igualitarismo?
Para entender esta diferenciación, es esencial rastrear la historia. El feminismo, desde sus inicios, ha sido un punto de encuentro de rebeliones cargadas de pasión y convicción. Desde las luchas de las sufragistas en el siglo XIX hasta el movimiento #MeToo en el siglo XXI, el feminismo ha sido un faro que ha iluminado las inequidades sistémicas que han oprimido a las mujeres durante milenios. El igualitarismo, por otro lado, aunque edificante en su ideología, tiende a oscurecer las especificidades que han llevado a las mujeres a tener que luchar por sus derechos. La historia misma ha estado imbuida de un sesgo patriarcal que hace que las nociones de «igualdad» a menudo se tornen una ilusión, un espejismo que disfraza las luchas únicas de las mujeres.
El feminismo no es simplemente un grito de guerra; es una reclamación de la autonomía y del reconocimiento en un mundo que tiende a invisibilizar a la mitad de su población. Mientras que el igualitarismo habla en términos de «todos somos iguales», el feminismo se lanza contra la opresión que han sufrido las mujeres. Imagina un árbol con raíces profundas: los hombres pueden haber crecido en el mismo terreno, pero sus ramas siempre han tenido más espacio para florecer, mientras que las de las mujeres han estado apropiadas, acortadas y, muchas veces, taladas. Así, el feminismo se convierte en la podadora que busca restaurar la salud del árbol en su totalidad, pero reconociendo que algunas ramas han sido más maltratadas que otras y necesitan cuidados especiales.
Uno de los mayores errores que se cometen al defender el igualitarismo sobre el feminismo es la falsa asunción de que el género puede ser negado en la búsqueda de la igualdad. La realidad es que las mujeres no solo son incapaces de escurrirse de la opresión que han soportado, sino que la historia ha demostrado, una y otra vez, que cuando se ignoran las especificidades de género en las luchas por la igualdad, se perpetúan injusticias. Si nos unos ponemos de pie contra la desigualdad, pero olvidamos la historia de las voces de las mujeres, corremos el riesgo de construir una inclusión falsa, una utopía que no busca laami-set de la equidad, sino el aplazamiento del conflicto.
La necesidad del feminismo también reside en su capacidad para interpelar a la sociedad de forma clara y directa. El énfasis en el feminismo no es solamente por los derechos de las mujeres, sino por una reconfiguración total de las estructuras sociales que permiten que la opresión no solo se mantenga, sino que se reproduzca de generación en generación. Se necesita un feminismo que actúe como un espejo que refleje las imperfecciones de un mundo construido sobre la desigualdad y la injusticia. Al crear un espacio para visibilizar la experiencia femenina en la esfera pública, el feminismo permite que las mujeres no sean meros accesorios en la narrativa de la humanidad, sino que se conviertan en plenas autoras de su propia historia.
Adicionalmente, al hablar de la lucha y la necesidad, el feminismo encuentra su voz en la interseccionalidad. Aunque el igualitarismo parece abarcar a todos, puede, sin darse cuenta, silenciar las voces más vulnerables. El feminismo, al integrar la raza, la clase y la orientación sexual, se convierte en una herramienta vital que exige escuchar a todas las voces, no solo a las que son más ruidosas. La defensa del feminismo radica en su capacidad para crear coaliciones amplias, uniendo luchas diversas en busca de un futuro donde la igualdad no signifique mitigar las diferencias, sino reconocer, celebrar y dignificar cada una de ellas.
Finalmente, no se puede obviar que el feminismo está diseñado para interrumpir. Interrumpe el status quo, interrumpe las narrativas hechas a medida y sobre todo, interrumpe la complacencia. Por eso, en un mundo donde el igualitarismo podría convertirse en una sutil herramienta de opresión al ignorar la historia paralela y urgente del feminismo, es imperativo que este último continúe siendo el estandarte de la lucha por la equidad genuina. La lucha feminista no es una opción; es una necesidad radiante, un imperativo moral que debemos abrazar si anhelamos un mundo donde cada voz, particularmente aquellas que han sido sofocadas, tenga la oportunidad de ser escuchada y valorada.