¿Por qué la decoración se asocia con la feminidad? Estereotipos que persisten

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La decoración, una de las formas más tangibles de expresar creatividad y estética, ha sido históricamente encasillada en esferas de feminidad que en ocasiones resultan antagónicas a la gravedad con la que deberían ser abordados los espacios en los que habitamos. ¿Por qué, entonces, la decoración se asocia tan fuertemente con lo femenino? Más que simples estereotipos, nos enfrentamos a la perpetuación de una narrativa que ancla a las mujeres en roles restrictivos, dejando poco espacio para un entendimiento dinámico y diverso de lo que significa crear un ambiente. Esta situación no solo es el resultado de preconcebidas nociones culturales, sino que es un fenómeno que desdibuja la rica complejidad de la identidad y la autodefinición femenina.

En el imaginario popular, la decoración se presenta como una actividad inherentemente femenina, una manifestación de sensibilidad y cuidado. Desde las anacrónicas asociaciones con el «hogar dulce hogar», hasta la noción de que las mujeres, por su naturaleza, son las encargadas de crear espacios acogedores, existe una necesidad imperiosa de deconstruir estos conceptos. Detrás del pastelero rosa y los suaves tejidos se esconde una serie de prejuicios que canalizan las aspiraciones y habilidades de las mujeres hacia lo trivial y efímero.

Pero, ¿acaso esta percepción tiene un fundamento real o simplemente es una ilusión construida por el patriarcado? Consideremos el origen de la decoración como una disciplina. En muchas culturas, la decoración comenzó como una forma de arte que involucraba tanto a hombres como a mujeres. No obstante, con el tiempo y el avance de la industrialización, ciertos espacios comenzaron a dividirse entre lo “masculino” y lo “femenino”. Los talleres de artesanos, donde tanto hombres como mujeres decoraban, fueron reemplazados por un modelo donde el trabajo del hogar recayó en la mujer, llevándola a ser vista como la principal responsable del ambiente doméstico y, por ende, de su estética.

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Es fundamental analizar cómo este marco de pensamiento ha sido replicado en la cultura popular y los medios de comunicación. Los programas de televisión de decoración, las revistas de hogar y hasta las redes sociales perpetúan la idea de que la decoración es un campo predominantemente femenino. Estos espacios glorifican la imagen de la mujer decoradora, relegándola a un rol que podría parecer empoderado, pero que en realidad refuerza la noción de que su labor es un mero reflejo de su capacidad de cuidar, más que de una expresión auténtica de creatividad. Este fenómeno, al prevalecer, limita la participación de otros géneros en el ámbito de la decoración, creando un ciclo perpetuo de exclusión.

La pregunta que surge es: ¿qué pasa con aquellos que no encajan en este estereotipo de mujer decoradora? Esta narrativa excluyente descarta el potencial creativo de las personas que pueden desafiar, criticar e innovar en la decoración de espacios. Se observa la participación masculina en el ámbito decorativo, pero tradicionalmente se van hacia el diseño arquitectónico o las remodelaciones extensas. Se ha construido un estigma sobre quien adorna o embellece un espacio, limitando significativamente la voz masculina en el ámbito de la decoración.

A medida que avanzamos hacia la modernidad, existe una creciente necesidad de reimaginar e incluso desmantelar estos arquetipos a fin de permitir que tanto hombres como mujeres se expresen libremente a través de la decoración. Sin embargo, este cambio no puede suceder sin una introspección crítica. El rol de la mujer como decoradora no debería estar ligado a un deber cultural, sino a una opción personal. Esto implica un cuestionamiento profundo de por qué ciertas actividades son consideradas “femeninas” y otras “masculinas”. Si consideramos la decoración como una forma de arte, entonces su apreciación y práctica deberían ser accesibles a todos, independientemente del género.

El cambio debe venir, por ende, desde lo más profundo de la cultura. La educación juega un papel crucial en este paradigma. Es esencial que desde una edad temprana se enseñe a todos los géneros no solo a expresar su creatividad en la decoración, sino a apreciar y valorar diferentes enfoques estéticos. Se debe fomentar el entendimiento de que el propósito de decorar no es simplemente embellecer, sino crear espacios que resonan con la identidad del individuo o la comunidad.

En última instancia, la transformación de la percepción de la decoración como un ámbito exclusivo de feminidad conlleva a un rediseño en la forma en que concebimos los roles de género. Al cuestionar los estereotipos que persisten, no solo avanzamos hacia un futuro más inclusivo y diverso en la decoración de espacios, sino que promovemos un entorno donde todos se sientan capacitados para construir, crear y vivir en la autenticidad de sus propias estéticas. La decoración debería ser vista como un arte universal, donde cada individuo, sin importar su género, tenga la libertad y el aliento para explorar su propio concepto de belleza y funcionalidad en el hogar. ¿Estamos listos para desafiar estos estereotipos y dar paso a una nueva era de creatividad compartida?

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