En un mundo donde el eco de la indignación resuena en las calles y en las redes sociales, hay quienes se atreven a levantar la voz con más fuerza. Carlota Miranda, una figura emblemática del feminismo contemporáneo, se presenta no solo como una activista, sino como una clarividente en la neblina del patriarcado. Su declaración: «Qué menos que ser feminista» se erige como un himno que invita a la reflexión y a la acción. Este llamado a la conciencia no es solo un grito; es un puñetazo en la mesa que nos incita a cuestionar nuestras propias convicciones.
La metáfora de la conciencia es compleja y multifacética. Imaginemos, por un momento, una balanza. En un lado pesan las injusticias, las desigualdades y el sufrimiento cotidiano que sufren las mujeres en distintas facetas de la vida. En el otro lado, se encuentra la apatía, el conformismo y la desinformación. La balanza, llena de adversidades para las mujeres, se tambalea; y el peso de la irresponsabilidad social se siente cada vez más. La invitación de Carlota es clara: equilibrar esa balanza es responsabilidad de todos.
Ser feminista, según la voz potente de Miranda, no es solo una etiqueta que se puede usar para adornar un perfil social o un discurso. Es un compromiso visceral, un pacto colectivo que necesita activar nuestra compasión y nuestras acciones. En tiempos donde la identidad parece fragmentarse en múltiples etiquetas, el feminismo se alza como una corriente unificadora que busca desmantelar la opresión y promover la equidad. Pero, ¿qué implica realmente ser feminista en una sociedad que aún se aferra a estructuras arcaicas?
La obra de Carlota es un espejo que refleja las luchas integradas en el feminismo. Al decir «Qué menos que ser feminista», está incorporando la idea de que la justicia de género no debe ser un privilegio, sino un derecho básico, como el aire que respiramos. ¿Es que acaso es mucho pedir a una sociedad que se autodeclara avanzada que reconozca y abrace los derechos de la mitad de su población? La respuesta, sin lugar a dudas, es un rotundo no.
Sin embargo, la llamada de Carlota va más allá de la mera aceptación de la ideología feminista; es un retador cuestionamiento de nuestras normas sociales. Es un «despierta» que nos conmueve en lo más profundo. Nos recuerda que nuestras acciones cotidianas son una extensión de esa ideología. Desde un pequeño gesto de apoyo hacia una amiga que enfrenta acoso, hasta realizar un acto de resistencia en las calles, todo suma. Es en este punto donde la provocación de su mensaje se hace palpable. Nos invita a cuestionar: ¿nos hemos parado a pensar cómo nuestra vida diaria perpetúa esta desigualdad?
Los detractores del feminismo suelen establecer un estereotipo de la feminista como una figura radical y desquiciada. Miranda se erige como la antítesis de este mito; su argumentación es razonada, empática y profundamente humana. «Qué menos que ser feminista» se traduce en una oferta inclusiva: no se trata de renunciar a nuestras propias identidades, sino de reconocer que en la lucha por la igualdad, hay espacio para todos. Una anarquía de ideas que busca la armonía en la diversidad.
El compromiso hacia el feminismo no se reduce solo a la escritura de manifiestos o frases de impacto. Carlota invita a una acción tangible que desafía la complacencia. Hay quienes consideran que con la firma de unas pocas peticiones o el uso de una camiseta con un logo feminista están haciendo suficiente. Pero, ¿dónde queda la conversación incómoda? La autenticidad del activismo requiere a menudo más que palabras; requiere incomodidad, requiere esforzarse en entornos hostiles y desmantelar nuestras propias creencias limitantes.
Miranda también expone la necesidad imperiosa de interseccionalidad dentro del feminismo. No existe un solo tipo de mujer que carga con la opresión; cada una lleva su propio característico bagaje cultural, racial y socioeconómico que moldea sus experiencias. Ser feminista, en la concepción de Carlota, exige una perspectiva amplia. Carecer de ella nos llevaría a una lucha vacía y exclusiva. De este modo, su llamado se convierte en un tejido de voces diversas que se entrelazan en una sinfonía de resistencia.
Finalmente, el eco de Carlota Miranda resuena en cada rincón donde la lucha feminista se manifiesta. Su mantra, «Qué menos que ser feminista», busca recalibrar la percepción de la feminidad en la sociedad contemporánea. Esta llamada a la conciencia no se limita a un pequeño grupo de activistas; es una invitación a todos, a mujeres, hombres y aquellos que transitan entre identidades, a unirse en un esfuerzo colectivo por erradicar la desigualdad.
Así, el camino es largo y repleto de obstáculos, pero el mensaje es claro: cada paso que tomemos en favor de la igualdad nos acerca más a un futuro donde el feminismo no sea una lucha, sino un estado natural de existencia. En este viaje, la voz de Carlota Miranda se convierte en un faro que nos guía, recordándonos que, efectivamente, «qué menos que ser feminista».